Catalunya podría haber sido durante muchos años líder mundial de la industria motociclista, cuando marcas catalanas como Montesa, Bultaco, Derbi, Ossa, Sanglas, etc. lograron importantes cuotas de mercado. Sin embargo, en vez de sumar esfuerzos para competir en el mercado mundial, los industriales catalanes dilapidaron las energías en rivalizar entre ellos, hasta que llegaron los japoneses y les arrebataron el negocio. Algo parecido ocurrió con los fabricantes del textil, también incapaces de compartir una estrategia ganadora, y quizás de aquella época viene el dicho popular “A Sabadell cadascú va per ell”. El minifundismo, sobre todo el minifundismo mental, suele llevar a la ruina, también en política, y ha sido una constante en la historia de Catalunya.

El fenómeno lo describe con precisión George Orwell en su Homenaje a Catalunya, cuando las izquierdas catalanas no se ponían de acuerdo si tenían que ganar la guerra primero y dejar la revolución para después, o hacer de la revolución el gran incentivo para ganar la guerra. Todo el mundo sabe quién ganó y quién entró triunfante por la Diagonal tal día como ayer hace 80 años.

Con la lección de estos antecedentes, el president Carles Puigdemont, el president Quim Torra, el expresidente de la Assemblea Nacional Catalana, Jordi Sànchez, el exconseller Ferran Mascarell y otros militantes soberanistas propiciaron la Crida Nacional per la República, intentando articular políticamente un movimiento unitario del estilo de la Solidaritat Catalana que se organizó a principios del siglo XX, también como respuesta a la represión del Estado, y que tuvo un gran éxito electoral (pero también una vida muy corta debido a las diferencias internas). En su manifiesto, la Crida se presenta como un instrumento "a favor de la unidad soberanista y republicana para constituir una organización de acción política basada en la radicalidad democrática, la transversalidad ideológica, la transparencia en la toma de decisiones y en la buena gestión del bienestar público".

Que dadas las circunstancias, desde el punto de vista soberanista, y desde el punto de vista del clamor popular, el instrumento es necesario es una evidencia. La paradoja es que buscando la unidad del movimiento, la Crida no ha sido recibida como la Casa Gran del independentismo sino todo lo contrario, como una amenaza para todas las organizaciones interpeladas, desde ERC hasta la CUP, pasando por los nostálgicos de CDC que continúan en el PDeCAT. Dirigentes de ERC han interpretado la Crida como una OPA hostil de Puigdemont cuando es obvia la estrategia de Esquerra, totalmente legítima, de intentar por enésima vez hegemonizar el espacio político-electoral del soberanismo. De nada ha servido que Puigdemont ofrezca su apoyo a candidaturas unitarias lideradas por Oriol Junqueres a las elecciones europeas y Ernest Maragall a las municipales de Barcelona. Y lo más insólito de todo es que al final no hay muchas diferencias ideológicas, dado que todos se consideran independentistas, republicanos y ahora, además, todo el mundo parece de izquierdas. Cierto que algunos van a misa con frecuencia y otros, no tanto, pero que se sepa el más mojigato es sin duda Junqueras, bien conocido en el Vaticano de cuando consultaba los archivos para hacer su tesis doctoral.

Da la impresión de que el movimiento soberanista ha desconectado de la pelea partidista y que después del juicio caerán todas las estrategias y serán los partidos los que, de nuevo, deberán seguir el camino que marque la respuesta de la gente

Por lo tanto, no habría demasiados problemas para convivir bajo el mismo paraguas si nos hemos de creer que todos quieren, por encima de todo, la libertad de presos y exiliados, conquistar el derecho a la autodeterminación y constituir la República Catalana. Sin embargo, el minifundismo parece una especie de hándicap inherente al comportamiento soberanista, porque cada iniciativa unitaria consigue el objetivo contrario al que se proponía. En vez de unidad, más división. La Crida surge como movimiento unitario, pero ha acabado registrándose como nuevo partido político. De acuerdo que insisten en que se han registrado pero no se han constituido como tal, el caso es que de momento ya hay más partidos que antes. Y no es el único caso. Con los mismos argumentos de unidad y con las mejores de las intenciones se organizaron unas elecciones primarias para designar un candidato unitario a la alcaldía de Barcelona, que fueron ignoradas por los partidos políticos, por lo que un joven brillante como Jordi Graupera, con 7.717 votos, no sólo no aglutinará el independentismo, sino que aumentará la atomización soberanista en claro beneficio de las opciones adyacentes o directamente adversarias como la candidatura de Manuel Valls-Ciudadanos. Sólo faltaba ahora la subasta interna que vive la Assemblea Nacional Catalana y que ha llevado a su dirección a erigirse en portavoz de no se sabe qué conciencia independentista para ejercer de oposición al Govern de la Generalitat por si Quim Torra no tenía suficiente con los del bloque del 155. Y por su parte corre la CUP, siglas de ¡Candidatura "de Unidad Popular"!

Ayer, en el centro de convenciones lo que más me sorprendió fue en primer lugar la cantidad de gente con ganas de participar. Después, su heterogeneidad. Había por supuesto antiguos convergentes pero ninguno de los nostálgicos, y también exsocialistas como mi profesor Pere Oriol Costa o los exconsellers del president Maragall como Ferran Mascarell y Marina Geli. También republicanos de toda la vida como Josep Andreu y, para la dirección han sido elegidos, mira por dónde, dos que vienen del mundo de Iniciativa per Catalunya como son Jordi Sànchez y Toni Morral. Ahora bien, la gran mayoría venía de su casa y no paraba de murmurar... contra los políticos.

Con todo el mundo proclamando que la unidad soy yo, la impresión es que la gente que estaba allí y la que no estaba ha desconectado de la pelea partidista, pero en cambio se mantiene firme en el compromiso y la movilización contra la represión. Sólo hay que ver la gente en Lledoners, en Mas d'Enric y en Puig de les Basses. O lo que pasa cada lunes en la plaza de la Vila de Gràcia, o los miércoles en el Hospital Clínic, o lo que hacen los abuelos de Reus extendiendo La Taca d’Oli y tantas iniciativas en todo el país que mantienen un elevado nivel de participación, un fenómeno que hace pensar que todo esto que está pasando ahora no tendrá ninguna trascendencia, porque después del juicio todas las estrategias partidistas caerán por su propio peso, y serán los partidos los que, de nuevo, deberán seguir el camino que marque la respuesta de la gente.