Que a estas alturas Esquerra Republicana y Junts per Catalunya sigan confiando en la CUP como integrante de una presunta mayoría independentista sólo se explica por la mezquindad y la mediocridad que domina el escenario político con tácticas de vuelo gallináceo alejadas del interés general. Solo había motivos para que ERC y Junts no confiaran nunca más en la CUP, habida cuenta del riesgo de volver a hacer el ridículo. Éste ha sido el poder de los llamados anticapitalistas. Siempre han hecho la vida imposible a los gobiernos independentistas, han disfrutado humillando a los partidos mayoritarios y han arrastrado al movimiento soberanista al desastre, sin que ninguno de sus miembros haya sufrido como los demás. Ni un rasguño se han hecho. Y esto no es una crítica, sino un reconocimiento a la CUP, sobre todo a su maquiavélica cúpula directiva. La CUP, más bien diría, el directorio de la CUP, hace, como todo el mundo, lo que cree que le conviene, y si los demás se dejan enredar, pagarán como han pagado las consecuencias los tres últimos presidents de la Generalitat, Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra y también Jordi Turull.

A ver, Esquerra Republicana necesita que la CUP facilite la aprobación de los presupuestos, porque, de lo contrario, va a perder toda posibilidad de obtener algo a cambio de su apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez. Sin el visto bueno de los anticapitalistas, el Govern deberá buscar la abstención de los comuns y/o del PSC. Con lo que los partidos que forman el Gobierno más progresista de la historia ya le habrán devuelto a los republicanos el favor que les ha hecho en el Congreso. Si las cosas acaban yendo así, se va a pique la estrategia de ERC de la negociación con el PSOE que tan poco entusiasmo genera en sus bases, porque sólo se justificaba en capitalizar políticamente todo lo que se pudiera arrancar. Es lo que tiene la táctica del peix al cove, cuyo éxito se mide en cantidad o en el peso de los peces obtenidos.

En el no va más de la politiquería, resulta que es más importante con quién se hace el trabajo, más que el trabajo que hay que hacer. A Esquerra y Junts les votaron los ciudadanos de acuerdo con unos programas y unos valores. Si por la obstinación de unos cientos de cupaires se cambia de programa y, sobre todo, de valores, quien ha perdido es la voluntad democráticamente expresada

La relación de Junts per Catalunya con la CUP no debería ser mucho mejor, teniendo en cuenta la animadversión que han expresado siempre los cupaires respecto a los considerados postconvergentes. Además, todo lo que propone la CUP va en contra de todo lo que ha venido defendiendo Junts en el Parlament, sean Juegos Olímpicos, Hard Rock, presión fiscal y cualquier cosa que pueda generar negocio o crecimiento económico. Desde este punto de vista, a Junts tampoco le resuelve nada pactar con los comuns y se entendería mejor con los socialistas, que tienen menos reparos respecto a los inversores extranjeros y al crecimiento económico, pero como pactar con el PSC parece pecado de lesa patria, lo que pretende Junts es que sea Aragonès quien se coma el marrón, para así poder reprochar una vez más a los republicanos su sumisión al PSOE.

Y, claro, Salvador Illa se ofrece a ERC para darle el abrazo del oso, y tenerlos neutralizados desde el punto de vista soberanista, tanto en Madrid como en Catalunya. El líder del PSC no pierde ocasión de promocionarse políticamente adoptando una pose de político dialogante y sensato a la vez, pensando seguramente que todo esto le beneficiará mucho si, como se va diciendo, su nuevo objetivo político es la alcaldía de Barcelona.

Una cosa es buscar acuerdos con otras fuerzas políticas y otra desvirtuar su propio proyecto. Los barcos que pierden el rumbo van a la deriva. Y esta deriva deja al país sin referencias, huérfano de proyectos de futuro claramente definidos que incentiven a la ciudadanía a implicarse y participar. Y la política se convierte en un asunto privado de gente extraña alejada del interés general

Llegados a este punto, en el no va más de la politiquería, resulta que es más importante con quién se hace el trabajo, más que el trabajo que hay que hacer. Y esto plantea una disfunción democrática grave. A Esquerra y Junts les votaron los ciudadanos de acuerdo con unos programas y unos valores con los que están comprometidos. Si por la obstinación de unos cientos de cupaires se cambia de programa y, sobre todo, de valores, quien ha perdido es la voluntad democráticamente expresada. Una cosa es buscar acuerdos con otras fuerzas políticas y otra muy distinta desvirtuar el propio proyecto. Los barcos que pierden el rumbo van a la deriva. Y esta deriva deja al país sin referencias, huérfano de proyectos de futuro claramente definidos que incentiven a la ciudadanía a implicarse y participar. Y la política se convierte en un asunto privado de gente extraña alejada del interés general.