A menudo se señala la incertidumbre como un problema que afecta negativamente a la política y sobre todo a la economía, pero también es verdad que cuando las circunstancias sólo generan pesimismo, la incertidumbre se convierte en una fuente de esperanza y en los tiempos que corren, bastante volátiles, cualquier imprevisto puede provocar cambios en cadena que tampoco estaban previstos y que difícilmente pueden llevarnos a peor.

Si hacemos el ejercicio de mirar cinco años atrás, es decir, no más allá de 2015, que es como decir antes de ayer, nadie se esperaba que un tipo como Donald Trump llegaría a la presidencia de Estados Unidos. Tampoco nadie creía que el Reino Unido abandonaría la Unión Europea. No se podía prever que un tal Pedro Sánchez, surgido de la nada, muriera políticamente y resucitara varias veces hasta conseguir el "Gobierno Frankenstein". En 2015, millones de personas ya pedían la independencia de Catalunya, pero nadie esperaba que en pleno siglo XXI todo un Govern acabaría en prisión o en el exilio, pero aún menos que a continuación el Parlamento Europeo y los tribunales de la Unión auxiliaran a los presos políticos catalanes.

Ahora mismo, en Estados Unidos cuesta encontrar algún especialista capaz de entender el sentido estratégico del ataque ordenado por Donald Trump con el que eliminó al general iraní Qassem Soleiman. Aunque están aún más sorprendidos por el hecho de que después de la respuesta ciertamente tibia de los iraníes, Trump haya preferido plegar velas. Ahora bien, el incidente ha provocado bajadas y subidas bruscas en el precio del petróleo y en las bolsas la misma semana que el Banco Mundial ha hecho un pronóstico angustioso para Europa, que no crecerá más allá del 1%, y para Estados Unidos, que no llegarán al 2%.

En cinco años hemos tenido Trump, Brexit, Gobierno Frankenstein, represión y exilio en Catalunya, pero hay indicios suficientes para soñar que en este año Trump pierda, que la derecha española fracase como siempre que se radicaliza y que la justicia y las instituciones europeas nos ayuden a salir del callejón sin salida

Cualquier situación es susceptible de empeorar, según la ley de Murphy, pero también es cierto que a veces los acontecimientos tienen consecuencias contrarias a las previstas y cuando todo va mal sólo queda remontar. Un ejemplo. Algunos analistas han considerado que Trump ordenó el ataque que acabó con la vida del general Soleiman por razones domésticas, es decir, para mejorar su posición ante la opinión pública en pleno proceso de impeachment y en vísperas de los caucus de Iowa. De momento, sin embargo, el ataque ha hecho aumentar en medio punto el porcentaje de ciudadanos estadounidenses que desaprueban la gestión de su presidente. El 53,4% desaprueba a Trump, según el Five-Thirty-Eight, una cifra sólo superada en año electoral por Gerald Ford, que no fue reelegido. Me parece difícil que Trump pierda las elecciones más que nada por el desbarajuste de los demócratas, pero el riesgo de derrota existe y suele provocar errores de desesperación sobre todo si la economía sigue empeorando. Cuando era joven, Donald Trump escarneció al presidente Carter en una entrevista por el asalto y la toma de rehenes en la embajada de EE.UU. en Teherán. Carter perdió la reelección por aquel suceso. A ver si ahora le pasa algo parecido a Trump. Y no hace falta decir que si Trump pierde la presidencia, el mundo entero respiraría muy diferente.

Las consecuencias de los cambios siempre son imprevisibles, como señalaba Popper. Hace pocas semanas nadie esperaba en Catalunya que el Parlamento Europeo auxiliara a los eurodiputados electos catalanes. El presidente Tajani, discípulo de Berlusconi, admirador de Mussolini, y amigo personal de Mariano Rajoy ―tomó de becario al hijo del presidente español― apoyó con todo detalle la estrategia represiva del estado español. Ahora, un nuevo presidente, también italiano, David Sassoli, no se ha dejado impresionar por el comportamiento histérico de los eurodiputados del PSOE, del PP y de Ciudadanos relatado por la prensa internacional y ha acreditado a los eurodiputados electos y ha emplazado a las autoridades españolas a cumplir con las sentencias de los tribunales de la Unión.

Ahora el Tribunal Supremo español se ha pasado por el forro la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en relación a la condición de eurodiputado de Oriol Junqueras, pero esta soberbia quizá sea el ingrediente necesario para que los tribunales europeos terminen anulando completamente la sentencia del procés. Obsérvese que hasta ahora todas las victorias judiciales del independentismo en Europa han sido mérito sobre todo de la brutalidad española...

No se trata de alimentar esta brutalidad pero si observamos lo que está pasando en España, todo hace pensar que el tripartito de las derechas no parará hasta reventarlo todo. Y es probable que lo intente, pero no es seguro que lo consiga. La estadística histórica lo deja bien claro. La derecha española suele ganar las elecciones cuando es moderada y centrista y las pierde cuando se deja llevar por su "ardor guerrerro". Ganó la UCD de Adolfo Suárez que era un partido de centro y cuando los halcones lo destruyeron, el PP perdió cuatro elecciones seguidas. El PP de Aznar ganó en 1996 sólo cuando el PSOE hacía aguas por todas partes con los GAL y una corrupción generalizada y aun así ganó sólo por 300.000 votos de diferencia. Aznar se vio obligado a pactar con CiU y PNV y también con los sindicatos. Fruto de aquel viaje al centro logró la mayoría absoluta en 2000. Enseguida les salió de nuevo la bestia que llevan dentro ―nacionalismo a ultranza, recentralización, desregulación, reforma laboral, mística antiterrorista y guerra de Irak― y volvieron a perder dos veces seguidas con José Luis Rodríguez Zapatero, que perdió en 2011 arrastrado por la crisis como todos los gobiernos de Europa. Es decir, que si la derecha, cuanto más radical más pierde, tal vez ésta sea la garantía de larga vida al Gobierno de Pedro Sánchez, que ya ha demostrado su habilidad para competir con los gatos en cuanto al número de supervivencias.