No es necesario que el rey Felipe VI acuda a Barcelona a recordar a las víctimas de los atentados del 17 de agosto; así que la iniciativa anunciada por el presidente del Gobierno sobre la visita del monarca solo se puede interpretar como un acto de provocación. Son ganas de atizar el conflicto... si no es que existe un guion previo y premeditado de rectificación de los errores cometidos para salvar la deteriorada imagen del monarca y de la institución que representa.

Sin embargo, la única rectificación válida de todas las barbaridades que se cometieron en nombre del Estado a partir de aquellas fechas tendrá que incluir la presencia en primera fila en los actos del 17 de agosto de quien era el día del atentado conseller de Interior, Joaquim Forn, responsable político máximo de la operación policial que impidió una o varias masacres todavía más trágicas. Y obviamente también tendrían que ser liberados el resto de consellers y líderes soberanistas en situación de injusta y prolongada prisión provisional. Para eso solo hace falta, ni más ni menos, que una orden judicial.

Aunque los estrategas de la Zarzuela no han demostrado hasta ahora mucha inteligencia, es de suponer —como el valor al soldado— que las nuevas cabezas pensantes de la Moncloa tendrán más luces y que la idea de traer al monarca a Barcelona, a un acto que se celebrará al aire libre, en La Rambla y en la plaza de Catalunya, estará pensada para favorecerlo a él y la monarquía. Y para favorecerla solo hay una manera: relacionar al Rey con medidas reconciliadoras. Y todo lo que no sea la liberación de los presos lo mantendrá señalado como el referente de las protestas. Algo tendrán pensado pues cuesta creer que en la Moncloa se hayan infiltrado asesores tan republicanos como para empujar a Felipe VI al ojo del huracán.

En la manifestación antiyihadista posterior a los atentados de Barcelona y Cambrils, Felipe VI fue utilizado por Mariano Rajoy —y el monarca se dejó—, porque el presidente del Gobierno sabía que protegido por el jefe del Estado se evitaría muchas muestras de rechazo. Y así fue. Hubo silbidos pero no muchos, porque la gente de Catalunya todavía confiaba en que el Rey de España podía contribuir a frenar la ofensiva antidemocrática del gobierno del PP. Sin embargo, el Rey, el día 3 de octubre, cometió el error de su vida cuando tomó partido equivocadamente. Ahora no tiene más remedio que rectificar, por la cuenta que le trae. A él y a la continuidad de la empresa familiar que le corresponde dirigir.

Las acciones de los CDR contra los partidos parlamentarios recuerdan mucho a los hechos de Mayo del 37, la batalla entre los partidarios de "hacer la revolución para ganar la guerra" y los que consideraban que había que "ganar primero la guerra para hacer después la revolución". Acabó en tragedia

Ahora la ecuación es la inversa de hace un año. Felipe VI no protegerá a Pedro Sánchez, sino todo lo contrario. El Rey necesitará la protección del nuevo presidente del Gobierno, que se mire como se mire, hoy por hoy genera menos antipatías y más esperanzas que el mismo monarca. Sin embargo, es difícil pensar que, sin ningún hecho que marque una inflexión en la situación de los presos y los exiliados, la visita del Rey —y de Sánchez— no será conflictiva. Podrán organizar una movilización españolista en torno al Rey, como hicieron en la inauguración de los Juegos Mediterráneos para simular que en Catalunya Su Majestad es bienvenida, pero estas iniciativas tan forzadas solo pueden acabar de dos maneras: o se hace el ridículo o se provoca una batalla campal. En cualquiera de los dos casos, el monarca y la monarquía saldrán perdiendo.

Hay indicios de que el monarca intenta recuperar parte del terreno. Ha utilizado el catalán en alguno de los actos casi clandestinos que últimamente ha presidido. Más interesante es el lío de Palma, con las declaraciones después matizadas del presidente del Parlament balear, Baltasar Picornell, sobre su sensación" de que el jefe del Estado quiere "tender puentes". Denota que el Rey sabe que tiene que hacer algo diferente de lo que ha hecho hasta ahora, pero que no sabe por dónde empezar, porque uno de sus problemas es que está rodeado de asesores franquistas o sencillamente imbéciles. Alguien tiene que decirle que todo lo que no sea la libertad de los presos no le servirá de nada.

Ahí es donde también tiene un papel el Govern. No hace falta denigrar cada día al Rey y la monarquía. Todo el mundo sabe ya que Catalunya ha sido el artífice de las dos repúblicas españolas; por lo tanto, vale la pena ponerlo en valor y hacer entender al Rey que, coyunturalmente, tiene más a ganar —o mejor dicho, a continuar— con una Catalunya no beligerante. Seguro que la libertad de los presos serenaría los ánimos. Después, ya hablaremos.

No todo el mundo, sin embargo, cree que serenar los ánimos sea positivo. Así lo piensan Albert Rivera y Pablo Casado, por supuesto, pero también amplios sectores del soberanismo que han expresado su rechazo a fijar la prioridad estratégica en la libertad de los presos. Incluso consideran cualquier negociación secreta al respecto como una especie de traición. Las acciones de los CDR contra los partidos parlamentarios para exigir la desobediencia recuerdan mucho a los hechos de Mayo del 37, que acabaron a tiros entre los partidarios de "hacer la revolución para ganar la guerra" y los que consideraban que había que centrarse en "ganar primero la guerra para poder hacer después la revolución". Como todo el mundo sabe, aquello acabó en tragedia.

En las coordenadas democráticas en que nos movemos 81 años más tarde no es probable que reaparezca nada parecido a la FAI o el POUM. Todo se tendrá que decidir en las urnas. Todo el mundo sabe que no será posible una situación política normalizada hasta que los presos y los exiliados sean libres. Cuando eso pase, los catalanes decidirán hacia dónde querrán ir. Los temores de los soberanistas más difíciles de conformar son comprensibles hasta cierto punto. Sin presos y exiliados, seguro que algunos ya no querrán volver a oír hablar de revoluciones o preferirán avanzar más poco a poco o mandarán a los políticos a paseo, pero también habrá partidarios de no dar ni un paso atrás. Incluso puede volver a suceder que haya quien quiera lo primero y se llene la boca con lo segundo. Y volverán a luchar, volverán a discutir y volveremos a votar.