El Washington Post describe la situación como "unpredictable times", tiempos imprevisibles que igual propician la fraternidad universal como todo lo contrario. Estamos ahora centrados en la situación de alarma y emergencia para dirigir todos los esfuerzos en detener el virus, pero después los que queden vivos deberán reconstruir y probablemente reinventar el mundo. Todo apunta a que sólo un acuerdo global puede superar la catástrofe. Y que un desacuerdo multiplicará los estragos de la tragedia.

Así que no habrá soluciones locales. Catalunya no lo superará sola, pero tampoco España, ni siquiera Europa, que ya ha dado suficientes muestras de su incapacidad como sujeto político. "Europa está a punto de repetir los errores de la austeridad en la respuesta al coronavirus", editorializaba el New York Times el miércoles. Parece cada día más claro que sin un acuerdo multilateral con decisiones concretas que obliguen de verdad a los Estados será difícil que la crisis no degenere en un estallido de conflictos en todo el mundo.

En este sentido, hay que saludar la carta / manifiesto que antiguos primeros ministros, exsecretarios de las Naciones Unidas, intelectuales y economistas han hecho llegar al G-20 reclamando un liderazgo global urgente para detener la pandemia. Escriben los abajo firmantes "para pedir una actuación inmediata coordinada a nivel internacional —en los próximos días— para hacer frente a las graves crisis sanitarias y económicas mundiales derivadas de la Covid-19", pero advirtiendo seriamente que "todos los sistemas de salud —hasta los más avanzados y mejor financiados— están tambaleándose bajo la presión del virus (...) si no hacemos nada mientras la enfermedad se propaga por ciudades pobres de África, Asia y América Latina (...) el coronavirus persistirá en estas zonas y reaparecerá para atacar el resto del mundo con nuevos brotes que prolongarán la crisis". No es un brindis al sol. Se trata de un documento con suficientes concreciones de apoyos económicos cuantificados allí donde hacen más falta. Si el G-20 se lo hace suyo y lo impone con cierta rapidez, sería un precedente que permitiría vislumbrar el horizonte con optimismo. Sin embargo, teniendo en cuenta el rechazo sistemático al multilateralismo practicado por Donald Trump y los continuos fracasos del Eurogrupo, incapaz de hacer frente común europeo a la crisis, el optimismo deviene wishful thinking. Y una cosa son los buenos deseos y otra muy diferente la cruda realidad.

Es obvio que España no dispone de los recursos económicos para hacer frente a la recesión que nos viene encima, y tampoco tiene líderes sólidos con suficiente autoridad como para marcar una hoja de ruta autóctona susceptible de ser asumida por todos

Yendo de arriba abajo, si hubiera un acuerdo global o, al menos, europeo, el Gobierno de Pedro Sánchez podría olvidarse del orgullo-de-ser-españoles y limitarse a cumplir la hoja de ruta que le marquen desde fuera. Deberíamos rezar para que fuera así pese a los enormes sacrificios que supondría, porque las alternativas no son mejores. Es obvio que España no dispone de los recursos económicos para hacer frente a la recesión que nos viene encima, y —algo que lo complica mucho todo— tampoco tiene en estos momentos líderes sólidos con suficiente autoridad como para marcar una hoja de ruta autóctona susceptible de ser asumida por todos. Pedro Sánchez plantea unos nuevos Pactos de la Moncloa, que es una manera de reconocer que solo no va a poder, pero también de lanzar la pelota al tejado de los adversarios.

Me ahorro las batallitas con que llenan papel estos días los nostálgicos de la Transición, pero los tiempos han cambiado y no necesariamente a mejor, porque entonces los franquistas se escondían avergonzados y ahora están pletóricos y decididos no a recuperar el poder, porque no la han perdido, sino a ejercerlo más brutalmente y levantando la voz de mando para que en esta ocasión sean los demócratas los que se escondan.

De las declaraciones del presidente del gobierno español y de la descodificación que hacen sus medios afines, se desprende que Sánchez está dispuesto a romper los acuerdos con ERC y EH Bildu, pero siempre y cuando PP y Ciudadanos le garanticen el apoyo parlamentario. De hecho, el único acuerdo aritméticamente posible, aunque políticamente improbable, sería la gran coalición PSOE-PP con el apoyo de Ciudadanos, pero eso no sería nada parecido a un gran acuerdo nacional. En todo caso sería un pacto nacionalista español que avivaría el conflicto con Catalunya e incluso reabriría el del País Vasco. Y, además, regalaría a Vox, al fascismo puro y duro, el monopolio de la oposición para que pueda capitalizar el descontento social cuando la tasa de paro suba por encima del 20%.

En conclusión, si finalmente Angela Merkel se da cuenta de que no tiene más remedio que cambiar austeridad por solidaridad, seguro que lo hará poniendo condiciones y, por una vez y sin que sirva de precedente, tendremos que recibir con los brazos abiertos a los hombres de negro que vengan de fuera a sacarnos las castañas del fuego.