Una reforma de la Constitución española solo sería posible después de una catarsis por la implosión del régimen del 78 que después de un periodo convulso diera pie al establecimiento de la tercera república española. Es un horizonte aún difícil de imaginar, pero no es más inverosímil que una reforma consensuada del texto del 78 tal como se ha planteado en ocasión del 40 aniversario.

Sorprende que incluso catedráticos de ciencia política, algunos de ellos curtidos en las negociaciones de la Transición, insistan en la idea de reformar la Constitución española del 78 cuando es obvio que no se da ninguna de las circunstancias que lo harían posible. Se le podrán hacer retoques muy específicos e interesados como cuando en 2011 Angela Merkel, el PSOE y el PP impusieron la estabilidad presupuestaria como precepto, pero lo que se dice una reforma integral que afecte al núcleo duro no tiene ninguna posibilidad de prosperar políticamente. Las voluntades reformistas, que de haberlas haylas, tienen objetivos opuestos por el vértice, así que cualquier iniciativa que pudiera sumar una mayoría aritmética en una dirección, lejos de generar consenso, sería inmediatamente contestada por los contrarios, lo que provocaría un conflicto político irresoluble y de consecuencias imprevisibles.

Durante el reinado de Juan Carlos I ha sido el establishment político español el que no quería ni oír hablar de reformar la Constitución, porque si se abría el melón resultaba inevitable poner en cuestión la monarquía y, al menos, suprimir la ley sálica aplicada a la sucesión de la Corona, incompatible con la preceptiva igualdad de derechos entre hombres y mujeres, que habría trastocado la sucesión prevista en el rey actual, teniendo como tiene hermanas mayores. Ahora, en cambio, sí han surgido tímidas propuestas de reforma desde el deep state español, precisamente porque el régimen se ha demostrado en crisis y vulnerable y necesita reforzarse ante las amenazas procedentes no solo de Catalunya, sino también de los sectores republicanos y progresistas que no se resignan a aceptar lo que consideran una deriva autoritaria del Estado.

No habrá reforma constitucional que valga; se intentarán llevar a cabo planes diversos para reforzar la Corona y los poderes del Estado, neutralizar las inercias centrífugas y desarticular los movimientos de oposición

En todo caso, y teniendo en cuenta la correlación de fuerzas y las circunstancias, la única reforma aritméticamente posible sería la que pactaran el PSOE, el PP y Ciudadanos, y no hace falta decir que tendría como prioridad blindar la monarquía, desarticular los movimientos soberanistas, impedir su acceso a las instituciones y reforzar el poder político central ante las comunidades autónomas.

Sin embargo, este planteamiento difícilmente tendría salida con una reforma de la Constitución, susceptible de provocar efectos contrarios a los perseguidos. Si la reforma afecta al núcleo duro, el debate sobre la continuidad de la monarquía sería inevitable y afectaría al procedimiento. Requiere el apoyo de mayorías cualificadas del Congreso y del Senado, elecciones, ratificación en ambas cámaras y aprobación en referéndum vinculante. Aun consiguiendo un apoyo mayoritario, que ya es mucho decir, el resultado del referéndum siempre es una incógnita. Si en el 78 la mayoría de los vascos prefirieron votar en contra o quedarse en casa, no hace falta ser muy visionario para prever el resultado en Catalunya. Una Constitución rechazada en Catalunya y el País Vasco y fuertemente contestada en el resto del Estado no solo no sería viable, sino que aumentaría considerablemente la inestabilidad política hasta hacerla crónica.

Así pues, no habrá reforma constitucional que valga, lo cual no quiere decir que no se intentarán llevar a cabo planes diversos para reforzar la Corona y los poderes del Estado, neutralizar las inercias centrífugas y desarticular los movimientos de oposición. Es más, se querrán llevar a la práctica pervirtiendo el espíritu con que se redactó la Constitución del 78, tal y como han venido haciendo los que precisamente hace 40 años votaron en contra, José María Aznar y la mayoría de Alianza popular. La ofensiva está sobre la mesa. Se hará con reformas legales sin abrir el melón constitucional o con reformas exprés del texto del 78, imponiendo la voluntad de unos contra otros. Quizás será entonces cuando todo implosione y se produzca la catarsis. Los enfrentamientos que se han vivido en los últimos días en Cádiz, Granada, Girona y Terrassa parecen el prólogo de un conflicto que va para largo. Ahora bien, tampoco hay que engañarse, España no es lo que era cuando la Gloriosa.