Siento repetirme, pero las cosas son como son o han sido como eran y no como nos habría gustado que fueran. Los dictadores suelen morir de mala manera. Hitler se suicidó antes de morir humillado. A Mussolini lo colgaron boca abajo y algunos sostienen que le cortaron las pelotas. A Stalin, según las últimas versiones, le envenenaron, y a Ceaucescu lo fusilaron y luego ultrajaron su cadáver. Franco, en cambio, murió en la cama, fue enterrado con todos los honores y ahora, también con honores y solemnidad, ha sido trasladado de un cementerio a otro con un helicóptero del Ejército. Cualquier observador extranjero que hoy se hubiera entretenido mirando las imágenes de la autodenominada exhumación habría llegado a la conclusión de que se trataba de un nuevo homenaje al dictador.

En cualquier caso, las imágenes no parecían ninguna derrota, ni ninguna humillación, sino todo lo contrario. La familia Franco ha podido lucir su victoria poniendo de manifiesto que continúa disfrutando del saqueo perpetrado por el régimen del abuelo y de los privilegios propios de la alta sociedad. Los más desagradecidos han sido los miembros de la familia Borbón, que no han tenido el detalle de participar en los honores del dictador que les resolvió el futuro de la empresa familiar. Y lo más vergonzante ha sido que el gobierno socialista demuestre su respeto al dictador presidiendo la ceremonia la ministra de Justicia. Y no hay que olvidar que el actual Tribunal Supremo certificó en junio pasado la legalidad y legitimidad del golpe de Estado del 36 asumiendo que Franco fue el jefe de Estado desde el primero de octubre de 1936, apenas dos meses y medio de iniciada la guerra, cuando todas las instituciones legítimas de la República se mantenían de pie frente a los rebeldes.

Pedro Sánchez necesita que suba Vox para evitar el 'sorpasso' del PP

La iniciativa de Pedro Sánchez con la exhumación de los restos de Franco tenía dos objetivos, uno interior y otro exterior. El primero era el puramente electoralista y estaba pensado tras la moción de censura, cuando la estrategia del líder socialista era presentarse como líder de las ansias españolas de cambio tras el quinquenio autoritario de los gobiernos del PP. Sin embargo, el incumplimiento de la promesa electoral de propiciar un gobierno de izquierdas ha desacreditado la operación. Quizás Iván Redondo calcula ahora que el festival de la exhumación si no puede aportar más votos al PSOE, aumente la excitación de los franquistas y haga subir a Vox en detrimento del resto de fuerzas de derechas, lo que no es banal, dado que, de cara al 10-N, PSOE y PP se disputan la victoria electoral y el margen de diferencia es cada vez más pequeño. Mira por dónde, el Partido Socialista quizás gane las elecciones gracias a Vox, es decir, a Franco.

El segundo objetivo era contrarrestar las denuncias catalanas de falta de democracia y vulneración de derechos fundamentales que ha tenido muy buena acogida en los medios internacionales. De hecho, fue la campaña soberanista catalana la que descubrió a los medios internacionales que, a diferencia de Hitler y Mussolini, Franco seguía siendo venerado en el Valle de los Caídos 40 años después de la muerte del dictador.

Sin embargo, la realidad es que a pesar de la ley de memoria histórica, 656 municipios conservan simbología franquista en sus calles y aún quedan 120 ciudades y pueblos españoles que dedican su calle principal al dictador. Y eso sólo tiene una explicación: ya les está bien. En España, Franco sigue vivo.