El 21 de enero de 2017 medio millón de personas se manifestaron en Washington DC en la movilización de protesta más multitudinaria desde la guerra de Vietnam. Era la Women's March, pero llegaron tarde. El día antes, Donald Trump ya había tomado posesión como 45º presidente de los Estados Unidos. En los EE.UU. eran y son muchos más los hombres y las mujeres que rechazan a Trump que los que le dan apoyo, pero Trump supo capitalizar en torno a él el descontento de la gente en lugares determinados y los demócratas, que son muchos más, se descuidaron. Las movilizaciones de las mujeres el jueves pasado en las principales ciudades españolas han puesto de manifiesto que hay una mayoría social que rechaza el actual statu quo político que domina el Partido Popular, pero la izquierda española también llegará tarde, como los demócratas americanos, si no es capaz de articular a tiempo la fuerza política que preconice el cambio. Y es una cuestión que, se mire como se mire, será determinante para Catalunya.

La movilización de las mujeres del 8 de marzo dejó en fuera de juego a las fuerzas de la derecha y fue transversal, intergeneracional e incontestable, hasta el punto que los dirigentes del PP y de Ciudadanos intentaron rectificar sobre la marcha haciendo todavía más evidente su desconexión con el sentimiento de la mayoría. En España hay ganas de protesta, pero sobre todo, razones. Lo han demostrado las mujeres y lo han demostrado los jubilados, dos colectivos decisivos en cualquier elección, pero para cambiar las cosas, para romper con la inercia decadente de la democracia española, hace falta que los sectores disidentes tomen conciencia de su poder y se organicen electoralmente.

La gente se está organizando para enfrentarse al poder, pero falta la articulación político-electoral precisamente porque los partidos, abstraídos en sus miserias, lo impiden por miedo a perder su estatus

Desde las elecciones de 2016, en España gobierna el PP con el apoyo de Ciudadanos, pero juntos tuvieron menos votos de los que sumaron las fuerzas de izquierda. Se habría podido articular una mayoría alternativa más representativa del resultado electoral y no fue posible por razones inconfesables. No hay que olvidar que Mariano Rajoy sigue al frente del Gobierno gracias a la claudicación del PSOE ante las presiones de los poderes fácticos, en contra de la opinión de las bases socialistas inequívocamente expresada en el 39º congreso del partido.

Tanto en España como en Catalunya se está registrando un fenómeno político de desconexión entre las mayorías sociales y los partidos a los que les corresponde representarlas que agudiza la crisis del sistema. La gente protesta, pero los partidos no están. La movilización de las mujeres y de los jubilados no las lidera ningún partido. En Catalunya, la Assemblea Nacional y Òmnium Cultural han articulado un movimiento que trasciende las siglas. La gente se está organizando para enfrentarse al poder, pero falta la articulación político-electoral precisamente porque los partidos, abstraídos en sus miserias, lo impiden por miedo a perder su estatus. Es en este sentido que los partidos de izquierda se están convirtiendo en los principales centinelas del statu quo. Prefieren mantenerse en la oposición a la espera de tiempos mejores que cambiar las cosas y defender los intereses de la gente que les vota. Es esta y no ninguna otra la razón por la que en los EE.UU. ganó Trump y en Europa surgen nuevas fuerzas políticas de diferente signo que el establishment desautoriza automáticamente por "populistas".

En las últimas elecciones en los Estados Unidos, Hillary Clinton tuvo tres millones de votos más que Trump, pero no ganó la presidencia porque fue incapaz de ofrecer una propuesta de cambio a los que más la reclamaban, a los obreros de Pensilvania, Wisconsin y Michigan, donde, a pesar del rescate industrial, los hijos son todavía más pobres que los padres y las desigualdades no se corrigen. Las imágenes de la Women's March fueron muy significativas. Con las feministas se manifestaron los defensores del derecho a la salud, los partidarios de una educación pública de calidad, los que reivindicaban los derechos del colectivo LGBT, los defensores de políticas contra el cambio climático, los pacifistas, los solidarios con los refugiados, el movimiento de solidaridad con los inmigrantes y colectivos afroamericanos contra la discriminación racial. Era toda la izquierda reunida... excepto los sindicatos. A pesar de todos los desastres, Trump sigue dominando el escenario porque no tiene alternativa. Aquí tampoco se ve. Y si el cambio no es posible quiere decir que la democracia no funciona.