Asistimos a un festival de purgas generalizadas en las listas electorales para los comicios del 28 de abril que pone de manifiesto la debilidad de los liderazgos y la necesidad de los líderes de protegerse a base de imponer no a los mejores en cada puesto, sino a los más fieles.

Quizás el caso más comprensible es el de Pedro Sánchez. El líder socialista ha tenido que trabajar con el mismo grupo parlamentario que le defenestró por negarse a facilitar la investidura de Mariano Rajoy. No sólo eso, desde que ganó la moción de censura, las principales resistencias las ha encontrado dentro de su propio partido y entre la vieja guardia del PSOE. Sánchez podría haber seguido gobernando con presupuestos prorrogados, pero corría el riesgo de que sus adversarios internos le volvieran a defenestrar tras las elecciones autonómicas y municipales. Ahora, se ha asegurado un grupo parlamentario de diputados fieles que para mantenerse le apoyarán sea cual sea el resultado electoral.

Es importante porque, de acuerdo con las encuestas, todo apunta a que nadie obtendrá mayoría absoluta y que la coalición aritméticamente más factible será la que sumen PSOE y Ciudadanos. Albert Rivera, que conoce las interioridades del PSOE y que mantiene buenos contactos con la vieja guardia, ya ha dicho que cualquier pacto tendría como condición previa que el PSOE sacrificara a Pedro Sánchez. No faltarán sectores socialistas dispuestos a favorecer la operación, con lo que la guardia pretoriana será más necesaria que nunca.

Cuando el mérito para ser diputado consiste en aplaudir siempre e incondicionalmente al líder, la política se convierte en el reino de la mediocridad

El futuro de Pablo Casado depende de si lidera el tripartito de la derecha extrema, porque los sondeos aseguran al PP su peor resultado de la historia y no hay que olvidar que llegó a la presidencia del partido con un 42% de votos en contra de sectores que quieren seguir haciendo política y esperan su oportunidad. Su estrategia de radicalización y la connivencia con la extrema derecha de Vox será objeto de juicio crítico postelectoral. Así que, si Casado encadena un ciclo electoral negativo en las generales, municipales, autonómicas y europeas, necesitará el apoyo de todos los incondicionales para resistir ante la previsible ofensiva de los que ahora han sido relegados. Un caso paradigmático es lo que ha pasado en Catalunya. La designación de Cayetana Álvarez de Toledo como cabeza de lista por Barcelona ―y de Joan López Alegre― es una apuesta desesperada por el vidalquadrismo que merece una reflexión aparte, pero que denota tal desprecio por los militantes catalanes del partido conservador que, tarde o temprano, tendrá sus consecuencias.

El desprecio de las propias bases ha marcado un récord en Ciudadanos, que ha llevado a cabo una campaña de reciclaje de saldos de otros partidos y que para imponerlos no ha habido más remedio que hacer trampas. Obsérvese también el aumento de diputados ajenos a la circunscripción por la que se presentan. Son tan centralistas que incluso la división provincial les molesta.

En cuanto al culto acrítico al líder, en Catalunya y en el ámbito del soberanismo, las cosas no han sido muy diferentes. Carles Puigdemont ya tiene suficientes dificultades para ejercer su liderazgo desde el exilio como para permitirse un grupo parlamentario en Madrid que le lleve la contraria, así que también aquí llegó el comandante y mandó a parar. Por su parte, Oriol Junqueras ha compensado la falta de cuadros liderando él mismo el cambio de estrategia e incorporando candidatos que confirman la acentuación del perfil zurdo del partido por encima del soberanista.

Uno de los motivos de la evolución decadente del sistema político español es precisamente la ley electoral que impone las candidaturas al Congreso cerradas y bloqueadas. Es lo que ha dado pie a un fenómeno de privatización de la política. Consiste en reducir el ámbito de la toma de decisiones a lo que podríamos llamar la oligarquía de los caudillos de partido. Y cuando el mérito consiste en aplaudir siempre e incondicionalmente al líder, la política se convierte en el reino de la mediocridad.