Las catástrofes como el temporal Gloria obligan a reflexionar y el debate de fondo siempre acaba situándose entre el país que tenemos y el país que queremos, o cómo son las cosas y cómo deberían ser. Las previsiones sobre la borrasca han permitido tomar medidas para reducir los estragos de la tormenta, que suelen ser en gran parte inevitables, porque no puede haber todo un país preparado al cien por cien para hacer frente a cualquier excepcionalidad que pueda surgir una vez cada veinte años. Sin embargo, hay medidas que afectan a la cotidianidad que se deben tomar y no se toman. El alcalde de Deltebre, Lluís Soler, ha reconocido que un temporal como el Gloria no tiene precedentes, pero al mismo tiempo, ha denunciado el "abandono histórico" de las administraciones que sufren las Terres de l’Ebre.

Parece que esta vez la reacción de las administraciones ante la catástrofe ha sido rápida y efectiva, pero sólo en la medida de lo que era posible dadas las condiciones del territorio. El Govern de la Generalitat y los alcaldes han sido capaces de trasladar a la población una sensación que durante un tiempo se notaba menos, como es que hay un Govern que gobierna y que está atento a las urgencias de la ciudadanía. De hecho, ha habido incluso un exceso de visibilidad de los responsables políticos disputándose infantilmente el protagonismo ante las cámaras, cuando las informaciones más necesarias las tenían que hacer los responsables técnicos de los servicios de protección.

Ciertamente los gobernantes deben mostrarse cercanos al sufrimiento de la gente, pero su función principal no es compartir el dolor, sino hacer todo lo necesario para evitarlo. Esto nos lleva de nuevo al dilema que afecta sobre todo las fuerzas soberanistas que gobiernan, entre sus responsabilidades de Govern y su orientación política dirigida a superar la fase autonómica. Y hay que decir que sin la autoridad moral de un buen gobierno es difícil argumentar cualquier otra reivindicación. Dicho más crudamente: menos chupar cámara y más gobernar.

No se trata de ganar la independencia para hacer un país mejor, sino de hacer un país mejor que haga ver a todo el mundo la conquista de la soberanía como un bien común y tan necesario que se convierta inexorable

Durante demasiado tiempo el legítimo debate sobre el camino hacia la independencia ha tenido el efecto de relegar una serie de debates que son necesarios si queremos tener el país preparado para el futuro. En este sentido, se echa en falta saber quién y cómo se encarga de pensar qué país queremos para las próximas generaciones. Si no sabemos hacia dónde vamos, corremos el riesgo de no llegar a ninguna parte. Y hay que decir que sin un buen gobierno y sin una estrategia de futuro en los ámbitos económicos, sociales y territoriales difícilmente se puede generar el consenso nacional necesario para conquistar un nuevo statu quo político.

El Govern de la Generalitat está comprometido con la agenda 2030 de Naciones Unidas que estableció en 2015 diecisiete objetivos de desarrollo sostenible. Existe un Plan Nacional para la Implementación de la Agenda 2030 en Catalunya y una Aliança Catalunya 2030 de actores públicos y privados. Seguro que se ha producido en este ámbito abundante e interesante literatura sobre el país que queremos, de la que nadie sabe absolutamente nada, y sin saberlo difícilmente la gente se sentirá interesada ni comprometida. Hemos comprobado estos días en la televisión y en la radio la cantidad de técnicos y científicos de reconocida solvencia que sólo pueden actuar voluntariosamente por su cuenta y que están bien dispuestos a arremangarse así que alguien con autoridad, con autoridad política, pero también con autoridad moral y con la solvencia suficiente, les provea de las herramientas que necesitan para ponerse a trabajar.

Ciertamente, el sistema autonómico limita la capacidad de decisiones y es por eso que la reivindicación soberanista ha crecido en los últimos años, pero lo que no tiene ningún sentido es no utilizar las pocas herramientas disponibles para cargarse razones. No basta afirmar que la autodeterminación es un derecho. La única manera de "ensanchar la base" es seducir a la ciudadanía con un proyecto de país estimulante. No se trata de ganar la independencia para hacer un país mejor, sino de hacer un país mejor que haga ver a todo el mundo la conquista de la soberanía como un bien común y tan necesario que se convierta inexorable.