La frivolidad de Pedro Sánchez ha situado la peor crisis política del Estado en medio de una campaña electoral y la incapacidad de los líderes políticos de no ver más allá de las encuestas contribuye a alargar y agravar el conflicto. El pasado diciembre, la única iniciativa de diálogo del presidente del Gobierno, cuando se reunió en Barcelona con el president de la Generalitat, fue dinamitada por la caverna. "La rendición de Pedralbes", tituló El Mundo y "Sánchez claudica ante Torra", abría en portada La Razón. Inmediatamente, todo un presidente elegido con el apoyo de los grupos independentistas tiró la toalla. Él sí que claudicó, pero ante sus adversarios políticos renunciando a formular ninguna propuesta de diálogo. Tiene tanto miedo a los que lo quieren desalojar del poder que ha optado por imitarlos, una estrategia política que, estadísticamente hablando, suele acabar en desastre. El presidente español no quiere reunirse con el presidente catalán y se inventará todas las excusas que hagan falta para no tener que fotografiarse al lado del máximo representante del Estado en Catalunya. Todo muy elevado.

Mejor con Buch que sin él. Las peticiones de dimisión del conseller de Interior huelen a electoralismo. La CUP, que se presenta a los comicios del 10-N, y los comunes, lo hacen abiertamente, y Esquerra Republicana con la boca pequeña. Es una obviedad que si Buch dimitiera el Gobierno del Estado aprovecharía inmediatamente la ocasión, con la excusa del vacío de poder, para asumir las competencias y el control del orden público en Catalunya y probablemente sería para siempre. Algunos líderes de la izquierda independentista sostienen que da igual que mande Buch o Marlaska si el resultado es la represión. No piensan así algunos abogados de los detenidos que han comprobado la diferencia que hay cuando el atestado lo firma un mosso o un policía nacional. Ciertamente, hay mossos que practican el ardor guerrero con tanto entusiasmo como sus homólogos excitados con el a por ellos y corresponde al conseller de Interior detectarlos y apartarlos. Sin embargo, sin conseller de Interior el ardor guerrero se convertirá en un mérito.

Algunos abogados de los detenidos han comprobado la diferencia que hay cuando el atestado lo firma un mosso o un policía nacional

Recuerdo del Mayo francés. Algunos comentaristas que ahora se escandalizan con los disturbios provocados por la sentencia del Supremo presumían no hace tanto de haber participado o haberse inspirado en la revuelta de mayo del 68, de la cual todo el mundo tiene un recuerdo romántico y un reconocimiento que la movilización de los estudiantes en París cambió la historia y la cambió a mejor. Es lo que suele pasar cuando la política convencional no da respuestas y ahoga cualquier esperanza, que los jóvenes buscan la playa bajo los adoquines. En Francia ahora comparan cifras de la revuelta del 68 con el conflicto planteado por el movimiento de los Chalecos Amarillos. Los datos oficiales del 68 todavía son material clasificado, pero las fuentes más solventes señalan un balance de 8 muertos, 2.000 heridos y cerca de 1.500 arrestos en tres días. A la protesta de los Chalecos Amarillos se atribuyen 11 muertos, 3.200 heridos y 8.000 detenciones. El balance que ha hecho el ministro Marlaska de la primera semana de protestas por la sentencia del Supremo señala a 600 heridos, entre ellos 288 policías, y 194 detenciones.