Varios autores han hecho sonar las alarmas y llenan páginas y páginas en los periódicos de referencia porque temen que, ante la crisis sanitaria global, el autoritarismo propio del régimen chino gane la partida a las democracias liberales e imponga su sistema de control de los ciudadanos que acabaría con las libertades individuales. Esto es probable que suceda, pero todavía está por ver. En cambio, lo que, de momento, la pandemia ya está modificando es el funcionamiento de los sistemas democráticos: el parlamentarismo, el control democrático de los gobiernos e incluso los procesos electorales. Y lo que no sabemos es si lo que está pasando ahora son precedentes que acabarán consolidándose.

Ya hace días que vemos por la televisión parlamentos que celebran sesiones parlamentarias sin casi parlamentarios para tomar las decisiones más trascendentales de las últimas décadas. Y nos enteramos de lo que pasa porque nos lo tenemos que creer. Es la misma institución quien lo transmite para que los medios lo divulguen acríticamente. No hay testigos que puedan levantar acta más que el oficial. Los periodistas no pueden entrar en el Congreso ni tampoco en la Asamblea Nacional Francesa, por poner sólo dos ejemplos.

La próxima semana el Parlament de Catalunya celebrará el pleno de presupuestos con cientos de votaciones telemáticas o delegadas. Huelga decir que el debate será muy diferente del que habría sido en condiciones normales. Las tácticas de los grupos parlamentarios deberán readaptarse. El filibusterismo ya no será lo que era, y las crónicas parlamentarias telemáticas, tampoco. Los medios también deberán repensar cómo explicar lo que no ocurre en el hemiciclo. Todo será diferente, lo que, al menos a priori, no significa necesariamente que vaya a ser peor o tenga que ser mejor. Y, por cierto, la cámara catalana aprobará unos presupuestos que costó Dios y ayuda pactarlos cuando nadie tenía previsto que deberán ejecutarse en situación de emergencia nacional y con un cambio radical de prioridades.

La pandemia ya está modificando el funcionamiento de los sistemas democráticos: el parlamentarismo, el control democrático de los gobiernos e incluso los procesos electorales. Y lo que no sabemos es si lo que está pasando ahora son precedentes que acabarán consolidándose

Hemos asistido también al aplazamiento indefinido de elecciones convocadas en Galicia o el País Vasco, o interrumpidas en plena celebración, como ha sido el caso de las municipales francesas, pendientes de una segunda vuelta que nadie sabe cuándo ni cómo se hará. En ningún caso el resultado ya no puede ser el mismo. Si en Galicia la gente mayor no va a votar, Núñez Feijóo sufrirá los daños colaterales de la pandemia. Ahora que el president Quim Torra y su Govern han demostrado que siempre será mejor el autogobierno de aquí que el malgobierno de allá, el Tribunal Supremo inhabilitará al president, justo cuando Catalunya tampoco está en condiciones de celebrar elecciones y una nueva investidura debería celebrarse en condiciones y circunstancias insólitas. Y si finalmente las elecciones se convocan para fin de año o para el año que viene, ¿cuál será el leitmotiv de la campaña? ¿Y quién se atreverá a ir a votar?

En Estados Unidos, la crisis sanitaria ha interferido en todo el proceso de primarias y amenaza con impedir la celebración de las convenciones para proclamar candidatos a las presidenciales de noviembre. Los demócratas la tienen convocada en Milwaukee, Wisconsin, un estado clave donde hace cuatro años Trump superó a Clinton contra pronóstico por sólo 22.000 votos de diferencia. Prevista para julio, ya han tenido que posponerla a agosto y el aspirante Joe Biden ya comenta con resignación que probablemente se tendrá que celebrar telemáticamente, lo que supondrá un triste lanzamiento de su candidatura. Los republicanos confían en poder lanzar desde Charlotte, Carolina del Norte, a un Trump victorioso hacia la reelección, pero todo hace prever que la cifra de 22.000 muertos que ahora hay en los Estados Unidos se habrá multiplicado por 5, según las previsiones.

Tiene interés la cuestión americana porque ya ha surgido el debate sobre la conveniencia de facilitar la participación electoral remota. En Estados Unidos existe la convicción compartida por republicanos y demócratas según la cual si votara todo el mundo, los republicanos no ganarían nunca. Por eso los gobernadores republicanos y los tribunales con mayoría conservadora avalan medidas que tienen como objetivo evidente pero no confesado impedir la participación de las minorías, que, salvo los cubanos de Florida, suelen decantarse por los demócratas. Así, algunos estados conservadores se niegan a aceptar el voto por correo, exigen muchos trámites para el registro y reducen el número de oficinas, para disuadir a los electores que se consideran adversarios. Sin embargo, el coronavirus también lo está cambiando todo. Algunos asesores están avisando a Trump que si no facilita el voto remoto, quizás mucha gente mayor no vaya a votar, lo que supondría un serio riesgo para su reelección, puesto que aunque todavía va de favorito, le va de muy pocos votos en estados clave.

Obviamente, la habilitación por varias vías del voto no presencial, sea por correo, telemático, delegado o como sea, cambia de facto el cuerpo electoral. Ni votan los mismos, ni los que votan tampoco votan igual, porque cambiará incluso los tipos de campaña y de interacción entre los electores y los candidatos. Difícilmente se podría sostener, por ejemplo, un sistema tan oligárquico como el español con listas cerradas y bloqueadas. Por lo tanto, el resultado será probablemente diferente. Y si ahora, a causa de la pandemia, se crea un precedente, será después muy difícil volver atrás. Y entonces empezaremos a observar los nuevos desafíos de esta ciberdemocracia, porque si ahora así que entro en una web de bicicletas me llegan todos los anuncios imaginables, no sólo de bicis y accesorios, sino de cualquier producto o servicio que suele consumir la gente que va en bici, que no pasaría si alguien del ciberespacio descubriera a quién he votado. Ay, ay, ay...