Los países que han frenado más rápidamente la propagación del coronavirus han sido Hong Kong y Singapur, que decretaron el confinamiento inmediato de la población. Donde la pandemia se ha extendido en progresión geométrica ha sido en Italia y en Irán, donde las mismas medidas se han acabado adoptando cuando el virus ya había disparado el número de enfermos y muertos. Ahora mismo es España el país que experimenta un aumento más vertiginoso de contagios y de muertes a causa de la enfermedad. Con las referencias que tenemos de otros países y los consejos de los epidemiólogos, lo lógico sería aplicar los criterios que han dado buen resultado en Hong Kong. La gran pregunta es por qué el Gobierno se resiste a hacerlo.

Hay que decir que en esta ocasión el planteamiento que ha hecho el president de la Generalitat, Quim Torra, a quien le debemos desear un rápido restablecimiento, tiene todo el sentido común que incomprensiblemente le ha faltado al presidente español. Simplemente se ha limitado a tener en cuenta las experiencias de los países que están superando más rápidamente la crisis y los consejos de los brillantes epidemiólogos catalanes. Tarde o temprano el Gobierno no tendrá más remedio que aplicar el criterio catalán. De hecho, ya lo estamos viendo con el cierre de fronteras. Pero, de momento, haciendo zapping este lunes por la mañana se podía constatar las significativas diferencias de concepto entre uno y otro ejecutivo. Mientras la consellera de Salut, Alba Vergés, cedía los micrófonos a los científicos; el Gobierno del Estado daba el protagonismo a jefes militares y policiales.

Hasta ahora, el decreto del estado de alarma del gobierno español parece más un simulacro, cuando el lunes las aglomeraciones, especialmente en las ciudades que disponen de metro, ponían de manifiesto la contradicción con la llamada dramática a que la gente se quede en casa. Da la impresión de que el objetivo prioritario del Ejecutivo de Pedro Sánchez no ha sido la batalla contra el virus, sino dejar claro que el Gobierno y su presidente están al frente del ataque.

Mientras la consellera de Salut cede los micrófonos a los científicos, el Gobierno del Estado da el protagonismo a jefes militares y policiales

Dicho de otro modo, les preocupa por encima de todo la propaganda, para fingir un liderazgo político que hace aguas. Seguramente, los spin doctors de la Moncloa han instruido a Pedro Sánchez para que dé una imagen de autoridad que transmita seguridad a la gente. Lo han intentado con una inversión millonaria en publicidad en los periódicos de papel, que pagamos entre todos, y se ha dado una dimensión patriótica a la batalla contra el virus, situando a jefes policiales y militares ante los medios y obligándoles a hacer un cierto ridículo, porque no tienen otro mensaje concreto que proclamar que están al servicio de país. Faltaría más.

Y lo más sorprendente de todo es que en la comparecencia del sábado, el presidente del Gobierno no planteó ni una sola medida para hacer frente al cataclismo económico que se nos viene encima. Incluso Donald Trump ha sido más rápido. Parece que el martes el Consejo de Ministros anunciará algunas medidas que también llegan tarde. Pequeñas empresas, autónomos y grandes industrias como Nissan y Seat ya han parado la actividad y han enviado a miles de trabajadores a casa pendientes del subsidio del paro. Los afectados no han encontrado en el Estado una interlocución ni siquiera tranquilizadora.

Los cálculos políticos para sacar provecho de la crisis son, además de deshonestos, absurdos e inútiles, porque, efectivamente, más tarde o más temprano, el virus remitirá, pero será una victoria pírrica de la que nadie se podrá colgar ninguna medalla

Los manuales de cómo afrontar una crisis, sea sanitaria, económica o política, señalan que los estragos de las medidas drásticas e inmediatas son enormes y asustan a cualquiera, pero no tener el coraje de aplicarlas a tiempo hace mucho más largo en el tiempo y mucho más penoso remontar la situación. Es lo que ocurrió con la crisis de 2008 cuando los responsables políticos y los financieros se empeñaron en negar la realidad. Después, los bancos y las entidades financieras se tuvieron que rescatar a base de miles de millones de dinero público.

Esta crisis del Covid-19 no tiene precedentes. Es peor que todas las que hemos vivido y recordado hasta ahora y las consecuencias son aún imprevisibles, con la única certeza de que serán nefastas para todos. Así que los cálculos políticos para sacar provecho de la crisis son, además de deshonestos, absurdos e inútiles, porque, efectivamente, más tarde o más temprano, el virus remitirá, pero será una victoria pírrica de la que nadie, y menos Pedro Sánchez, se podrá colgar ninguna medalla.