El colectivo de médicos —junto al resto de personal sanitario— ha sido el artífice del modelo sanitario catalán que tanto orgullo de país ha generado. El colectivo de maestros ha sido el motor principal que ha puesto en práctica un modelo de escuela catalana integradora. Sin el concurso de los médicos ni de los maestros no habrá república que valga.

Médicos y maestros —y Mossos d’Esquadra y funcionarios de la Generalitat— están poniendo de manifiesto en forma de huelga y de protesta en la calle la situación límite en que se encuentran y no se percibe ninguna respuesta política por parte del Govern, como si se tratase de asuntos sectoriales cuya gestión corresponde atender a los responsables administrativos de cada negociado.

Es cierto que buena parte de las reivindicaciones tienen que ver con la falta de recursos y que el estrangulamiento financiero del autogobierno catalán ya lo denunció Ramon Trias Fargas hace más de 30 años en Narració d’una asfíxia premeditada. Entonces, la infrafinanciación de las competencias de la Generalitat —muy especialmente de la sanidad— y la demora en los pagos provocaban enormes problemas de tesorería, que permitían al Gobierno presionar políticamente a CiU. Cuando había un desacuerdo, Alfonso Guerra respondía "ya vendrán a pedir alpiste". Si eso ocurría hace 30 años, cómo debe de ser la situación financiera de la Generalitat hoy, cuando la desconfianza del Estado hacia el Govern es máxima, la fiscalización de las cuentas catalanas, sistemática, y cuando el interés español en fomentar la insatisfacción de los catalanes con el Govern soberanista se ha convertido en una estrategia política.

Que el margen de autogobierno de la Generalitat sea escaso para resolver problemas de envergadura no justifica en ningún caso que no se utilicen las herramientas disponibles para paliar los problemas

Esta realidad ha contribuido a que en el ámbito soberanista se desprecie lo que se denomina "autonomismo", como una especie de conformismo con el statu quo. Sin embargo, no hay que confundir el autonomismo con la responsabilidad asumida de gobernar. Que el margen de autogobierno de la Generalitat sea escaso para resolver problemas de envergadura no justifica en ningún caso que no se utilicen las herramientas disponibles para paliar los problemas o, al menos, para liderar o apoyar las movilizaciones que, como las de los médicos y las de los maestros, están plenamente justificadas. Los médicos y los maestros piden más recursos, pero no solo eso. También piden menos burocracia, más eficiencia, cambios organizativos, más incentivos profesionales, que se los escuche y que los interlocutores tengan el nivel y la autoridad moral que corresponden al cargo que ocupan.

El último Baròmetre d’Opinió Política, que recientemente ha hecho público el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), señala que si algo se echa en falta es el liderazgo del Ejecutivo. Los datos del CEO revelan que la mayoría de los catalanes tiene una opinión mala o muy mala de su gobierno. Y lo más grave es que en solo un trimestre los que suspenden al Govern han pasado de ser minoría, el 43,2%, a ser mayoría, el 51,9%; es decir, una caída de casi 9 puntos, que debería hacer sonar todas las alarmas en el palacio de la plaza de Sant Jaume.

Si este Govern, como proclama cada día su president, nos ha de llevar a la república, será condición sine qua non que la gente confíe en él y, hoy por hoy, parece que la confianza se está perdiendo. Hay que empezar a reconocer que, hasta ahora, el principal argumento a favor de la soberanía catalana ha sido la represión española. Y no basta con moverse a remolque del adversario. Es difícil, muy difícil, navegar contracorriente y luchar contra tantos elementos adversos, pero el Govern, como todo gobierno, tiene la obligación de llevar la iniciativa.