El fin de semana, 50.000 personas o más han protagonizado en Madrid una de las manifestaciones de protesta más justificadas, la de la llamada "España vaciada", que significa abandonada, olvidada e incluso expoliada cuando la gente que vive en las comarcas rurales no tiene más remedio que emigrar. Y nadie que se va regresa jamás. El aumento de las desigualdades que se arrastra al menos desde 2008 entre pobres y ricos, entre mayores y jóvenes y entre hombres y mujeres es aún más profundo y más injusto entre la gente que vive en las grandes ciudades y los que son de pueblo. Esto vale para España y también para Catalunya.

No hay igualdad de oportunidades. Estudiar para un joven nacido en el medio rural es un lujo sólo al alcance de los hijos de los caciques. Los servicios públicos, la sanidad, la educación y el transporte que debería garantizar la movilidad funcionan rudimentariamente. Pero el acceso a las nuevas tecnologías y la conectividad con la red, que ya hay que considerarlo un derecho fundamental, ha impulsado el progreso de la humanidad, pero su diferente implantación ha abierto una brecha imposible de superar entre la gran ciudad y el mundo rural.

Los factores son diversos, pero la ley electoral es determinante y lo más insólito es que las propuestas de reforma que van surgiendo continuamente van dirigidas a discriminar aún más a la gente del campo en nombre de la proporcionalidad de los votos con el argumento falaz que sólo deben votar las personas y no las hectáreas. "Un hombre, un voto", solían decir hace unos años los urbanitas pseudoprogresistas y como es políticamente incorrecto, ahora dicen "una persona, un voto", como si los agricultores o los pastores votaran dos veces, algo que no ha pasado nunca.

La ley electoral española, basada en un sistema de listas cerradas y bloqueadas, centraliza la toma de decisiones hasta el punto de que los candidatos a diputado los decide el líder de cada partido, eligiendo por supuesto no a los mejores, ni a los más conocedores de los problemas de su lugar de origen, sino los más fieles. Así, cuando un diputado debe votar entre lo que le ordena el líder y lo que le reclama la gente que lo ha votado, siempre obedece al líder porque si no lo hace, no volverá a ser candidato. Y desde este punto de vista, el diputado por Teruel, por Soria o por Lleida no trabaja por su circunscripción, sino por su partido. O, mejor dicho, por el líder de su partido.

Los candidatos a diputado los decide el líder de cada partido, eligiendo por supuesto no a los mejores, ni a los más conocedores de los problemas de su lugar de origen, sino los más fieles

Pongamos un ejemplo sin acritud. Alfredo Pérez Rubalcaba nació en un pueblo de Cantabria, pero desde muy pequeño la familia se trasladó a Madrid. El chico creció en el barrio de Salamanca y estudió en el Colegio del Pilar. Ha sido diputado por Toledo, por Madrid, por Cantabria y ¡por Cádiz! Se conoce lo que hizo Rubalcaba para salvar la monarquía cuando parecía que se derrumbaba, o, todo hay que decirlo, lo que hizo para acabar con ETA, o también su intervención para neutralizar el Estatut que había aprobado el Parlament, pero el trabajo específico que hizo por Toledo o por Cádiz no he conseguido encontrarlo. Sí he encontrado unas declaraciones suyas afirmando que "desde Cádiz seguiré defendiendo a Cantabria". Dicho de otro modo, la circunscripción es irrelevante.

Esto no sería posible en Francia ni en el Reino Unido, que tienen sistemas electorales diferentes, pero donde el diputado lo será con el apoyo de sus conciudadanos o no lo será. De hecho, en Francia si uno no empieza ganando la alcaldía de su pueblo, tendrá poca carrera política. Mitterrand lo fue de Château-Chinon, un pueblo de 2.000 habitantes. Esto explica que a pesar de ser Francia un país centralista, cada diputado de la Asamblea además de representar a la nación siempre se ocupa de su distrito por la cuenta que le trae. El esplendoroso paisaje francés tiene mucho que ver con el poder político de los agricultores y la influencia de los diputados de provincias. El sistema electoral en Francia es mayoritario y a dos vueltas. En el Reino Unido, los miembros de la Cámara de los Comunes son elegidos por distritos uninominales. Como se ha visto ahora, es Teresa May, la primera ministra, quien depende de los diputados y no al revés como en España y como en Catalunya.

La representatividad del territorio es importante y es una cuestión de justicia. Siempre habrá quien defenderá la implantación de la fibra óptica en el Eixample de Barcelona o en el barrio de Salamanca de Madrid porque son áreas bastante pobladas donde el negocio es rentable, mientras que llevar cable hasta una masía del Montseny cuesta mucho dinero y sólo da servicio a una familia. Resulta, sin embargo, que aquella familia debe tener los mismos derechos que un ejecutivo de la Diagonal, así que los poderes públicos deben garantizar la equidad y si no lo hacen, algún diputado debe denunciar la injusticia.

Ciertamente, la ley electoral española y también la catalana ya dan un plus de representatividad a las provincias menos pobladas. En Soria se puede ser diputado con 12.000 votos, cuando en Madrid o en Barcelona se requieren más de 90.000. Pero el dato es engañoso. De entrada, porque el diputado representa a su partido antes que a su provincia, pero hay más. Sant Jaume de Frontanyà y Gisclareny son los pueblos más pequeños de Catalunya y, en cambio, pertenecen a la circunscripción electoral de Barcelona. El diputado por Barcelona siempre tendrá más en cuenta a la gente del área metropolitana de Barcelona, que son más de tres millones, que los 30 de Sant Jaume o los 27 de Gisclareny. Con una división por distritos más racional, la gente del Berguedà estaría mejor representada.

Y lo más increíble es que todas las propuestas de cambio de la ley electoral son para hacerla más proporcional aún de lo que es. Es decir, más para Madrid y Barcelona y menos para Soria y Teruel, en el caso español, y menos para Lleida y Girona en el caso catalán. En este asunto incluso Podemos y Ciudadanos plantean ideas similares. Llevándolo al extremo, Ciudadanos y también el PSC sueñan para Catalunya un distrito electoral único. Lo quieren porque su electorado se concentra en el área de Barcelona. Con distrito único ni siquiera se molestarían en viajar a Girona y Lleida para hacer campaña, porque sus votos no tendrían ninguna relevancia, habida cuenta del peso demográfico del área metropolitana de Barcelona. En España, el distrito único es una ambición nacionalista propia de Vox y Ciudadanos pensada también para acabar con los partidos catalanes y vascos, pero mucho antes dejaría de existir Teruel.