Las vacaciones son sobre todo para desconectar. Para desconectar del trabajo y de las angustias cotidianas, pero no siempre es posible. Sinceramente, aquí un servidor necesitaba desconectar del procés. El procés nos ha afectado mucho a todos, pero a algunos nos ha determinado la vida, porque hemos tenido procés en casa, con los amigos, con los vecinos... y en el trabajo. Y uno no es de piedra ni de goma. Una manera de facilitar la desconexión es viajar. Lo dice el bolero aquel que "la distancia es el olvido". Unos amigos nos convencieron para ir a Montenegro, "un lugar poco conocido con mar y montaña y espacios vírgenes donde el turismo todavía no ha arrasado con todo". Y hemos tenido procés hasta en la sopa.

Hay que volar primero a Dubrovnik, Croacia, y de allí en coche entrar a Montenegro por Herceg Novi. La caravana de entrada se prolongó unas cuatro horas para hacer unos cuatro kilómetros. Primero los croatas, los más pesados, y después los montenegrinos. No habíamos llegado y ya surge el primer debate

— ¡Qué barbaridad! Espero que cuando tengamos la independencia no hagamos esta burrada.

— Los catalanes quizás no, pero los españoles...

— En Zaragoza serían 3 más 4, total 7 horas.

— En Perpinyà.

— Nooo, en Perpinyà nada de frontera.

— Tú no sabes cómo son los franceses...

Propuesta de consenso. Queda fundado el colectivo Independentistas Sin Fronteras (ISF).

Llegamos a Sveti Stefan porque queremos ver la islita con un casco antiguo precioso. Nos damos cuenta de que el turismo sí que ha llegado a Montenegro y cómo. A la isla no se puede acceder porque toda ella es un hotel de lujo. Se pueden hacer fotos desde encima de la carena. Subimos primero en coche y bajamos a pie por un caminito que nos lleva involuntariamente al jardín de una casa particular donde están cenando. Surge el segundo debate.

— Pueden hacer fotos, hagan, tranquilos. ¿De dónde veienen?, pregunta el patriarca.

— De Barcelona.

— Ah! ¡Barcelona! ¡La Rambla! Ustedes quieren la independencia, ¿verdad? Pero para ganar se tiene que luchar, ¿verdad? Nosotros hemos luchado y finalmente ganamos.

— ¿Y están mejor ahora que antes?

— Hombre, ¡claro está! Mucho mejor. Todos los pueblos están mejor cuando son independientes.

Más allá, en Budva y después en Petrovac constatamos la voracidad del turismo. En un rincón, pero a primera línea de mar, se levanta el restaurante Ponta. A la hora de cena, músicos que suenan bien tocan y cantan éxitos de hoy y de siempre.  "Knocking on heaven's door". El camarero dice buena noches y pregunta.

— Italianos?

— Catalanes. De Barcelona.

— Ah Barcelona.... ¡Messi!

— I Rakitic.

— Ah no... Este es croata, dice al camarero haciendo un gesto de desaprobación.

Tercer debate. ¿Qué ha pasado con la fraternidad universal?

El 2017 Montenegro se incorporó a la OTAN asegurando a la Alianza Atlántica el control total del Adriático y provocando las iras de la Rusia de Putin. Preguntas. ¿La independencia de Montenegro se cocinó dentro o fuera del país? ¿La independencia de una nación depende de su voluntad o de su situación geoestratégica?

La respuesta la encontramos al día siguiente en Cetinje, la capital histórica del reino de Montenegro. En el Museo de Historia se relaciona el reconocimiento de un país tan pequeño con su historial militar y se destaca por encima de todo la contribución de los montenegrinos al combate contra el fascismo. Se olvidan casi completamente de Tito, y en un rincón de la exposición admiten el ataque a Dubrovnik durante la Guerra de los Balcanes como el episodio más oscuro de su historia.

— Nueva propuesta de consenso.

— No a la guerra.

