Tendríamos que ser optimistas porque la humanidad ha evolucionado siempre a mejor. En general, la gente vive mejor y es más libre ahora que hace 100 años, y hace un siglo también vivían mejor que en el siglo anterior. Así sucesivamente hasta el paleolítico. O sea que, a la larga, siempre ganan los buenos, aunque fuera cortándole el cuello a María Antonieta, pero, a la corta, podemos encontrar periodos más oscuros que, en vez de avanzar, la civilización retrocedió. Es cuando los malos de la historia toman el poder y resulta que ahora están ganando por todo el planeta.

Siempre ha habido periodos de decadencia, en el Antiguo Egipto, en la Grecia Clásica, en el Imperio Romano, en el Imperio Español y no digamos en la Europa del siglo XX con el ascenso de los fascismos. Desde, sin embargo, la Segunda Guerra Mundial y sobretodo después de la caída del muro de Berlín, parecía que los valores democráticos determinarían la evolución hacia un mundo con sociedades más libres y abiertas, con menos pobreza y menos desigualdades y, sobre todo, en paz. Contribuyeron a ello, en un principio, los padres fundadores de la Europa democrática, los Adenauer, De Gasperi, Monnet, Schuman, Churchill... y también el liderazgo moral de los Estados Unidos. Incluso, Francis Fukuyama se atrevió a anunciar el fin de la historia. Ahora, sin embargo, el hombre más poderoso del mundo, según The Economist, es el líder chino Xi Jinping, que ha superado en el ranking al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y al líder ruso Vladímir Putin. Es una evidencia que con Xi, Trump y Putin los valores democráticos que tenían carácter universal han entrado en decadencia.

La guerra de Siria es un ejemplo paradigmático. La empezó el sátrapa Bashar al-Assad masacrando a su propia población, ha obtenido el apoyo de Putin y la indiferencia de Trump, hasta el punto que se busca una imposible solución pactada con el propio Assad, dado que es el causante del problema. Turquía tenía que ser el puente por donde los valores democráticos circularían de Occidente a Oriente, pero de repente el presidente Recep Erdogan, que parecía tan moderno, desata una cruel represión contra su pueblo con centenares de muertos y miles de encarcelados y ataca a los kurdos de Siria, que son aliados de los Estados Unidos. Incluso Erdogan desafía a Occidente acercándose a Putin, aunque es Turquía miembro de la OTAN. Todo no impidió que Trump lo recibiera con todos los honores en la Casa Blanca y que el líder de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, todavía lo justifique: "Turquía es uno de los países de la OTAN que más ha sufrido el terrorismo y tiene derecho a defenderse".

En España, el extremismo involucionista se ha instalado en los poderes del Estado, en el mundo financiero y en los medios de comunicación

La deriva autoritaria y antidemocrática se va extendiendo desde los gobiernos —Polonia, Hungría, España— y desde los parlamentos, porque el crecimiento de la ultraderecha —Francia, Italia, Alemania— arrastra y determina las políticas de los partidos convencionales, incluidos los socialdemócratas, que eran los encargados de mantener las esperanzas y se han convertido en los principales provocadores de las respuestas desesperadas.

En España es muy evidente la magnitud de la tragedia. Este sábado centenares de miles de jubilados han vuelto a hacer oír su protesta. El debate de las pensiones es la punta del iceberg del aumento de las desigualdades, un fenómeno en el cual España es campeona, pero lo más grave es que los pensionistas, los parados y los trabajadores en situación precaria no encuentran a nadie con cara y ojos que vehicule su malestar.

Hay crisis paralelas que tienen el mismo origen. El empobrecimiento de las clases medias tiene mucho que ver con la involución democrática. Por eso el gobierno español se ha apresurado a restringir las libertades y perseguir a los disidentes con la ley mordaza.

A diferencia de lo que pasa en Europa, donde la extrema derecha capitaliza la insatisfacción, en España el extremismo involucionista se ha instalado en los poderes del Estado, en el mundo financiero y en los medios de comunicación. Así que los jubilados y las mujeres que protestan y los trabajadores que sufren la precariedad y los artistas censurados y los activistas reprimidos tienen como adversarios a los mismos que mantienen en la prisión a los represaliados catalanes. Conviene tenerlo en cuenta, porque no sobra nadie en la batalla para hacer girar el péndulo de la historia otra vez en la buena dirección, aquí y en todas partes.