Pedro Sánchez es un especialista en complicarse la vida y la verdad es que hasta ahora le ha salido bastante bien. La cuestión es que tanto va el cántaro a la fuente hasta se rompe. Ahora Sánchez intenta incluso la cuadratura del círculo porque pretende liderar la izquierda dispuesto a gobernar únicamente con la derecha. El 28 de abril, las bases de su partido celebraban la victoria de las izquierdas gritando "con Rivera, no", y en cambio Sánchez ha forzado la repetición de elecciones para poder gobernar con Rivera, con Casado o con ambos a la vez con el pretexto de la emergencia nacional.

Habiendo podido formar el primer gobierno de izquierdas de verdad desde la República, aquel Sánchez valiente que se enfrentó al deep state y a la vieja guardia del PSOE, ahora ha claudicado y ha preferido unas elecciones inciertas que lo pueden enviar a la papelera de la historia. Y todo porque no ha tenido la altura política como para encarar el conflicto catalán, porque no está dispuesto a moverse un milímetro de la ortodoxia económica dictada desde Berlín y porque la monarquía no se puede permitir en los tiempos que corren un gobierno con ministros republicanos asistido por una mayoría parlamentaria también muy determinada por diputados republicanos.

La renuncia de Sánchez a la coalición de izquierdas es irreversible y para siempre, por lo tanto, tiene una trascendencia que afecta al sistema político. Si las derechas suman, gobiernan. Si las izquierdas suman, no gobernarán. El sistema ha quedado desequilibrado

Así que la decisión de Sánchez tiene una trascendencia que va más allá de la coyuntura y afecta al sistema político. Mientras las derechas españolas salivan pensando en sumar mayoría y gobernar conjuntamente incluso con el apoyo de los neofascistas, el líder socialista ha cerrado la puerta para siempre a un Gobierno fruto de la unión de las izquierdas. Dicho de otro modo. Si las derechas suman, gobiernan. Si las izquierdas suman, no gobernarán. El sistema ha quedado desequilibrado. Sánchez ha abjurado de la coalición con Podemos tratando el partido de Iglesias como si fuera un grupo de discapacitados para gobernar. El jueves dijo que ni él ni los españoles dormirían tranquilos con Podemos en el Gobierno. Esto es un peligrosísimo veto ideológico. Sánchez les atribuye falta de experiencia para la gobernanza, cuando él mismo no ha gobernado nunca nada antes de la moción de censura y luego ni siquiera ha tenido que gestionar unos presupuestos.

Queda claro, pues, que la ruptura entre PSOE y Podemos es prácticamente irreversible y que Sánchez preferirá entenderse con Ciudadanos y PP. Pero el líder socialista lo ha hecho tan evidente que probablemente tenga alguna consecuencia entre el electorado progresista más exigente. Está anunciada una nueva recesión económica que desde Berlín y Bruselas se querrá combatir otra vez con las mismas políticas de austeridad que trincharon a la clase media y dispararon las desigualdades. En circunstancias similares fue como surgió el movimiento 15-M de los indignados y José Luis Rodríguez Zapatero se hizo el harakiri con el recorte de gasto social más agresivo de la historia.

Y llegados a este punto, la política española volverá a chocar con la realidad catalana. No hay que olvidar que, descartadas las mayorías absolutas, para gobernar en España los socialistas necesitan contrarrestar en Catalunya la ventaja que le suele sacar la derecha en el conjunto de las otras comunidades. Generalmente el PSOE gobernaba porque en Catalunya el PSC triplicaba los escaños que obtenía el PP catalán. Cuando esto no ha pasado, en España ha gobernado el PP. Ahora todo es un poco diferente porque hay más partidos, pero en la medida que el PSC haga una campaña girando a la derecha puede hacer el negocio de Roberto con las cabras. Cuando el PSOE fue más claudicante con la derecha, en Catalunya las elecciones generales las ganó En Comú Podem, muy por delante del PSC, que cayó hasta la cuarta posición con menos escaños que la suma de PP y Ciudadanos. Es la ecuación que deja a los socialistas sin mayoría en España. A esto hay que añadir las consecuencias de la sentencia del Supremo contra los líderes independentistas. Competir con Ciudadanos en defensa de la represión tampoco será un discurso muy comercial para los socialistas catalanes. En resumen, como ocurre desde hace casi una década, Catalunya seguirá determinando hacia dónde va España y la tendencia es ir avanzando todos juntos rumbo a lo desconocido.