Los catalanes suspendían la gestión del Govern de la Generalitat, según los sondeos de la propia institución, pero han vuelto a depositar prácticamente la misma confianza en los partidos que formaban la coalición tan problemática de Junts per Catalunya con Esquerra Republicana. Así que la mayoría independentista se ha mantenido y ha crecido no porque guste como gobiernan estos partidos, sino porque consideran que los otros son peores. Y lo son en la medida en que apuestan por la represión, por el 155, las porras y las represalias. De hecho, el resultado de las elecciones es un nuevo pronunciamiento de dignidad y resistencia de la sociedad catalana contra la represión.

Dicho esto, no conviene abusar de la paciencia de la gente. La represión continúa y continuará, como lo ha dejado claro este lunes mismo la Fiscalía impugnando el tercer grado de los presos, pero sin un buen gobierno será difícil que los ciudadanos no se desentiendan como han hecho gran parte de los que ahora se han abstenido. Se confía tan poco en las posibilidades de acuerdo entre ERC y JxCat que todo el mundo ve factible que se tengan que repetir las elecciones. ¿Pero a quién le interesa repetir las elecciones? Obviamente a los que han perdido, los que no pueden gobernar, y harán todos los posibles para que eso pase. Es evidente que si los independentistas vuelven a demostrar que son incapaces de remar en la misma dirección, no sólo perderán las elecciones. Puede que la gente los reciba en los pueblos lanzándoles tomates.

Si Aragonès no cierra un acuerdo rápido con JxCat y la CUP, Illa se adelantará, pondrá en marcha el reloj y en dos meses cualquier chispa puede provocar una tragedia

Y para evitar el riesgo de nuevas elecciones, el único modo es cerrar un acuerdo lo más rápido posible y no parece fácil. Después de la experiencia de los últimos años es comprensible que algunos dirigentes de Esquerra Republicana no tengan demasiadas ganas de repetir la coalición con JxCat e intenten primero otras fórmulas que ni política ni aritméticamente acaban de cuadrar y, en todo caso, dejar para más adelante un pacto con JxCat que no permita a los de Puigdemont prodigarse mucho como alternativa. Todo esto es posible, pero requiere tiempo y el tiempo, decía Churchill, es más importante en política que en gramática.

Antes de veinte días tiene que haber un acuerdo para la presidencia del Parlament, que ya es un cargo fundamental, generalmente la primera contrapartida dentro de un acuerdo de investidura. Durante los diez días siguientes, el nuevo presidente de la cámara hará la ronda de consultas y tendrá que proponer para la investidura al candidato que reúna más apoyos. Si entonces Pere Aragonès ya ha cerrado el pacto con JxCat y la CUP, la legislatura arrancará sin demasiados problemas. Sin embargo, si Aragonès no puede garantizar la mayoría, el presidente del Parlament no tendrá más remedio que proponer la candidatura de Salvador Illa, que ya ha dejado claro que se postulará. Y seguramente Illa no conseguirá la presidencia, pero pondrá el reloj en marcha, y las negociaciones posteriores con JxCat y la CUP a la vez y a contrarreloj ya no serán tan fáciles, ni tan cordiales. Durante dos meses puede pasar cualquier cosa que altere el escenario y seguro que se producirá alguna ofensiva desestabilizadora. El riesgo de tener que repetir las elecciones presionará sobre todo a Pere Aragonès, que ahora puede ser president teniendo que tragarse algún sapo, pero después puede ser que ni con sapos ni con ranas. Vale más pájaro en mano que ciento volando.