La noche de las elecciones, Pedro Sánchez tardó en salir e hizo el peor discurso de su vida porque no podía dar ninguna pista de lo que estaba haciendo. Una vez comprobado que el resultado de Vox hacía imposible que el PP facilitara su investidura, notando que su cabeza ya olía a pólvora, Sánchez se apresuró a asegurarse la única manera de seguir de presidente: pactar con Pablo Iglesias. Esa misma noche ya le dio enseguida al líder de Podemos todo lo que le había negado de manera ofensiva y humillante unas semanas antes. Sánchez no podía permitirse perder ni un segundo, necesitaba un sí inmediato de Iglesias para anunciar públicamente la coalición como un hecho consumado e irreversible. El presidente en funciones sabía que si la cosa se alargaba, la vieja guardia de su partido y los poderes fácticos del Estado habrían vuelto a movilizarse, como ya hicieron en 2016 y también en la pasada legislatura, para reventar la coalición.

No hay que olvidar que Sánchez ya intentó lo que Alfredo Pérez Rubalcaba (DEP) describió como "gobierno Frankenstein" y la vieja guardia se lo cargó. Lo mismo ocurrió en la legislatura frustrada, cuando Sánchez llegó a ofrecer la coalición a Podemos, y enseguida tuvo que retirar la oferta sin apenas ningún argumento. La vetaron, entre otros, sus correligionarios. Ahora no han tardado en surgir las reacciones críticas con el acuerdo del martes procedentes de voces tan significadas como Felipe González, Juan Carlos Rodríguez Ibarra y el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, aspirante a liderar el partido, lo que confirma que los peores enemigos de Pedro Sánchez los tiene en casa, dentro del PSOE, y no parecen muy dispuestos a tirar la toalla. El bombardeo político y mediático contra el acuerdo Sánchez-Iglesias no ha hecho más que empezar y aunque Sánchez se cuidó de llenar las listas de candidatos afines para asegurarse un grupo parlamentario fiel, no se puede descartar el "tamayazo", es decir, alguna traición en el momento oportuno.

ERC ya tiene asumido facilitar la investidura porque Pere Aragonès, que aspira a la presidencia de la Generalitat, también necesita imperiosamente el apoyo de los comunes para aprobar los presupuestos catalanes

Desde este punto de vista, la estrategia de los grupos independentistas, que vuelven a ser determinantes, también es más complicada de lo que parece, porque facilitar de entrada las cosas a Sánchez implica normalizar una situación con presos políticos; pero tumbar la legislatura equivale a entregar el poder a un gobierno PSOE-PP sin Sánchez para ir contra los independentistas o ir a nuevas elecciones para que gobierne la extrema derecha anticatalana. También es cierto que hay independentistas partidarios de la teoría del cuanto peor, mejor, según la cual con un Gobierno agresivo contra Catalunya, el apoyo a la independencia crecería hasta caer por su propio peso. Es una teoría.

En todo caso, no ha de sufrir Pedro Sánchez por los independentistas porque, no hay que engañarse, ERC ya tiene asumido facilitarle la investidura. Tiene muchos más motivos para hacerlo que para hacer lo contrario. En contra, sólo tiene su ancestral complejo respecto de Convergència y el miedo a perder votos por la banda unilateralista, pero lo cierto es que su crecimiento electoral se ha producido cuando ha acentuado su moderación. En cambio, propiciar un gobierno de la derecha angustia considerablemente a los presos y a sus familias, la situación en la calle, instalada en el esquema acción-represión, se encarnizaría e incluso los partidos independentistas terminarían ilegalizados... Pero bueno, hay otra razón más inmediata y determinante. La prioridad de ERC es ganar las elecciones al Parlament de Catalunya y su candidato será muy probablemente el actual vicepresident, Pere Aragonès. También es el conseller de Economia y no podría presentarse con imagen de ganador si durante su mandato no ha conseguido aprobar unos presupuestos. Obviamente, sólo tendrá mayoría para aprobarlos, es decir, sólo conseguiría el apoyo de los comunes ―y quizás el PSC― si ERC da el plácet al pacto PSOE-Podemos. Así que Pedro Sánchez no debe sufrir por los independentistas, sino por sus compañeros socialistas. Ya lo dice el refrán castellano: "Líbreme Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me encargo yo". Tendrá que arremangarse