El problema racial en los Estados Unidos no es un fenómeno nuevo en absoluto. La violencia policial sistemática contra los afroamericanos está cifrada y documentada. Lo que hacía tiempo que no pasaba es que el presidente, en vez de intentar poner paz, se esforzara en excitar los ánimos. Es lo que hace Donald Trump desde que accedió a la presidencia y muy especialmente estos días después de que por enésima vez un policía blanco, Dereck Chauvin, ahogara a un ciudadano negro desarmado que gritaba "I can't breath".

En la ciudad de Minneapolis (Minnesota), el agente Chauvin, cuya brutalidad ya había sido objeto de 18 expedientes, asfixió a Floyd en el suelo apretando con la rodilla sobre su cuello. Hasta 16 veces Floyd pronunció la frase "No puedo respirar" antes de morir. Las protestas y los disturbios estallaron inmediatamente por todo el país y muy especialmente en la capital, Washington D.C., e igual de rápido Trump, en el colmo del cinismo, se ha erigido en abanderado de la ley y el orden, incitando a la represión indiscriminada.

Lo que ha cambiado de un tiempo a esta parte es que antes la gente prefería y votaba mayoritariamente a representantes políticos que preconizaban la paz y la resolución de los conflictos y ahora parece que el conflicto se ha convertido en algo atractivo y sobre todo rentable, visto cuantos se esfuerzan en sacarle provecho

Donald Trump busca el conflicto porque es una manera aglutinar la mitad del país, y eso porque, por alguna razón, la gente que se siente perjudicada necesita a un culpable (los inmigrantes o en general los diferentes) y tiene ganas de guerra. Desde que Trump accedió a la presidencia, han aumento los crímenes de odio contra las minorías y las demostraciones de fuerza de grupos racistas como el Ku Klux Klan. También los ataques a sinagogas y la profanación de cementerios judíos.

Trump ganó las elecciones en 2016 porque supo convencer a la clase trabajadora blanca, víctima de la crisis del 2008 y afectada por las deslocalizaciones de las grandes industrias, de que volvería a levantar la economía. Ahora, a pocos meses de las elecciones, hay 40 millones de ciudadanos norteamericanos en paro. Como medida contra las consecuencias económicas de la pandemia, el presidente repartió cheques de mil dólares o más, ilustrados con su cara, entre todos los ciudadanos pobres o ricos de los Estados Unidos. Aún así, la valoración desfavorable del presidente ha aumentado progresivamente superando el 53% de la ciudadanía y la consideración negativa de la gestión de la crisis del Covid-19 supera el 60%. En los estados industriales que fueron clave en la victoria de 2016, Pensilvania, Wisconsin y Míchigan, Trump pierde en todas las encuestas frente al candidato demócrata Joe Biden...

Así que en el estallido de Minneapolis ha encontrado Trump su gran oportunidad de recuperar la iniciativa con la paradoja de proclamar ley y orden a base de atizar el fuego. Como las protestas tienen una vertiente violenta y van acompañadas de saqueos, Trump se ha puesto incluso por encima de los gobernadores estatales amenazando con sacar el ejército a la calle para parar las protestas. Es la actitud propia de un dictador, pero con la cual ha conseguido monopolizar el protagonismo político. ¿Qué ha hecho su adversario electoral, Joe Biden? El candidato demócrata ha tardado cuatro días en hablar y su discurso no acaba de satisfacer a nadie. Necesita ponerse de parte de los que protestan, primero, porque las protestas están más que justificadas; segundo, porque la minoría afroamericana es clientela electoral fundamental de los demócratas, pero al mismo tiempo está obligado a condenar la violencia de los manifestantes para no parecer un gobernante débil y a defender el honor y la profesionalidad de los cuerpos policiales...

Lo que ha cambiado de un tiempo a esta parte es que antes la gente, quizás escarmentada por las guerras del siglo XX, prefería y votaba mayoritariamente a representantes políticos que preconizaban la paz, el entendimiento, el pacto y, sobre todo, la resolución de los conflictos. Ahora parece que la paz ya no vende y el conflicto se ha convertido en algo atractivo y sobre todo rentable, visto cuantos se esfuerzan en sacarle provecho aquí, allí y acullá.