Según la pesimista ley de Murphy, cualquier situación es susceptible de empeorar, lo que nos debería estremecer dado que nos enfrentamos a las peores elecciones de nuestra vida. Después de ocho años de bloqueo político en España a consecuencia del proceso soberanista catalán, nadie es capaz de poner sobre la mesa ninguna iniciativa para superar el conflicto y salir del callejón sin salida, así que pase lo que pase el 28 de abril todo seguirá, como mínimo, igual de mal.

Y nunca como ahora los electores están convocados no para elegir al que consideren mejor para el país, sino solo para impedir lo que consideran peor. No se ha de votar en función de las propuestas que más nos convencen, sino contra las que más nos asustan, lo que significa que estamos condenados a resignarnos a aceptar el mal menor. Esto es un signo inequívoco de decadencia colectiva.

Y nunca como ahora los electores están convocados no para elegir al que consideren mejor para el país, sino solo para impedir lo que consideran peor

Del Partido Socialista apenas se conoce ninguna iniciativa propia de un partido de izquierdas pero todos los sondeos vaticinan que será la fuerza más votada. El argumento principal de la candidatura de Pedro Sánchez, por no decir el único, es que solo el PSOE frenará el acceso de la extrema derecha en el poder. Efectivamente, lo que más rechaza el electorado de izquierdas es la posibilidad de que un partido como Vox pueda gobernar. Sin embargo, quien está haciendo más esfuerzos para hacer visible a Vox es precisamente el PSOE, que acaba de aceptar o, mejor dicho, imponer un debate de candidatos con Vox en la mesa para que promocione su ideario. Obviamente Sánchez lo hace sin tener en cuenta las consecuencias de homologar la extrema derecha y sus ideas como una opción tan legítima como cualquier otra. A Sánchez solo le interesa el auge de Vox porque divide la derecha y moviliza a la izquierda. Conclusión inquietante: No hay complicidad, no lo tienen pactado, pero objetivamente hay una convergencia de intereses comunes entre PSOE y Vox.

El argumento de la derecha, de las tres derechas, ya no es bajar los impuestos a los ricos para dinamizar la economía o imponer el despido libre de los trabajadores. Ahora el argumento principal, por no decir el único, es el rechazo al independentismo catalán. Sin embargo, como la disputa es con el PSOE, su estrategia consiste en poner en el mismo saco a socialistas e independentistas, inventando todo tipo de connivencias y complots para romper España que hacen reír por no llorar.

Incluso en Podemos, dado que las encuestas les pronostican una caída considerable, se han visto obligados a hacer campaña contra el PSOE erigiéndose en la única garantía que impedirá a los socialistas seguir gobernando a las órdenes de los poderes fácticos del Estado.

Todo este guirigay se produce cuando España atraviesa como país uno de sus peores momentos. La economía no va bien —el doble de paro que la media de la zona euro— y las perspectivas son de ir a peor; las instituciones del Estado están desacreditadas, y, según el CIS, la gente desconfía sobre todo de los políticos. La regeneración es algo urgente pero necesariamente hay que empezar por resolver el conflicto catalán que es lo que impide a España salir adelante. Y hasta ahora tenemos el bloque de derechas dispuesto a agravar y eternizar el conflicto y una izquierda que ni dice ni hace nada.

Estamos ante las peores elecciones de nuestra vida porque no se ve a nadie dispuesto a resolver ningún problema, pero sobre todo porque una parte de los candidatos están en la cárcel y hace tanto tiempo, que nos estamos acostumbrando peligrosamente a la infamia