Resultó bastante ridículo el torneo que se organizó para ver quién tiene la culpa de la irrupción de Vox en el Parlamento andaluz. Catalunya sigue siendo el comodín para quitarse las pulgas de encima, pero lo cierto es que lo que ha pasado en Andalucía es, sin ir más lejos, lo mismo que se vivió hace unas semanas en el land alemán de Hesse y antes en otros lugares de Alemania y de Europa. Frente a los partidos convencionales, conservadores y socialdemócratas, surgen nuevos competidores y la extrema derecha irrumpe por todas partes con el mismo mensaje principal: el rechazo a la inmigración. Vox y Ciudadanos han capitalizado el desgaste del PP, especialmente en los municipios con mayor proporción de inmigrantes, mientras que una parte del electorado socialista ha caído en la trampa populista y otra se ha quedado en casa harta de la corrupción y los pactos del PSOE con la derecha. Pero no se trata de un fenómeno estrictamente local, sino global. Hay un fantasma que recorre Europa ―y Estados Unidos― que es el malestar de las clases medias, que se arrastra desde hace casi una década y que ha empezado a estallar, como se ha visto estos últimos días en Francia con las virulentas protestas del movimiento de los chalecos amarillos y en Catalunya con las huelgas y protestas de médicos, docentes, bomberos y funcionarios públicos en general.

El filósofo Edgar Morin ha puesto el dedo en la llaga, refiriéndose al caso francés, sosteniendo que “los chalecos amarillos nos obligan a reflexionar sobre nuestra sociedad, sobre sus miserias físicas y morales, sobre nuestra República, sobre nuestro presente, sobre nuestro futuro y sobre el replanteamiento de nuestra política”. Ciertamente todos los factores, locales y globales están interrelacionados, pero el origen de todo ello es la crisis, que, no lo olvidemos, comenzó con la quiebra de Lehman Brothers, y en Europa la gestionó el alto mando alemán imponiendo políticas de austeridad que han disparado las desigualdades.

Todo tiene su explicación en clave de involución democrática. Un ejemplo paradigmático fue la elección de un hombre como Jean-Claude Juncker como presidente de la Unión Europea después de prestar sus servicios como primer ministro de Luxemburgo a las grandes multinacionales de Estados Unidos ―Google, Apple, Facebook, Amazon― para que instalaran en el Gran Ducado sus sucursales europeas, donde recibirían un trato fiscal favorable para ahorrarse miles de millones de euros en impuestos haciendo competencia desleal al resto de países miembros de la Unión. Con atenciones de este tipo, las grandes corporaciones globales ha visto crecer sus beneficios, mientras, paradójicamente, los salarios de sus empleados han bajado con el argumento de que hay que ser competitivos... con los chinos.

"Es un error creer que la apatía es eterna", dice Edgar Morin

Así que, no hace mucho dos hospitales del área metropolitana de Barcelona han ofrecido plazas de médico especialista a razón de 1.200 euros de salario mensual. Para ser médico especialista se requieren seis años de carrera, cuatro de especialidad y para trabajar en el sector público hay que superar unas oposiciones. Hace no tantos años, entrar a trabajar en un banco era como tener la vida asegurada, pero un empleado bancario apenas llega a los mil euros mensuales en su primer año de contrato y una institución tan sólida como La Caixa acaba de anunciar el cierre de 821 oficinas. Los millennials tienen la vida muy difícil, sean cajeros del Mercadona ―1.142 euros al mes― periodistas digitales, profesores de Sociología o doctores en Ciencias Ambientales. Un investigador con carrera académica hace circular por Twitter una estadística según la cual los salarios del personal de Mercadona aumentan más rápidamente que los de los científicos españoles, un dato que revela la apuesta de futuro española. El ensañamiento de los gobiernos españoles sobre la clase media ha batido récords europeos: el 20% más rico cobra siete veces más que el 20% más pobre.

Los efectos perniciosos de esta tendencia los ha señalado un estudio del Centro Reina Sofía, según el cual la edad media de emancipación en España se acerca a los 31 años. El 63% de los jóvenes hasta los 29 años vive con sus padres y todo el mundo sabe que buena parte del resto se ven obligados a compartir piso. ¿Qué futuro ofrece un país en el que ni una pareja de universitarios se puede comprar una vivienda cuando el precio de las hipotecas es el más bajo de la historia? El fenómeno histórico que resulta estremecedor es que los jóvenes de hoy, con más formación, serán inexorablemente más pobres que sus padres. Esto es tanto como decir que se ha detenido el progreso.

Hablar de clase obrera o de lucha de clases suena muy antiguo, pero la proletarización de la clase media, fruto de la desigualdad, es una evidencia y ya advirtió hace más de 2.000 años un tal Aristóteles que la desigualdad es la causa de la inestabilidad. No hace falta ser muy pesimista para prever que el ascenso de la extrema derecha tendrá la correspondiente respuesta de los movimientos progresistas, republicanos, de izquierda o de extrema izquierda. Al día siguiente de las elecciones andaluzas ya hubo disturbios en Cádiz y Granada. Las acciones de los CDR van en la misma línea. Ahora, incluso Edgar Morin parece llamar a las barricadas. “Quizás los chalecos amarillos tomarán conciencia de que el poder polifacético del dinero está detrás del poder político (...). El letargo de la opinión hizo creer ilusoriamente en la resignación, pero es un error creer que la apatía es eterna”.