Brenton Tarrant, el terrorista que atacó las mezquitas de Christchurch (Nueva Zelanda) y causó 50 muertos, había decorado sus armas con varias inscripciones reivindicativas, entre ellas "1571", el año de la victoria de los católicos sobre el imperio otomano en la batalla de Lepanto. Se trata de una referencia común a los movimientos de la extrema derecha europea. Javier Ortega Smith, dirigente de Vox y que ejerce como acusador particular en el juicio del procés, también hizo una referencia reivindicativa de la batalla de Lepanto en una reciente conferencia que dictó en el Parlamento europeo.

Antes del atentado, Tarrant recorrió Europa y estableció relaciones con movimientos fascistas de varios países, entre ellos España. Entre las inscripciones de sus fusiles figuraba también el nombre de Josué Estébanez, neonazi español condenado por asesinar a un joven antifascista.

El terrorismo de extrema derecha está aumentando en Occidente y no por casualidad. Tarrant también relataba en sus escritos su admiración por Donald Trump, a quien consideraba "símbolo de la identidad blanca renovada". Desde que Trump accedió a la presidencia, los crímenes de odio han crecido exponencialmente en Estados Unidos. Según un informe del FBI, solo el primer año aumentaron el 17% y el crecimiento es sostenido. De los 7.100 delitos de odio denunciados en 2017, tres de cada cinco eran ataques por motivos de raza o de origen étnico y el resto tenían relación con la religión o la orientación sexual de las víctimas. El Southern Poverty Law Center ha identificado 1.020 grupos de odio en Estados Unidos activos sobre el terreno y en las redes. Se han multiplicado las profanaciones de cementerios judíos y los grupos afines al Ku Klux Klan han intensificado su presencia intimidatoria en la calle.

La promoción de ideas que fomentan el odio y rechazan la democracia tiene como efecto más alarmante el contagio a grupos políticos convencionales que van cediendo paso a la intransigencia como hicieron las democracias en los años 30, con las consecuencias conocidas

Aunque con altibajos, con contradicciones e hipocresías, desde el final de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos ejerció un cierto liderazgo moral en el mundo basado en la defensa de los derechos humanos y los valores democráticos. Sin embargo, estas referencias han desaparecido totalmente desde que Donald Trump accedió a la presidencia. A diferencia de sus antecesores, el 45º presidente ha avalado a los dictadores más sanguinarios del planeta, recibiéndolos con todos los honores en la Casa Blanca o reuniéndose con ellos para proclamar su apoyo. Desde Kim Jong Un, de Corea del Norte, a Prayut Chan-O-Cha, de Tailandia, pasando por Rodrigo Duterte de Filipinas, por poner solo tres ejemplos.

Además, Trump ha creado escuela. En varios países de Europa y en América han conquistado el poder líderes autoritarios que desprecian los valores democráticos. Ha pasado en la Hungría de Viktor Orbán, en la Polonia de Mateusz Morawiecki y en el Brasil de Jair Bolsonaro. Los identifica el supremacismo, la xenofobia y las políticas discriminatorias y todos se consideran miembros del club de fans de Donald Trump.

El ideólogo de Trump, Steve Bannon, es el encargado de exportar la involución antidemocrática y está repartiendo el virus en todo el planeta con un éxito mayor de lo que parece. No solo ayuda e instruye a líderes de partidos ultraderechistas como ha hecho con el Vox español. La tarea más eficiente de Bannon ha sido la promoción a través de la red de ideas regresivas que fomentan el odio, rechazan la democracia y ensalzan la violencia. Y el efecto más alarmante es el contagio -o la inflitración- en grupos y líderes políticos convencionales que retroceden y van cediendo paso a la intransigencia, que es lo mismo que pasó en los años 30, con las consecuencias conocidas.

El presidente del Parlamento europeo defiende a Mussolini, abre la puerta a Vox y cierra la institución al president Puigdemont

Sin ir más lejos, Antonio Tajani, presidente del Parlamento europeo, ya no encontró inconveniente en declarar que el dictador fascista Benito Mussolini hizo "cosas positivas", para añadir que este reconocimiento era un “acto de honestidad”, porque "cuando se hace un juicio histórico hay que ser objetivo". Tajani no habría dicho esto hace solo tres o cinco años. Antes de pronunciar estas palabras, Tajani prohibió un acto en la sede de la Eurocámara en Bruselas en la que debían intervenir los presidentes Puigdemont y Torra y, en cambio, autorizó otro en que debía hablar el dirigente de Vox Javier Ortega Smith para reivindicar la batalla de Lepanto.

Alfonso Guerra, exdirigente del PSOE, también dijo recientemente que "algunas dictaduras tienen eficacia en el terreno económico" y puso como ejemplo la dictadura del general Pinochet en Chile. Su correligionario Alfredo Pérez Rubalcaba también consideró prioritario impedir como fuera la investidura de Carles Puigdemont como president de la Generalitat, a pesar del descrédito democrático que ello supondría para el Estado. Ni el uno ni el otro tampoco se habrían atrevido a decirlo hace unos años, y ahora ya no les da vergüenza alguna.

La Junta Electoral Central ha ordenado la retirada de lazos amarillos de los edificios públicos de Catalunya que reivindican la libertad de los presos por considerar que se trata de un símbolo partidista. En cambio, ni la Junta Electoral ni el Tribunal Supremo han puesto objeción alguna a que un partido de extrema derecha como Vox utilice el juicio del procés para hacer campaña partidista con unas elecciones convocadas.

Como recuerda el profesor Timothy Snyder en su ensayo Sobre la tiranía, "la historia europea del siglo XX nos muestra que las sociedades pueden escindirse, las democracias pueden derrumbarse, la ética puede fracasar y hombres normales y corrientes se pueden encontrar plantados ante fosas de fusilados con armas en las manos. Nos sería muy útil hoy en día entender el porqué".