Si como dicen las encuestas, incluso las publicadas por la prensa más decantada contra el independentismo, la inmensa mayoría de los catalanes, -8 de cada 10 según La Vanguardia– , considera injusto el encarcelamiento de los líderes del procés, habrá que convenir que las protestas contra una eventual sentencia condenatoria estarán plenamente justificadas. Aún diría más. Quien se considere demócrata y crea que se ha cometido una injusticia tiene la obligación moral de movilizarse, de protestar y de hacer lo que sea necesario, democrática y pacíficamente por supuesto, para que la injusticia no se acabe imponiendo. No luchar contra lo que se considera injusto es allanar el camino a la tiranía.

Hay que recordar que la sentencia del Tribunal Supremo sólo es un episodio del conflicto. Hay alrededor de un millar de represaliados y encausados cuya suerte depende en buena parte de la sentencia del Supremo. Y luego vendrá la jurisprudencia, porque si Jordi Cuixart y Jordi Sánchez son condenados por haber convocado primero y desconvocar después una manifestación, cualquier líder vecinal, sindical o político podrá ser encarcelado de acuerdo con los criterios impuestos por el Supremo. Es el sistema democrático que está en juego. Lo advirtió un político socialdemócrata nada radical como Willy Brandt: "Permitir una injusticia es abrir el camino a todas las que siguen".

Precisamente por eso el búnker judicial se ha movilizado ahora contra el magistrado Cándido Conde-Pumpido, porque en un borrador de sentencia sobre el asedio de los indignados al Parlament afirma que los criterios del magistrado Manuel Marchena suponen una restricción inconstitucional del derecho de protesta y de manifestación. La caverna no parará hasta neutralizarlo como hizo cuando el Estatut con el magistrado Pérez Tremps.

Las situaciones de injusticia nos interpelan a todos y más en una situación como esta de conflicto tan desigual. Los poderes del Estado, los partidos políticos españoles, los poderes financieros y los medios de comunicación se han entregado en cuerpo y alma a la consigna del "¡a por ellos!". La cuestión es cómo desde posiciones democráticas y pacíficas y con una inferioridad de condiciones tan obvia se puede plantear un desafío al Estado que tenga más efectos que la enésima manifestación multitudinaria.

Una batalla tan desigual requiere ser planteada desde la parte más débil con la inteligencia que David utilizó para tumbar a Goliat o con la perspicacia de los judokas que saben esquivar el empuje del adversario para que se estrelle por sí solo

En las redes sociales y en las tertulias de bar o de emisora ya han empezado a aparecer propuestas para "parar el país", "hundir la economía de España hasta que el Estado se siente a negociar", "bloquear todas las comunicaciones, estaciones, puertos y aeropuertos", "declarar una huelga general indefinida", "vaciar los bancos" y "dejar de pagar impuestos”. Huelga decir que si tuvieran éxito cualquiera de estas iniciativas pondría de manifiesto ante el mundo la firme voluntad política de los catalanes al tiempo que provocaría una escalada en el conflicto de consecuencias imprevisibles. Si por votar en una urna, el Estado no se detuvo ante abuelas y mujeres embarazadas e hizo lo que hizo, qué no haría en estas circunstancias. También podría ocurrir que las convocatorias más osadas no tuvieran el seguimiento multitudinario necesario para tener éxito, lo que propiciaría una represión más brutal contra la minoría exaltada –los estados se atreven más cuando los que protestan son pocos– y el fracaso contribuiría a una derrota irreversible.

Así que una batalla tan desigual requiere ser planteada desde la parte más débil con la inteligencia que David empleó para tumbar a Goliat o con la perspicacia de los judokas que saben esquivar el empuje del adversario para que se estrelle por sí mismo. Eso sólo se puede conseguir siendo plenamente consciente de las propias fuerzas y de las fuerzas del adversario porque un error de cálculo suele llevar al desastre. Por ejemplo, convocar una huelga general indefinida cuando el sindicato mayoritario y la patronal de las pequeñas y medianas empresas ya han dicho que no la pueden secundar ni siquiera 24 horas no parece que la iniciativa pueda resultar muy exitosa. Así también para el combate democrático y pacífico conviene tener en cuenta el manual de El arte de la guerra que dejó escrito Sunzi y que es muy adecuado para este momento:

 

El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin combatir.

Aparenta inferioridad y estimula su arrogancia

Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándoles respirar

Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y podrás luchar en cien batallas sin un desastre.

El que sabe cuando puede volar y cuando no, será victorioso.

 

Que 8 de cada 10 catalanes considere injusta una sentencia de prisión significa que ahora en Catalunya no hay un sentimiento más transversal así que la protesta ganadora será la que sea capaz de movilizar a todos en la reivindicación estricta de la libertad y no desanimarlos con otros asuntos. El éxito del 3 de octubre fue en este sentido la mejor lección.