Vladímir Putin es un sátrapa y Joe Biden, un sinvergüenza, pero proclamar eso que ya ve a todo el mundo no aporta nada que pueda aclarar qué consecuencias tendrá el conflicto de Ucrania. Es una mala praxis frecuentada por un cierto periodismo de trinchera utilizar juicios morales o prejuicios ideológicos para esconder la ignorancia o la falta de información. Se repite el discurso de los buenos o se acusa los malos o incluso se insulta al que se considera adversario no tanto para informar en el propio auditorio sino para dejarlo satisfecho y reafirmado en sus propias impresiones. Y al final resulta que todo es propaganda. Resulta bastante ingenuo y casi inútil hacer juicios morales de las relaciones internacionales y de conflictos como el de Ucrania por más que cada bando proclame una serie de principios para justificar todo lo que hace... y lo que no hace y quizás tendría que hacer.

Una vez invadida Ucrania, con las tropas rusas llegando a la capital Kiev, ya no es posible una salida negociada al conflicto, como máximo un alto el fuego indefinido pero con los rusos dentro. Y solo se perfilan dos escenarios: Volver a la guerra fría será una victoria de Putin, porque la URSS la perdió y ahora Rusia quiere demostrar que se ha repuesto. Y con una nueva derrota de Occidente la primera potencia dejará de serlo como ha sido hasta ahora, perderá su condición de líder indiscutible y la Unión Europea retrocederá a su condición de un simple mercado común con intereses divergentes de los estados miembros. El segundo escenario, la derrota de Putin, solo podría producirse si como apunta la exsecretaria de Estado con Bill Clinton, Madeleine Albright, al líder ruso le suban demasiados humos a la cabeza, no calcula lo bastante bien el precio interno y externo de su osadía y se acaba autodestruyéndose como ya pasó con la invasión soviética de Afganistán.

Eso último depende más de la capacidad de resistencia de la fuerza militar ucraniana que de las sanciones de Occidente. Y observando la súplica desesperada del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, pidiendo un apoyo militar que no llega y la facilidad con la que las tropas rusas han llegado a Kiev, para tumbar a Putin solo queda confiar que la crudeza de las sanciones de Occidente tengan consecuencias enormes e inmediatas en la estabilidad política de Rusia. Ahora bien, Vladímir Putin ha aprovechado el momento de máxima debilidad en Occidente para tirar su ofensiva y ni los Estados Unidos ni Europa están en condiciones de responder proporcionalmente a la magnitud de la amenaza formulada por el líder ruso.

Rusia y también China, dos potencias con gobiernos autoritarios están planteando el último desafío a la democracia. En Occidente, la extrema derecha lo está esperando, pero no faltarán intelectuales que asumiendo el profundo pensamiento que expresa cada año Miss Universo vuelvan a gritar "no a la guerra" y quedarse tan anchos

La retirada de Afganistán ya le atribuyó a Joe Biden la imagen de presidente débil, que tampoco acaba de salir adelante en la batalla contra la covid, ni con la recuperación económica y su iniciativa de reconstrucción social y material del país titulada Build Better Back. Los analistas financieros señalan la inflación disparada, especialmente el aumento del precio de los combustibles, como el principal obstáculo de la Administración demócrata. El 52,7% de los estadounidenses desaprueban la gestión de Biden, así que solo le faltaba un nuevo obstáculo como el de Ucrania en un año de elecciones legislativas para poner a prueba su popularidad. Y bien, Biden ha levantado mucho la voz amenazante Putin y seguramente las sanciones serán muy severas, pero tiene que ir con pies de plomo porque en todas las encuestas publicadas hasta ahora los ciudadanos de los Estados Unidos se manifiestan mayoritariamente contrarios al despliegue de tropas y la intervención militar contra los rusos. Y aunque en esta cuestión Donald Trump no opina igual que los líderes republicanos sigue teniendo mucha prédica y el expresidente no pierde ocasión de socavar la imagen de su sucesor a base de denigrarlo y ridiculizarlo como un perdedor sin remedio.

Con respecto a Europa, no hace falta que decir que ningún gobierno está dispuesto a enviar soldados a morir por Ucrania, pero es que los líderes europeos ni siquiera están de acuerdo entre ellos y con los Estados Unidos sobre qué sanciones se tienen que aplicar a Rusia, teniendo en cuenta la diversidad de intereses y la dependencia energética. Putin ha invadido Ucrania, se han anunciado las sanciones más graves nunca aplicadas pero el gas ruso sigue llegando a Alemania y a Italia. La desunión europea es tan evidente que ni siquiera dispone de un solo portavoz. Los principales líderes se apresuran en interlocutar con Putin por su parte, relegando la figura de la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, y no digamos la de Josep Borrell, que ocupa un cargo con un nombre que parece todo un sarcasmo: Alto representante de la Unión Europea para Asuntos exteriores y Política de Seguridad. Seguramente por eso se limita a hacer tuits graciosos contra los rusos.

La impotencia coercitiva de Europa y los Estados Unidos con respecto a Rusia ya se puso en evidencia con la invasión de Crimea y ahora Putin reincide en el resto de Ucrania. La cuestión ya no es qué pasará en Ucrania, porque ya ha pasado, sino cuál será el paso siguiente de Putin, que ya se permite amenazar Suecia y Finlandia. No se tiene que descartar que Putin haya enloquecido, lo cual lo hace más vulnerable pero también más peligroso. No será el primer personaje de la historia que pretende comerse el mundo y generalmente el problema siempre ha sido parar los pies a tiempo al sátrapa de turno. Cuando a Hitler le pararon el pies, el mal ya estaba hecho. Hay que tener presente que, a diferencia de las debilidades occidentales, Putin cuenta si no con el apoyo sí con el consentimiento de la China que lo compensará de las sanciones. De hecho, dos potencias con gobiernos autoritarios, Rusia y China, están planteando el último desafío a la democracia. En Occidente la extrema derecha lo está esperando, pero no faltarán intelectuales que, asumiendo el profundo pensamiento que expresa cada año a la Miss Universo, vuelvan a gritar "no a la guerra" y quedarse tan anchos.