Por cómo se explica la gente en las redes, los debates de barrio y en las tertulias de bar no retransmitidas, nunca había observado tantas ganas de expresarse políticamente y tanta desorientación sobre si hay que ir a votar y, más difícil aún, a quién conviene votar.

En el ámbito españolista más convencional, el dilema es menos complicado, porque todo el mundo está dispuesto a votar y la duda es básicamente entre PP y PSC, sin CiU de por medio, y lo más paradójico es cuánta gente de derechas de toda la vida se plantea expresar su moderación votando a los socialistas, asustada como está por el radicalismo adoptado por los partidos de Casado y Rivera.

En el ámbito soberanista no hay dios que se aclare, porque después de la sentencia, la disposición a expresar el rechazo a lo que se considera una injusticia histórica es total, pero como las fuerzas independentistas se presentan por separado y enfrentadas entre ellas, también son enormes las ganas de enviarlas a tomar por saco. La cuestión es pues, en primer lugar, considerar si vale la pena hacer el esfuerzo de llegar hasta el colegio electoral y votar y la pregunta lleva implícita otra: ¿de qué sirve tener representantes en el Parlamento español si de lo que se trata es de irse de España?

Sirve como primer argumento la rectificación de la CUP presentándose a los comicios: Si no estás, no existes (y, de paso, les vendrá muy bien la subvención y los sueldos, como a todo el mundo). Más importante es que los diputados independentistas se han convertido en el principal obstáculo que ha impedido articular mayorías de Gobierno y ha obligado a repetir las elecciones una y otra vez. Probablemente, Pedro Sánchez no tenía mucho interés en formar un gobierno de izquierdas con Unidas Podemos, pero lo que le disuadió del todo es tener que depender de la abstención de los independentistas para la investidura y de su apoyo para aprobar presupuestos. Podía haber propiciado el acuerdo, pero no se atrevió por miedo a que las derechas lo devoraran.

Las elecciones españolas se van repitiendo con el único objetivo de conseguir un resultado que haga irrelevante la presencia de diputados catalanes independentistas que hasta ahora han sido determinantes en la evolución de la crisis política española

Así que, desde el punto de vista español, las elecciones se van repitiendo con el único objetivo de conseguir un resultado que haga irrelevante la presencia de diputados catalanes independentistas. Desde el punto de vista catalán, si como sostienen Junts per Catalunya, ERC y algunos portavoces de la CUP, de lo que se trata es de encontrar una salida dialogada al conflicto, queda claro que las posibilidades de diálogo son directamente proporcionales a la capacidad de determinar mayorías de los diputados independentistas. Dicho de otro modo, Pedro Sánchez le hace muchos ascos ahora a tener que pactar con los independentistas, pero cuando se trataba de conseguir la única suma de votos que haría posible superar la moción de censura contra Rajoy, Pedro Sánchez no tuvo tantos escrúpulos. Los votos catalanes fueron determinantes. Ergo, la capacidad de diálogo de los líderes españoles no depende de su voluntad política, sino de sus necesidades y de la capacidad de los catalanes de determinar mayorías.

Llegados a este punto, la cuestión es cómo se debe administrar esta capacidad. Una forma es entregar los votos de antemano (el PSOE) como gesto de buena voluntad para facilitar el diálogo (ERC); otra forma es hacer valer los votos para forzar la negociación (JXCat), y la tercera opción es ir al Congreso a hacerse ver pero sin otro objetivo político (CUP).

De acuerdo con las encuestas publicadas, es muy probable que la mayoría de izquierdas requiera el apoyo de los independentistas, así que el Pedro Sánchez que ahora conocemos buscará el apoyo o la abstención positiva del PP, que para el caso es lo mismo, y es tanto como decir que todo un régimen se pondrá desesperadamente a la defensiva para sobrevivir como suelen hacer las fieras malheridas. Las consecuencias son imprevisibles. Y todo por culpa —o gracias— a los catalanes que se empeñan en ir a votar.