El lunes, por primera vez en la historia, al menos en la historia aquí, un candidato a la presidencia del Gobierno se somete al debate de investidura con la voluntad de no resultar elegido. Pedro Sánchez necesita que le tumben la investidura porque no quiere ser elegido en primera votación de la única forma políticament factible, que es con el apoyo de Podemos y ERC cuando, de hecho, el jueves necesitará prácticamente los mismos apoyos, como mínimo el voto faborable de Podemos y la abstención de ERC, que también es una modalidad de apoyo.

La única razón por la que se ha conovado para el lunes el pleno del Congreso de los Diputados es para hacer una representación distinta de una realidad que no se quiere reconocer. Hasta este extremo llega el teatro político.

Hay que recordar a los desmemoriados que el resultado de las elecciones fue una victoria de las izquierdas tras una campaña que enfrentaba más que nunca la derecha contra la izquierda. Cualquier articulación de una mayoría que no sea de izquierdas supondría una traición a la voluntad democráticamente expresada en las urnas. Sin embargo, la actitud del líder socialista desde el mes de abril hasta ahora ha supuesto un cambio de sentido. De llamar a frenar a la derecha durante toda la campaña ha pasado a frenar a las izquierdas como si se tratara de partidos incompatibles o incapaces con la gobernanza. Más. La única manera que, de acuerdo con los resultados electorales, hoy por hoy puede ser investido presidente Pedro Sánchez es con el apoyo de Podemos y otros grupos aún más indeseables para el líder socialista. ¿Y qué ha hecho Sánchez? Rechazar, acusar y denigrar a los que le deben apoyar. En las últimas semanas hemos visto cómo, de entrada, ha dejado claro que no quiere ser investido con apoyos independentistas. Pero a continuación todos sus esfuerzos han sido dirigidos a denigrar el líder de Podemos para hacerle imposible a Pablo Iglesias justificar su apoyo a la investidura. En las últimas entrevistas de Sánchez y en las declaraciones de sus portavoces, Pablo Iglesias ha sido presentado como un tipo irresponsable, un ambicioso sin escrúpulos y artífice de una mascarada con las bases de su partido. Partiendo de la base de que tenía que ser su aliado preferente, todo apunta a que Sánchez lo ha hecho para que el desacuerdo sea irreversible. Es difícil imaginar un gobierno ni que sea "de cooperación", como se dijo en un principio, con los dos socios peleados antes de empezar. No suele ocurrir. (El precedente catalán es una excepción que confirma la regla).

Pedro Sánchez ha pasado de hacer una llamada durante toda la campaña debe detener la derecha a frenar la posibilidad de un Gobierno de izquierdas que revierta las políticas regresivas del PP

Por lo tanto, si Sánchez aún no quiere ser elegido el martes presidente del Gobierno, el debate que se suscitará tendrá escaso interés más allá de lo que diga sobre cómo piensa gestionar el conflicto catalán, que es la madre del cordero, el problema que mantiene España con gobiernos en funciones desde hace cinco años. Y no hay que esperar nada que no sea la defensa numantina, nunca mejor dicho, de la unidad de la nación española y la condena del soberanismo. Más allá de eso, es probable que se hable más de quién vota qué, por qué lo vota y quién no vota qué y por qué no lo vota.

Estando así las cosas, es imposible no sospechar que Sánchez se encuentre nuevamente amenazado por el deep state español, movilizado para impedir un gobierno de izquierdas que lleve a cabo un verdadero cambio político. Un cambio capaz de derogar las legislaciones regresivas de los Gobiernos del PP como la reforma laboral y que se enfrente con las políticas de austeridad impuestas por el directorio europeo, políticas que, por cierto, han dado como resultado un aumento de las desigualdades que hacen peligrar la convivencia y la estabilidad en todo el continente.

El propio Sánchez reconoció la intromisión de los poderes fácticos en su caída cuando se negó a facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Hay más razones ahora que antes para que estos poderes en la sombra le avisen de que si lo hicieron una vez lo podrán hacer otra. Entonces Sánchez solo era jefe de la oposición y lideraba un partido que hacía aguas por todas partes. Las circunstancias le han llevado a la presidencia del Gobierno, sabe que no tendrá una tercera oportunidad y todo indica que ha decidido incorporarse definitivamente a la cofradía del establishment y ejercer como está mandado al servicio de Su Majestad.