Por lo general, la gente suele apuntarse a los que ganan y huye de los que pierden. Esto puede explicar los datos que ofrece el último barómetro del Centro de Estudios y Opinión (CEO), según el cual el apoyo a la independencia de Catalunya ha caído a índices anteriores al estallido del proceso soberanista. Cae el apoyo a la independencia (38%) pero sobre todo sube considerablemente el rechazo a la independencia (53%). Tan significativo es el segundo como el primer dato. La caída del apoyo a la independencia puede atribuirse a la falta de expectativa real y también, por qué no decirlo, al desencanto que generan algunos de los actores principales del independentismo proclamado. Sin embargo, el rechazo a la independencia sube a pesar de que del Estado no ha surgido ni una sola iniciativa para seducir a los catalanes, sean independentistas o no. Más bien al contrario: la persecución judicial continúa, los presupuestos no se ejecutan, se potencian las inversiones extranjeras fuera de Catalunya (fábrica de baterías), los trenes siguen estropeándose cotidianamente, la relación bilateral se ha convertido en humillante (traspaso del observatorio del Turó del Home) y la Mesa de Diálogo ni está ni se la espera. Es decir, que, en el último lustro, alrededor del 5% de los catalanes (unos 300.000) que veían la independencia como un objetivo deseable e incluso “al alcance”, ahora prefieren arriar velas y asumir una situación de dependencia en los términos antes descritos. Así que el mapa sociopolítico se ha desequilibrado, está cambiando el paradigma de la política catalana, y algunos partidos tratan de adaptarse.

Mantener el discurso independentista en Catalunya y hacer política española obliga a compensar en Madrid con actos que garanticen y afirmen la lealtad y una forma de hacerse perdonar es desmarcarse de la referencia Puigdemont.

En la reciente conferencia nacional de ERC, su líder, Oriol Junqueras, proclamó que la negociación con el Gobierno de Pedro Sánchez facilitará la conquista de la independencia. Más allá de que la afirmación sea cierta o falsa —el Gobierno español lo desmintió de inmediato— el mensaje de Junqueras, dejando de lado el guiño a las bases, significa que ERC se implicará todo lo posible en la política española. Sin embargo, la historia ha demostrado que hacer política española desde Catalunya requiere apoyar al Gobierno del Estado. Lo hicieron Cambó con la Monarquía y Companys con la República, y Tarradellas y Pujol y Maragall y Montilla. No puede se pretender llegar a acuerdos sin dar nada a cambio. Se trata de apuntalar el poder central para asegurar el poder regional. En el caso de la actual ERC, al tratarse de una opción que se declara independentista la ecuación se complica bastante, porque en Madrid y en las instituciones del Estado nunca se considerará legítimo ningún diálogo y menos la negociación con gente que quiere romper España. Dicho de otro modo, a la Lliga de Cambó, a la Esquerra Republicana de Companys y a la Convergència i Unió de Pujol se les ofreció varias veces, en momento de dificultad, incorporarse al Gobierno del Estado. Nunca le harán una propuesta similar a la ERC de Junqueras. Por tanto, mantener el discurso independentista en Catalunya obliga a compensar en Madrid con actos que garanticen y afirmen la lealtad. Y en este aspecto, Esquerra lo hace bien como se encargó de destacar, también por interés propio, la portavoz del Ejecutivo, Isabel Rodríguez, cuando elogió la actitud colaborativa del presidente de la Generalitat, para concluir que la relación del Estado con Cataluña "ya está normalizada".

En la cúpula de ERC algunos —no todos— se mueren de ganas de que JXCAT se vaya del Govern para ocupar rápidamente el espacio de poder y de visibilidad que ahora ostenta el partido de Puigdemont, condenar a Junts al ostracismo y en un tiempo prudencial convocar nuevas elecciones y presentarse como caballo ganador.

Esta semana se han escandalizado varios portavoces de Junts Per Catalunya por el ataque de Gabriel Rufián al presidente Puigdemont a resultas de los contactos de Josep Lluís Alay con los rusos, pero sus aspavientos son el mejor rédito que ha obtenido la táctica de ERC. Porque, a diferencia del discurso de Junqueras ante los militantes, el discurso de Rufián está especialmente dirigido al auditorio de la capital española, obviamente con la intención de gustar. Basta con leer las ovaciones escritas de los articulistas españoles más reconsagrados. Y no es cierto que Rufián se haya disculpado de nada. Por el contrario, se ha reafirmado en el fondo de la cuestión y además ha recibido el apoyo del propio president de la Generalitat. Es obvio que para hacer lo que pretende hacer ERC en Madrid la bandera independentista estorba y una manera de hacerse perdonar es desmarcarse de la referencia Puigdemont e incluso añadir leña al fuego. Es una forma de decir que son de fiar y que no volverán a hacerlo. De hecho, Rufián pudo decir: “Lo siento mucho, nos hemos equivocado, no volverá a ocurrir... los malos son los otros”. Esta estrategia de ERC, pensada para asegurarse la centralidad de acuerdo con las encuestas publicadas, lleva indefectiblemente a provocar la salida de JXCat del Govern. Consta que en la cúpula de ERC algunos —no todos— se mueren de ganas de que JXCAT salga del Govern para ocupar rápidamente el espacio de poder y de visibilidad que ahora ostenta el partido de Puigdemont, condenar a Junts al ostracismo y en un tiempo prudencial convocar nuevas elecciones y presentarse como caballo ganador. Alguien les ayudará y tienen presupuestos aprobados para aguantar en minoría siempre y cuando los Cambrays de turno no lo estropeen. Lo que no está claro es la estrategia de Junts, porque si se quedan se tendrán que tragar todavía muchos sapos y marcharse del Govern equivale a facilitar las cosas a los rivales. Así que lo más probable es que esperen cobijados el regreso de Puigdemont como la llegada del mesías. Y el uno por el otro, la casa sin barrer.