A primeros de marzo, cuando la pandemia del coronavirus asolaba Italia, los presos de 27 centros penitenciarios del país se amotinaron. Protestaban contra la suspensión de las visitas, contra las medidas de confinamiento en las celdas y reivindicaban desde confinamientos domiciliarios hasta excarcelaciones e indultos. Las protestas crecieron hasta provocar incendios y fugas. Lo mismo ocurrió en otros países, que optaron por excarcelaciones masivas. Estados Unidos, Canadá, Alemania e incluso Irán han liberado a miles de detenidos. De la cárcel más poblada de Alemania, la de Renania del Norte-Westfalia, se liberó a 1.000 prisioneros.

La situación captó la atención de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, que hizo un llamamiento para sugerir a todos los países la liberación de presos de baja peligrosidad en el mundo. “Mantener reos en detención durante la crisis del Covid 19 —escribe Bachelet— conlleva un alto riesgo y debería ser una medida de último recurso. Con brotes en aumento y un número creciente de muertes en prisiones y otras instituciones en muchos países, las autoridades deberían actuar ahora”.

Era una hipótesis factible que los tribunales españoles, tanto el Supremo como el Constitucional, harían de la necesidad virtud y aprovecharían la oportunidad de la pandemia del coronavirus para hacer un gesto de humanidad con los presos en general y los presos políticos catalanes en particular. Como se verían prácticamente obligados por las circunstancias, podrían gesticular y fingir la imparcialidad con los presos independentistas que no han demostrado hasta ahora, de cara a los desafíos futuros ante los tribunales europeos, donde, por cierto, han perdido hasta ahora todas las batallas. Nada de eso. Todo lo contrario, así que se han empezado a tomar medidas para esponjar las cárceles y dictar confinamientos domiciliarios, rápidamente el Tribunal Supremo se ha apresurado a advertir y amenazar específicamente contra la excarcelación de los presos políticos catalanes.

Se suele decir que en los momentos difíciles sale lo mejor y lo peor de cada uno. No sé qué deben tener de mejor estos magistrados cuando en momentos de tragedia colectiva su obsesión sea este ensañamiento inhumano

¿Y cómo lo han hecho? Sin atreverse a dar la cara. Ya se puede buscar en la web del Tribunal Supremo, que no consta la amenaza por escrito. No hay ni un solo documento oficial que se atreva a decir esto: “En el caso de que la Junta de Tratamiento de las cárceles donde se encuentran los presos de la causa del procés acuerde su excarcelación para cumplir el confinamiento en sus respectivos domicilios, el Tribunal Supremo se dirigirá a cada una de esas juntas de régimen general y al director/directora de los centros respectivos para que a la mayor brevedad expliquen el fundamento jurídico que justifica esa decisión e identifiquen de forma nominal a los funcionarios que han apoyado ese acuerdo. Ello se enmarcaría en la exigencia de responsabilidades penales por la posible comisión de un delito de prevaricación”.

No es ni una nota de prensa. ¡Es un whatsapp! ¡Un whatsapp que no firma nadie! Los medios han tenido que pedir confirmación y han sido autorizados a citar "fuentes del Tribunal Supremo", pero anónimas claro. Volvemos a la vieja estrategia de "conseguir el efecto sin que se note el cuidado". No corresponde al Tribunal Supremo amenazar, advertir ni asustar a la gente, por eso no dan la cara. Los jueces y los fiscales deben actuar ante hechos. Los hechos a los que hacen referencia no se han producido, pero se ha abierto la posibilidad de que se produzcan. Lo quieren impedir, pero no pueden hacerlo a priori, así que, tirando la piedra y escondiendo la mano, han amenazado a los funcionarios para disuadirlos.

Se suele decir que en los momentos difíciles es cuando se conoce mejor a las personas, porque es cuando sale lo mejor y lo peor de cada uno. No sé qué deben tener de mejor estos magistrados cuando en momentos de tragedia colectiva su obsesión sea este ensañamiento inhumano que denota una obsesión enfermiza.

A algunos nos duelen profundamente los encarcelamientos que consideramos injustos, pero a todos nos deberían asustar este tipo de justicieros que hurgan en lo peor de mí mismo, porque, como dejó escrito Joan Fuster, "me odian, y eso no tiene importancia; pero me obligan a odiarlos, y eso sí que la tiene".