Como hoy Jordi Pujol ha cumplido 90 años, todos los que nos ganamos la vida escribiendo o sólo hablando de política nos hemos puesto a hacer balance de su obra y de su vida utilizando unánimemente el tópico de las luces y las sombras o los claroscuros, juzgando como si tuviéramos alguna autoridad moral para hacerlo, practicando el cinismo habitual propio de la profesión.

Ahora, paradójicamente, sus adversarios de siempre que soñaban cada día en hacerlo caer son los que más lo añoran, y, en cambio, los que se situaron en los buenos tiempos del pujolismo le niegan ahora tres veces o las que sean necesarias. Sus adversarios de antes que ponían el grito en el cielo a cada reivindicación que hacía Pujol le añoran ahora porque Pujol nunca puso en cuestión el Estado y lo utilizan para atacar al independentismo. En cambio, muchos de los que le eran partidarios denigran ahora el peix al cove como una práctica claudicante y se rasgan las investiduras... ¡por la corrupción! ¡Ayyy la corrupción!

El caso es que si Pujol no hubiera hecho aquella misteriosa declaración autoinculpatoria de tener un dinero no declarado en Andorra, ahora hablaríamos sólo de su legado político. Hablamos de su legado primero y de la corrupción después.

Pujol ganó las elecciones al Parlament de 1980 contra pronóstico porque tenía un nivel superior a sus adversarios, y conste que sus adversarios de entonces serían hoy venerados como profetas, habida cuenta la gente que nos pastorea. A diferencia de lo que ocurre desde hace un tiempo, los catalanes estaban orgullosos de su president políglota y viajero. Amparado en esta autoridad intelectual nos hizo creer que Catalunya tenía mucho poder (no sé de qué me suena ahora esto) y en la medida en que la política catalana era algo que parecía importante, también la oposición le compró la idea, porque entonces también ellos eran importantes. De este modo, los 23 años de pujolismo sirvieron para consolidar un marco de referencia catalán y extender el sentimiento de pertenencia colectivo. Y en eso es obvio que contribuyeron la política educativa, el impulso de TV3 y Catalunya Ràdio y políticas integradoras en el ámbito sanitario y social.

Siempre se ha considerado a Pujol como un político de derechas y de hecho lo es porque siempre ha sido atlantista y ferviente partidario del libre mercado, pero a la hora de la verdad aplicaba políticas con un punto de vista pragmático. En Catalunya y en Madrid, la sanidad o la educación siempre Pujol las pactó con las izquierdas, mientras que las políticas laborales y económicas las acordaba con las derechas. Aunque parezca mentira, el modelo sanitario catalán, con un centro en cada barrio y un hospital en cada comarca tan universalmente elogiado y exportado al resto de España, fue programado por médicos comunistas y / o de izquierdas como los doctores Ramon Espasa, comunista y primer consejero en el Govern Tarradellas, Nolasc Acarín, Josep Laporte, primer consejero de Pujol entonces independiente y muy influido por los documentos del PSUC, y su lugarteniente Xavier Trias, que no había sido comunista pero había militado como médico en Comisiones Obreras y fue quien culminó la obra.

Con todo, el gran y sutil éxito político de Pujol fue imponer de facto una relación bilateral con el Estado que no estaba prevista en la Constitución. Pero eso no dependía del Govern de la Generalitat sino de la fuerza de CiU en Madrid. Ni Cambó, ni Macià, ni Companys lograron lo mismo. Porque Cambó sólo podía pactar con las derechas y Macià y Companys con las izquierdas. Pujol, en cambio, con la contribución fundamental de Miquel Roca, supo situarse como comodín de la política española, capaz de garantizar estabilidad a cambio de autogobierno primero con Suárez, después con González y después con Aznar. Esto es lo que se ha perdido.

Todos sabíamos que los partidos se financiaban irregularmente y para justificar nuestra inhibición nos decíamos a nosotros mismos que había que financiar a los partidos por el bien de la democracia

Pujol siempre defendió la idea de "nacionalizar Catalunya", es decir, de fortalecer el sentimiento de pertenencia de los catalanes, pero nunca ha sido partidario de la independencia ni que la independencia se lograra pulsando un botón. Siempre lo ha encontrado estratégicamente equivocado, primero porque España es una idea fuertemente arraigada en el mundo y porque el independentismo catalán no tiene aliados.

Sin embargo, los cerebros de la guerra sucia del Estado contra el proceso soberanista consideraron que acabando con Pujol el procés acabaría. Y se equivocaron. La policía patriótica de Jorge Fernández Díaz cometió todo tipo de atrocidades para neutralizar quien quizá hubiera podido enderezar la situación. Y el gran misterio es por qué Jordi Pujol hizo aquella declaración inculpatoria que no ha aclarado y ni ha servido para nada. Ahora mismo Jordi Pujol figura como investigado, pero sólo se le ha podido atribuir un posible delito fiscal que según la Agencia Tributaria ha prescrito.

Otra cosa muy diferente es la financiación de Convergència. Como el resto de partidos sin excepción —mal de muchos consuelo de necios—, CiU se financió irregularmente con la aquiescencia de sus dirigentes. De sus dirigentes, los dirigentes de los otros partidos y de los periodistas que si no lo sabíamos, lo intuíamos y mirábamos a otro lado. Recuerdo una cena a la que asistí para apoyar Josep Maria Sala la víspera de su ingreso en prisión condenado por el caso Filesa. Fue una cena en la que participamos periodistas de casi todos los diarios de Barcelona y un político de cada partido. Asistimos para expresar nuestra solidaridad con el dirigente socialista porque considerábamos injusto —y lo continuo considerando— que fuera a la cárcel un hombre que no se había metido un duro en el bolsillo.

Sala era inocente, pero la ingeniería para financiar los partidos no lo era en absoluto. Todos sabíamos que los partidos se financiaban irregularmente y para justificar nuestra inhibición nos decíamos a nosotros mismos que había que financiar a los partidos por el bien de la democracia. Al final pasa que el encargado de recaudar las comisiones, como Bárcenas, se cree con derecho a quedarse una parte de la mordida. Y los que pagan siempre son los mismos. Recuerdo que el PSC denunciaba comisiones de Ferrovial por la concesión de la autopista Terrassa-Manresa; recuerdo que Ferrovial también figuraba como mecenas de Millet en el Palau de la Música. Ahora parece que Ferrovial está a punto de firmar otro escandaloso contrato aprovechando la pandemia...

González, Aznar, Rajoy dejaron que otros se ensuciaran las manos, pero, a diferencia de sus contemporáneos, Pujol había asumido el encargo hacernos sentir orgullosos de nosotros mismos y ahora ya no lo estamos.