Al anunciar el president Torra la inminencia de la convocatoria electoral, algunos actores que el proceso soberanista dejó prácticamente fuera de juego han empezado a moverse para intentar resucitar políticamente a base de presentarse como los auténticos herederos de la Convergència i Unió de los buenos tiempos, cuando todos eran tan felices haciendo la puta i la Ramoneta. Están convencidos de que ha quedado un espacio electoral huérfano en espera de representantes. Hay de todo, convergentes de toda la vida, amigos de Duran i Lleida, liberales y democristianos e incluso algún fascista disfrazado, y como suele ocurrir en este país, no sólo en Sabadell, cada uno va a su bola.

No incluyo en este catálogo el PDeCAT a pesar de las dificultades de acuerdo de una parte de la dirección con el president Puigdemont, porque más tarde o más temprano harán de la necesidad virtud. Cuesta imaginar que las bases del partido aprueben una candidatura para ir a las elecciones contra el que consideran el presidente legítimo. Y si me equivoco con la previsión, peor será para los responsables del estrépito.

Así que de momento tenemos a la gente de El País de Demà, también conocido como el Grup de Poblet, que por lo visto liderará Marta Pascal; Units per Avançar de Ramon Espadaler, ex de Unió Democràtica; Convergents, de Germà Gordó; Lliures, de Antoni Fernández Teixidó, y finalmente Lliga Democràtica, el partido que lidera Astrid Barrio, aunque el artífice principal ha sido Josep Ramon Bosch, conocido simpatizante franquista que recaudó mucho dinero para fundar Societat Civil Catalana, principal instrumento antisoberanista del establishment.

El único común denominador de estas organizaciones es acabar con la inestabilidad que supone el proceso soberanista y ofrecer un programa de centro-derecha que guste a los patrocinadores habituales y que sea capaz de seducir a electores moderados que se ubiquen entre el PP y el PSC y, de paso, le resten algún voto a Puigdemont.

¿Alguien cree que desde Catalunya se podrá volver a hacer política en Madrid y que todo sea como antes? ¿Traspasarían hoy la seguridad, las cárceles o la enseñanza? El futuro es incierto, está por escribir, pero volver al pasado es imposible

La amplitud de este espacio es una incógnita, pero es obvio que no habrá diputados para todos. Sólo una única opción tendrá alguna posibilidad de conseguir alguna representación parlamentaria. De las cinco opciones mencionadas, la más distinta a todas las demás es la Lliga, por el currículo de sus promotores y porque no tiene nada de "convergente", más bien es anti-convergente. Quizá podría llegar a entenderse con Lliures de Fernández Teixidó, que sí que procede de CiU (y del CDS y del trotskismo) pero que siempre estuvo considerado un parvenu entre los nacionalistas. Una opción de estas características tendría más disputa con el PP que entre los soberanistas.

Units per Avançar sólo tiene que esperar a ver cómo evolucionan los acontecimientos y las encuestas, porque si no lo ve claro, siempre le quedará la opción de continuar con los socialistas, que siempre le guardarán un escaño a Ramon Espadaler.

Los convergentes "de piedra picada", como su nombre indica, son los Convergents de Germà Gordó y los que se apunten al partido del Grup de Poblet. No tiene mucho sentido que estos dos grupos no sean uno solo cuando piensan exactamente lo mismo, pero hay diferencias personales que hacen el pacto casi imposible. Gordó, que es catalán pero parece alemán, parte con la ventaja de que ya tiene una estructura organizada y Marta Pascal necesita tiempo para ver qué pasa con el PDeCAT, porque sin una escisión del partido en el que aún milita difícilmente podrá reunir suficiente masa crítica.

Llegados a este punto, la cuestión es cómo definir un proyecto "convergente" en las actuales circunstancias, diferente y contrario a la opción de Puigdemont. Declarándose soberanista, renunciando a la unilateralidad, pero no a la independencia, resulta muy difícil volver a hacer política en España como la hicieron los Pujol, Roca, Duran y Puigcercós. Y para ir contra la independencia ya hay suficientes opciones más inequívocas. La situación y los sentimientos han cambiado en Catalunya, muy especialmente entre la gente que votaba a CiU, pero también en España todo es muy distinto. En Madrid existe la convicción de que el origen del conflicto catalán es que "en la Transición les dimos demasiado", en palabras de un embajador en Washington. La política del pájaro en mano, tan menospreciada ahora, dio algunos buenos resultados ―sobre todo con el pacto del Majestic CiU-PP―. Ahora bien, ¿alguien cree que con la bandera soberanista se podrá volver a hacer política en Madrid y que todo sea como antes? ¿Traspasarían hoy la seguridad (Mossos), las cárceles o la enseñanza? La tendencia española es más bien la contraria. El futuro es incierto, está por escribir, pero volver al pasado es imposible.