No hace mucho, comentaba con un empresario de éxito que simpatiza con la causa soberanista la falta de una estrategia clara de los partidos independentistas afectados por la situación de prisión y exilio que sufren sus líderes. Y el empresario en cuestión me respondió: a veces la única estrategia posible es hacer lo contrario de lo que quieren o esperan los adversarios.

Me ha recordado la conversación a la reacción casi histérica de los medios españoles y catalanes adictos a la cruzada antisoberanista ante el anuncio de que el president Carles Puigdemont encabezará la candidatura de Junts per Catalunya en el Parlamento Europeo. Si los adversarios se angustian tanto y sólo le encuentran que pegas, obstáculos, problemas y críticas, señal de que la idea, desde el punto de vista soberanista, no será tan mala.

Con Carles Puigdemont se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo, pero no hay duda de que con su manera de hacer se ha convertido en el principal quebradero de cabeza de España. Los medios adictos se refieren a él como si se tratara de un enemigo público. Y lo más divertido es cómo los comentaristas encarnizadamente antisoberanistas se permiten dar consejos a los soberanistas sobre lo que deben y no deben hacer. Y siempre el primer consejo es acabar con Puigdemont. "Defenestrar a Puigdemont", proponía el fin de semana José Antonio Zarzalejos en El Periódico. "Plantar cara a Puigdemont y Torra", proponía Alberto Fernández Díaz, el histórico concejal del PP en La Vanguardia en un artículo titulado "Si yo fuera independentista". El País continúa presentando al 130 president de la Generalitat como un facineroso, exactamente como un "asaltante" en el último episodio... No se ha confirmado que Carles Puigdemont haya tranquilizado a su gente con una frase en castellano: "Ladran, luego cabalgamos".

Puigdemont sigue siendo un dolor de cabeza porque pone en evidencia en Europa la deriva antidemocrática del estado español

Curiosamente, cuando se anunció que Oriol Junqueras encabezaría la candidatura de ERC en el Parlamento Europeo, no hubo tanta alarma. La diferencia es obvia. La suerte de Junqueras depende del Tribunal Supremo. Junqueras es un asunto interno español que se gestiona en Madrid. En cambio, Puigdemont es un asunto europeo. Sigue siendo un dolor de cabeza porque pone en evidencia en Europa la deriva antidemocrática del estado español. El mismo Alfredo Pérez Rubalcaba, presunto socialista al servicio de Su Majestad, reconoció cuando se planteó la investidura de Puigdemont que "el Estado debe pagar el coste de sacar a Puigdemont del medio" y animaba a Rajoy a ser "hábil" impidiendo la investidura con el menor coste de descrédito democrático para el Estado.

Con estos antecedentes no se puede descartar que el Estado pondrá a trabajar a todos los ingenieros jurídicos a su alcance para inventarse una excusa que permita impugnar la candidatura de Puigdemont. Si no lo consiguen, impedirán por todos los medios que Puigdemont obtenga, caso de ser elegido, el acta de diputado. Y si Puigdemont volviera a territorio español, "con razón o sin ella" como cantan los legionarios, lo detendrán y lo encarcelarán con cualquier pretexto por mucha inmunidad que pueda alegar. Ahora bien, toda esta secuencia tendrá un enorme costo político no sólo para España. Será una continua interpelación a la Unión Europea, porque, en definitiva, lo que se está dirimiendo sigue siendo si la voluntad democráticamente expresada por los catalanes, que son ciudadanos europeos, puede ser sistemáticamente invalidada, ya sea cuando votan un Estatut, cuando eligen a un presidente o eligen a un eurodiputado.

A pesar de todas las resistencias que han demostrado hasta ahora, más tarde o más temprano, las instituciones europeas deben responder, porque la deriva antidemocrática no es un fenómeno exclusivamente español. Hungría, Polonia, España... el ideal europeísta está tambaleándose y según sea la respuesta a los desafíos puede pasar como en los años treinta, cuando las democracias cedieron el paso al fascismo, al nazismo y al comunismo. Si pasó una vez, quién dice que no puede volver a ocurrir.