Fue Tito quien trasladó la capital a Podgorica haciendo llegar un tren, pero no parece que nadie se lo agradezca. Todas las guías de viaje hablan de la ciudad capital como el lugar con menos interés del país. Una vez allí te das cuenta de que no exageran. Los edificios oficiales son tan grises que no se ven. De hecho, en la plaza de la República preguntamos dónde estaba la sede del Gobierno y al menos dos peatones ni lo sabían.

Al día siguiente tocaba Ulcinj por el impresionante stari grad, el casco antiguo, y para tener supuestamente la mejor playa. No era un día para debates, pero nada más llegar un individuo nos ofrece dos tumbonas y un parasol gratis porque había alquilado de más para todo su grupo.

— Gentileza de un kosovar. Me llamo Musa. Soy de Kosovo, pero vivo en Alemania, en Stuttgart. ¿Ustedes de dónde son?

— Catalanes.

— ¡Catalaaaaaanes! Buenos amigos los catalanes. No los españoles, que no nos quieren reconocer. Estoy encantado de haberlos conocido. ¡Somos compañeros de lucha!!

Debate. ¿Somos compañeros? ¿Luchamos en el mismo bando?

— Las bocas de Kotor es una impresionante bahía que invita a hacer el recorrido en barca. Diane nos convence para hacer el circuito. Habla perfectamente castellano que dice que ha aprendido con los culebrones subtitulados y nos considera españoles.

— Somos catalanes.

— Ah sí, son los españoles que quieren la independencia, ¿verdad?

— Como Montenegro de Serbia.

— Bien, yo ya he crecido con la independencia, pero mis padres con Serbia ya estaban bien.

Debate. Montenegro lucho en la guerra al lado de Serbia y votó contra la independencia en 1992 con el 96,82% de los votos. Después de un repentino auge independentista votó a favor de la independencia en el 2006 con el 55,4% de los votos. Y el 2017 Montenegro se incorporó a la OTAN asegurando a la Alianza Atlántica el control total del Adriático y provocando la ira de la Rusia de Putin. ¿La independencia de Montenegro se cocinó dentro o fuera del país? ¿La independencia de una nación depende de su voluntad o de su situación geoestratégica?

La barca que hemos alquilado a la Diane hace una parada en Perast, un punto magnífico de la bahía de Kotor, con un precioso barrio viejo veneciano. Caminando junto al mar llegas a un palacio reconvertido en hotel de lujo. Hay algunas banderas, la española entre ellas. La deformación profesional nos obliga a preguntar.

— Está por la empresa, que es española, Iberostar. ¿Ustedes son españoles?

— Catalanes.

— Ah! Están en conflicto, ¿verdad? Yo estoy a favor vuestro. Muchos ánimos. ¡Contra ellos! Y señala la recepción del hotel, con lo cual no quedó claro si tenía una cuenta pendiente con España o con la empresa española que le paga el sueldo.

No ha habido día que no haya surgido algo relacionado con el procés. No hay manera de desconectar. Volvemos al aeropuerto de Dubrovnik. Nos queda un rato antes de que sea la hora. Descansamos un rato en Cavtat (Croacia). Sentados en la terraza tomando una cerveza, pasa un grupo numeroso de gente, diría que de jubilados. Una mujer se queja en voz alta.

— Me ha llamado española y yo le he dicho que no. Que soy catalana.

— Sí mujer, sí. Si no lo decimos nosotros, ¿quién lo dirá? ¡Somos catalanes y lo tienen que saber!, añade alguien del grupo.

— Sí, ¡viva Catalunya!. Sale de la otra punta del bar.

— ¡Viva! Responden los del grupo riéndose de la complicidad.

Al cabo de un rato, todos coincidimos en el avión.

— ¿Veremos la independencia?

— ¿Cómo se acabará eso? Preguntan.

— Eso no se acaba nunca. No para ni por vacaciones.

Y no nos podemos quejar, ¡son las gangas de haberse convertido en un sujeto político!