Las fichas están situadas en el tablero en la siguiente posición. Por un lado tenemos un candidato a la presidencia del Gobierno español que no tiene ninguna otro salida política que superar la investidura y lo necesita antes de que sea demasiado tarde, porque el tiempo juega implacablemente en su contra. Es un candidato que no es muy de fiar habida cuenta de su trayectoria oscilante, pero precisamente su debilidad política lo hace más interesante como aliado, porque jugándose como se está jugando su supervivencia política, no tendrá más remedio que hacer de la necesidad virtud y tener en cuenta las reclamaciones de los que le aguanten la silla.

Por otro lado, tenemos las fuerzas reaccionarias de un Estado en decadencia, organizadas en todos los estamentos, en una especie de conjura en la que participan políticos, jueces y fiscales, la caverna mediática, el establishment financiero e incluso la monarquía. Sus objetivos son desarticular el movimiento soberanista catalán a base de represión y más inmediatamente impedir que Gobierne el PSOE con Unidas Podemos con el visto bueno de ERC.

Visto este panorama desde Catalunya, no se puede esperar que de un día para otro Pedro Sánchez resuelva el conflicto catalán, pero lo que es seguro es que, en el otro lado, el soberanismo catalán sólo tiene enemigos y, en una situación de conflicto tan enconado se impone el criterio más drástico: al enemigo, ni agua. Y esto vale tanto para ERC como para JxCat, que por una vez deberían ser conscientes de la trascendencia del momento y aplicar la única estrategia conjunta que les puede abrir y no cerrar su margen de maniobra política.

Por una vez, ERC y JcCat deberían ser conscientes de la trascendencia del momento y aplicar la única estrategia conjunta que les puede abrir y no cerrar su margen de maniobra política y el plazo termina antes de Reyes

En cuanto a ERC, en ninguna otra circunstancia tendrá el protagonismo político ni la capacidad de contribuir a una salida dialogada el conflicto que no sea usando sus votos decisivos para determinar el rumbo de la política española. Dicho de otro modo, la investidura de Sánchez, tal como está el patio, también es una prioridad de los soberanistas que no se han dejado embaucar por las consignas antipolíticas. Algunos hiperventilados que nunca asumen ningún riesgo proclaman que no se puede apoyar la investidura de Sánchez a cambio de nada. Nunca se da nada a cambio de nada, pero la cuestión fundamental es: ¿Qué es peor, la investidura o la no investidura?

Hay que tener presente que la investidura no es el final sino el principio de una nueva etapa política en la que el Gobierno de Pedro Sánchez tendrá que hacer frente a todo tipo de obstáculos. El candidato del PSOE no podrá salir investido y olvidarse de los que le hayan apoyado porque los seguirá necesitando desde el minuto cero. Sin acuerdos no habrá presupuestos ni saldrá adelante ninguna iniciativa política y todos los elementos de la caverna radicalizarán su estrategia de acoso y derribo contra el líder socialista. En otras palabras, Sánchez sólo encontrará su salvavidas a su izquierda.

La sentencia del Tribunal de Luxemburgo ha sido una magnífica noticia desde el punto de vista del respeto de los derechos fundamentales que debería acelerar en vez de frenar el acuerdo político que debe dar lugar a la investidura. Como se ha señalado antes, el tiempo juega en contra porque las fuerzas reaccionarias continuarán utilizando todos los instrumentos de desestabilización a su alcance, que son muchos y poderosos. Y esto nos lleva al calendario. Si las negociaciones se alargan más allá de fin de año, las reacciones del poder judicial en la sentencia de Luxemburgo supondrán un nuevo empeño en torpedear el pacto PSOE-Podemos-ERC. Las declaraciones de la vicepresidenta Carmen Calvo emplazando al Tribunal Supremo a acatar la sentencia de Luxemburgo anuncian una batalla entre el poder ejecutivo y el poder judicial de incalculables consecuencias. Así que si nos vamos a enero, lo más probable es que el acuerdo se haga imposible. Por eso resulta tan trascendente cerrar al asunto de la investidura esta semana. Y si Pedro Sánchez luego no cumple, los soberanistas volverán a tener en sus manos el poder de derribar al Gobierno español.