Donald Trump ha querido figurar en los libros de historia como el primer presidente de Estados Unidos que ha visitado Corea del Norte. Ha sido un infame gesto de reconocimiento y apoyo al régimen político más sanguinario del planeta. Incluso el Wall Street Journal le ha reprochado la adulación al tirano Kim Jong-un. Según un informe de Naciones Unidas, en Corea del Norte hay entre 80.000 y 120.000 presos políticos a los que se aplica sistemáticamente "atrocidades indenominables" que incluyen "exterminio, asesinato, esclavitud, tortura, encarcelamientos prolongados, violencia sexual, abortos forzosos, privación de alimento, desplazamiento forzoso de poblaciones y persecución por motivos políticos, religiosos, racionales o de género”.

Con su gesto, Trump ha vuelto a decir al mundo que Estados Unidos no moverá un solo dedo en defensa del respeto de los derechos humanos más elementales y los valores democráticos. Tampoco lo hará Vladímir Putin, el líder ruso tan empático con los sátrapas como Kim o como Bashar al-Asad. Y tampoco lo hará, por supuesto, Xi Jinping, el dictador chino, dispuesto ahora a acabar con la libertad de los ciudadanos de Hong Kong.

Los jóvenes de los paraguas de la ex colonia británica saben que se juegan la libertad y por ello han radicalizado la protesta hasta asaltar el Parlamento. Paradójicamente, la policía les dejó hacer. Era, según dijo el comandante, una "retirada táctica". Y a continuación, la jefa del gobierno, Carrie Lam, se llenó la boca condenando cínicamente "el total desprecio al estado de derecho" y anunciando represión vía judicial. Luego, una vez más, cientos de miles de ciudadanos en un país de siete millones de habitantes salieron a la calle en defensa de sus libertades. Lo tienen difícil, porque la influencia política y económica de Pekín ha cortado en seco la solidaridad del resto de potencias. Ya ni el Dalai Lama es bien acogido por los gobiernos occidentales por el miedo a las represalias... comerciales.

Participan en esta deriva antidemocrática caudillos de diversos países que, amparados en el voto popular conseguido mediante engaños populistas se declaran discípulos de Donald Trump dispuestos como el presidente de Estados Unidos a pervertir la democracia restringiendo libertades e imponiendo prácticas discriminatorias contra las minorías. Es el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, pero la epidemia se extiende por Europa: Hungría, Polonia, y ahora incluso Italia.

El martes, en Estrasburgo, miles de catalanes han proclamado que no están dispuestos a perder la esperanza, sabedores de que el camino que tome la Unión Europea determinará el futuro de la democracia en el mundo

Y forma parte de esta involución el lamentable espectáculo que se vivió ayer en el Parlamento Europeo con la aquiescencia del Tribunal General de la Unión. A tres diputados electos se les negaron sus derechos de representación política y en más de dos millones de ciudadanos europeos su derecho a ser representados. El argumento del Tribunal General no es que les falte un voto sino que vuelve a ser que les falta un papel, pero no entra en el fondo de la cuestión. Y admitiendo que ambos candidatos han sido proclamados diputados en el Boletín Oficial del Estado, da más importancia a que sus nombres "no estaban incluidos en la lista enviada por las autoridades españolas", y por tanto no encuentra "ninguna base sobre la que el Parlamento habría tenido que atribuir un escaño con carácter provisional hasta que sean verificadas sus credenciales". Es decir, que el Tribunal duda y ante la duda prefiere dejar más de dos millones de ciudadanos sin representación. Son ciudadanos europeos residentes en España, pero políticamente lo dejó claro el diputado irlandés Matt Carthy, se trata de "la voz del pueblo catalán" que si se silencia "socavará la credibilidad de la cámara europea". Ya no hay ninguna duda de que Catalunya se ha convertido definitivamente en un sujeto político en conflicto que Europa no podrá ignorar.

La decadencia de la democracia en el mundo, propiciada por la renuncia del presidente de Estados Unidos a defender los valores fundacionales de su país, sólo podrá ser contrarrestada por Europa que es donde nació la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) y donde se firmó la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). El camino que tome la Unión Europea determinará el futuro de la democracia en el mundo y todos los gestos, por irrelevantes que puedan parecer a primera vista, tienen su trascendencia. Este martes en Estrasburgo, miles de catalanes protestaban como una manera casi heroica de negarse a perder la esperanza.