La misteriosa cancelación del Mobile World Congress, cuando no había ninguna justificación sanitaria, seguramente no tiene tanto que ver con el pánico que ha generado la epidemia del coronavirus como con las angustias que provoca la firma Huawei en sus competidores cada vez que anuncia un nuevo aparato. O con el liderazgo mundial de Barcelona en el mercado de las startups... A saber. Con todo, la suspensión del evento es una mala noticia para muchísima gente que esperaba sacar algún provecho, ya sea económico, laboral o de recreo, así que tendremos que sentirnos empáticos e incluso solidarios con todos ellos. Ahora bien, de aquí a vivirlo como una catástrofe nacional resulta exagerado y ridículo.

Ha sido evidente la alegría de algunos medios españoles cuando se anunciaban las bajas de las empresas multinacionales que decidían no venir. Incluso algún político, como el líder del PP, Pablo Casado, se han atrevido a relacionar la suspensión del Mobile, el prejuicio económico que conlleva y "la deriva independentista". Como siempre, Ciudadanos se ha ensañado como los buitres cuando huelen sangre. Celebran indisimuladamente que "es un duro golpe para Barcelona" y lo atribuyen a "la falta de liderazgo de Colau y Collboni".

Eran previsibles las reacciones miserables habituales, pero sorprende que a estas alturas aún persista en algunos sectores esta tendencia catalana a la autoflagelación como si la no celebración del congreso de los móviles nos acercara a una especie de apocalipsis nacional fruto de nuestros pecados.

Hay un derrotismo militante que vincula el proceso soberanista como fuente de todos los males, y su tristeza también tiene que ver con el hecho de que la alcaldía lleva unos años en manos ajenas a los que se consideran depositarios del 'copyright' barcelonista

Parece que de un tiempo a esta parte hay un interés por desacreditar la capacidad organizativa de Barcelona, por menospreciar el empuje cultural de la ciudad y por negar el dinamismo que siempre ha caracterizado a los barceloneses, sean socios del Círculo del Liceo, vecinos de Gràcia comprometidos con la organización de la fiesta mayor o jóvenes emprendedores que inventan startups. Menudean los titulares que comienzan con la frase "Madrid ya supera a Barcelona....", lo que denota un cierto complejo de inferioridad y un provincianismo demodé cuando la competencia es global.

Hay un derrotismo en cierta opinión publicada que siempre acaba vinculando el proceso soberanista como fuente de todos los males de Barcelona y, desde luego, su tristeza militante también tiene que ver con el hecho de que la alcaldía lleva unos años en manos ajenas a los que se consideran depositarios de un supuesto copyright de la ciudad.

Parece absurdo tener que decirlo, pero ni la epidemia del coronavirus ni la suspensión del MWC por los motivos comerciales que sean son un castigo divino a los catalanes, sino un fenómeno propio de un mundo globalizado al que nos tendremos que ir acostumbrando. La globalización multiplica la circulación de personas, animales, intereses y cosas por todo el planeta. La paradoja es que el mundo, a medida que avanza tecnológicamente y se abre comercialmente, también descubre nuevas y mayores vulnerabilidades, pero no hay que asustarse más de la cuenta. Como siempre, los agoreros oficiales proclamarán todo tipo de miedos y amenazas para paralizarnos colectivamente, pero la historia siempre sigue adelante.

La cancelación del MWG supondrá pérdidas de ganancias de algunas personas por valor ―dicen― de 500 millones de euros, pero los organizadores han asegurado que el próximo año volverán a hacerlo. Y podemos estar seguros de que mañana mismo volverá a salir el sol.