Todo apunta a que las elecciones andaluzas marcarán hoy el principio del fin del Partido Socialista tal como lo hemos conocido hasta ahora, y de rebote del sistema de partidos que ha determinado la política española desde la muerte de Franco. Andalucía ha sido, junto con Catalunya, el feudo principal que le ha asegurado al PSOE las mayorías parlamentarias en las Cortes Generales. Según todas las encuestas, hoy el PSOE, por primera vez, perderá las elecciones en el Parlamento andaluz y lo hará por goleada de la derecha y de la extrema derecha. Eso supone un cambio de paradigma político en toda España.

Teniendo Andalucía en contra, difícilmente el PSOE podrá repetir victoria en unas elecciones generales, más teniendo en cuenta la crisis económica que se nos viene encima y que obviamente castigará electoralmente a todos los gobiernos europeos, pero no estamos en un episodio de alternancia convencional de poder. Cuando la democracia se estabiliza, los partidos se alternan en el poder. Un día se pierde y otro día se gana, pero en los últimos años hemos asistido en Europa a varios terremotos políticos que han hecho caer las torres más altas, hasta el punto que organizaciones históricas quedan reducidas a la nada.

De aquel Partido Socialista francés que lideró François Mitterrand ahora solo se conocen desgracias y su referente más conocido, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, no llegó al 2% de votos en las presidenciales. En Italia los socialistas hace tiempo que ya no existen como tales desde que su líder Bettino Craxi tuvo que huir acusado de corrupción, pero es que la Democracia Cristiana de los De Gasperi y Andreotti, tampoco. En Grecia, después de muchos años de hegemonía política con la dinastía Papandreou, los socialistas cayeron por debajo del 6%. Estaban tan avergonzados de ellos mismos, que cambiaron su nombre histórico, PASOK, y como todavía fueron a peor, ahora lo han vuelto a recuperar para intentar revivir aquellos años felices.

En toda la bajada de la socialdemocracia europea hay un factor constante. La pérdida del ansia transformadora y la asunción como propias de las políticas económicas de la derecha, sobre todo la austeridad y el monetarismo. Eso tiene que ver con la abducción propia del Poder. Con la política, los representantes progresistas mejoraron tanto sus condiciones de vida que perdieron el contacto con la realidad y en vez de cambiar el sistema se han acabado convirtiendo en sus grandes defensores. Felipe González es en este sentido un profeta destacado. En lo que llevamos de siglo, las desigualdades han aumentado y el discurso de las izquierdas se ha centrado sobre todo en asuntos culturales: un cierto ecologismo más doctrinal que transformador; un feminismo más pensado para las mujeres que ya tienen algún estatus que para las que no tienen ninguno; la defensa de los derechos de algunas minorías, más de los colectivos LGTBI que de grupos étnicos o nacionales oprimidos y/o agredidos. Todo son causas nobles que merecen atención pero, sin embargo, da la impresión que el conflicto social ha desaparecido no de la sociedad, pero sí de la política convencional. Y una prueba es la práctica irrelevancia social y política de los sindicatos. En España, incluso la patronal ha bendecido la reforma laboral del Gobierno más progresista de la historia.

Desde hoy hasta las elecciones generales, el debate electoral en España se centrará en si el PSOE tiene que pactar con el PP para cerrar el paso a Vox. En Andalucía no lo harán, pero en Madrid, en el Gobierno central, no faltarán "Pages" dispuestos a colaborar para que el Partido Socialista pierda su razón de ser

Hasta ahora el PSOE ha sido la referencia alternativa al Partido Popular, pero las circunstancias y la voluntad de una parte de sus dirigentes lo están llevando a convertirse en apéndice de la derecha y los poderes fácticos del Estado para apuntalar el régimen, que no es exactamente el de 1978, porque el espíritu con el que se hizo la Constitución no tiene nada que ver con la regresión de los últimos años. Y el nuevo líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, ya ha puesto las cartas encima de la mesa. Si el PSOE quiere evitar que la extrema derecha se incorpore al Gobierno de la Junta de Andalucía, solo tiene que facilitar la investidura del candidato del PP. Y eso que se planteará a nivel andaluz, será solo el prólogo del debate que se suscitará al conjunto estatal.

Paradójicamente, al PSOE le interesa que el PP gane en Andalucía por mayoría absoluta, para evitar el debate sobre dar o no dar apoyo al PP para cerrar el paso a Vox. El debate le molesta de cara a las generales. Pero no nos engañemos. La coalición PP-PSOE ya funciona de facto para las cosas que se consideran importantes. Ha funcionado para la ley de seguridad nacional, negándose el PSOE a derogar la ley de 2015 impuesta por el Gobierno de Mariano Rajoy. Pedro Sánchez ha prometido reformar la ley de secretos oficiales del franquismo, pero la intención indisimulada es pactarla con el PP. El aumento del gasto militar —casi se dobla— también será de común acuerdo entre los dos partidos que podríamos llamar dinásticos, porque en todo lo que hace referencia a la defensa de la monarquía, de la inviolabilidad del Rey, de la no investigación y la impunidad del rey emérito, de la no investigación del Catalangate, y por descontado, en todo lo que afecta a Catalunya, PSOE y PP ya van de la mano, con algunos reproches mutuos para que no se diga.

Un personaje de la categoría de Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, ya ha presentado candidatura para ejercer de sepulturero del PSOE. Parece que es el escogido de la derecha, vista su mediocridad y la atención que le prestan los medios de la caverna. Este hombre, que sin el apoyo de Podemos nunca habría sido alcalde de Toledo ni presidente de la comunidad, ahora que tiene mayoría absoluta pero que le peligra de cara al año que viene, ha renegado de sus antiguos aliados acusándolos sobre todo, sobre todo, sobre todo... de "insultar al Rey" y ha defendido que PSOE y PP, como "partidos de Estado" que son, acuerden "cosas importantes", empezando por la defensa del castellano en Catalunya. Y para hacer méritos, este hombre que juró y perjuró que dimitiría de sus cargos en el partido si Pedro Sánchez accedía a la secretaría general, ha declarado ahora que siente "afecto" por Núñez Feijóo. Cualquiera diría que le pide trabajo de vicepresidente para el año que viene.

Lógicamente, de aquí a las generales, la dirección socialista actual negará mil veces su predisposición a pactar con el PP, pero la coalición de facto seguirá funcionando y después de las generales los socialistas tendrán que decidir si aceptan gobernar bajo la presidencia del PP con el pretexto de cerrar el paso en VOX. Es obvio que el monarca y los poderes fácticos harán lo imposible por retener a los socialistas dentro del redil, no vaya a ser que con un Ejecutivo de derecha radical y una crisis tan bestia como se anuncia, las izquierdas se subleven en la calle no solo contra el Gobierno, sino contra el régimen. No faltarán Pages dispuestos a colaborar para que el PSOE pierda su razón de ser.