Después de leer Les hores greus, el dietario del president Torra sobre los momentos más difíciles de la pandemia vividos desde la Casa dels Canonges, francamente da miedo la idea de que Esquerra Republicana y Junts per Catalunya lleguen a un acuerdo para volver a gobernar juntos. Más si tenemos en cuenta que el único acuerdo posible dejará profundamente insatisfecho a su principal firmante, inexorablemente Pere Aragonès, porque es quien se juega la presidencia y, por lo tanto, será quien a final de cuentas tendrá que ceder más, sufriendo el mismo dilema que Carles Puigdemont en 2017. Y la cuestión es que no hay ninguna otra alternativa al acuerdo de los grupos que dicen ser independentistas.

"No puede volver a pasar —escribe el president Torra— que mientras unos hacían unas propuestas, los de al lado corrían a desacreditarlas por los pasillos a los oídos de los periodistas y a menudo también desde las tribunas". Y añade que lo que no ha podido ser hasta ahora "no impide que no sea posible de ahora en adelante". Sorprende el optimismo de un president después del calvario que describe a lo largo de 300 páginas y ante las expectativas.

El problema de la última legislatura no fue el president, sino el artefacto gubernamental. Hay que desmantelarlo y construir uno nuevo y si no son capaces de remar juntos, que unos tengan la generosidad de dejar gobernar a los otros, como la madre auténtica en el juicio de Salomón

Si los negociadores de ERC, JxCat y CUP no se apresuran mucho mucho, más pronto que tarde la presidenta del Parlament, Laura Borràs, no tendrá más remedio que encargar a Salvador Illa que presente su candidatura a president, porque de entrada tendrá más apoyos asegurados que nadie. Tendrá los 33 votos del PSC, los 8 de los comunes y quizás también apoyos procedentes de Ciudadanos y PP, como pasó en la elección de Eva Granados como vicepresidenta de la cámara. Illa no tendrá mayoría asegurada para superar la investidura, pero si el candidato socialista se postula, la presidenta no le podrá impedir que intente conseguir los votos que le falten con la exposición de su programa. Illa pronunciará un discurso para trasladar a la opinión pública que existe una alternativa política al independentismo, pero no saldrá elegido. Automáticamente se pondrá en marcha el reloj con la cuenta atrás para la repetición de elecciones, lo cual impondrá un nuevo ritmo a las negociaciones de los grupos independentistas, con una particularidad. Teniendo prisa como tendrá ERC para no perder su gran oportunidad histórica, JxCat y la CUP esperarán sentados a que Pere Aragonès ceda a sus pretensiones. La CUP ya ha advertido de que quiere seguir "marcando el rumbo" a los otros y JxCat no quiere menos de lo que cedió a ERC en el 2017 en circunstancias similares, es decir, para poner un ejemplo posible: president Aragonès y vicepresidenta y consellera de Economia, Elsa Artadi. ¡Uf!, dijo él.

Tiene interés el relato que hace en su libro el president Torra para concluir que un gobierno con compartimentos estancos y rivalizados no ha funcionado ni funcionará. Los gobiernos de un solo partido con mayoría absoluta no son necesariamente mejores que los gobiernos de coalición, pero las coaliciones resultan impracticables sin un mínimo de lealtad, que es lo que echó tanto de menos Torra. A raíz de la publicación del libro, algunos colegas han hecho leña del árbol caído cargando cruelmente contra el 131.º president, con más opinión que argumentos, cuando en medio del tiroteo el pianista era el más desarmado del saloon. Ya decía Josep Pla que es más fácil opinar que describir y por eso todo el mundo opina, legítimamente por supuesto. Como el de todos sus predecesores, el mandato de Quim Torra, en la época más difícil, tiene luces y sombras. Ingenuidades de activista y firmeza en la gestión de la pandemia, boicoteada desde fuera y desde dentro. Reclamaba medidas necesarias y urgentes que fueron rechazadas automáticamente sólo porque las decía él. Después ha habido que aplicarlas tarde y mal porque las bendecía Angela Merkel.

La autoflagelación sí que se ha convertido en un deporte nacional. Ahora bien, mientras los carcamales de aquí sigan ejerciendo, los críticos que van de valientes tendrán la excusa para flagelarlos y desviar la atención de la injusticia premeditada y la represión sistemática, que es la auténtica tragedia de Catalunya y también de España

Un buen gobierno necesita un buen presidente, pero nunca ningún presidente tendrá éxito sin los instrumentos de mando y una tripulación disciplinada. El problema de la última legislatura no era sólo el presidente, sino sobre todo el artefacto. Es el artefacto lo que hay que desmantelar y construir uno nuevo con un marco mental diferente que obligue a todos a remar en la misma dirección. Si no son capaces de eso, al menos que unos tengan la generosidad de dejar que gobiernen los otros, como hizo la madre auténtica en el juicio de Salomón.

Con algo de razón, que no toda, escribía Juan Marsé, en paz descanse, que "a veces tengo dudas sobre si la independencia de Catalunya sería quizás conveniente, deseable y justa. De lo que no tengo duda es de que los patriotas catalanes que la promueven hoy son unos perfectos carcamales". La política española demuestra suficiente cada día que el carcamalismo político no es una exclusiva independentista, pero la autoflagelación sí que se ha convertido en un deporte nacional. Ahora bien, mientras los carcamales de aquí sigan ejerciendo, los críticos que van de valientes tendrán la excusa para flagelarlos pontificando desde su púlpito y desviar la atención de la injusticia premeditada y la represión sistemática, que es la auténtica tragedia de Catalunya y también de España.