La política catalana se vuelve cada vez más paradójica. Ahora parece que la nueva dirección de Junts per Catalunya planteará el mes que viene a las bases del partido abandonar el Govern Aragonés, que es lo que más desea y sueña todas las noches el líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras. No estoy en condiciones de asegurar que la rufianada de la semana tenía como objetivo acabar de convencer a la militancia de Junts para que se larguen de una vez del Govern, pero los hechos y la trayectoria de la dirección republicana invita a sospechar.

ERC siempre había soñado con matar a Convergència y ahora ya hace tiempo que la estrategia republicana persigue prioritariamente arrinconar cada vez más a Junts per Catalunya y monopolizar todo el escenario político, aunque sea para representar un vodevil que hace reír para no llorar, pero convencidos de que, a la larga, en la política como en la mesa de Torcuato, quien no está no tiene plato.

Los republicanos siempre han mirado a sus competidores con un cierto complejo de inferioridad, no solo por razones de rencor social —a veces justificada— sino porque en el fondo también ellos en su fuero interno los consideran mejor preparados para gobernar. Por eso sorprenden algunos aspectos del reciente congreso de JXCat y del contenido de la ponencia política que se debatirá en julio, porque se percibe un decalaje entre los directivos elegidos, que van de profetas del buen gobierno, y las tesis revolucionarias del documento estratégico. Ha habido casi unanimidad entre los comentaristas políticos advirtiendo que con la victoria de Jordi Turull y el apoyo que ha recibido gente como Jaume Giró vuelve la Convergència de siempre. Sin embargo, hay que decir que nunca en la vida el partido que fundó Jordi Pujol i Soley habría incorporado en ninguna ponencia una frase como esta: "Junts planteará en sus bases la posibilidad de continuar o no en el Govern". Para Convergència, gobernar era su razón de ser y convendría a Junts aclarar si también es la suya, o no.

El asamblearismo tiene muchos defensores, pero a la hora de la verdad los mismos que lo defienden encarnizadamente hacen todo tipo de tejemanejes para alterar la decisión que no les conviene. Les da igual al PSOE, a la ANC o a la CUP. Todo el mundo recuerda aquel grotesco empate en la CUP, vete a saber si ideado por el policía infiltrado, para cargarse a Artur Mas. En el caso que nos ocupa ahora, parece que los mismos miembros del Govern que son de JXCat van dejando claro que nada de irse. Y si no están dispuestos a marcharse, mejor que no lo pregunten, porque los referéndums, como se ha dicho tantas veces, los carga el diablo. La tesis de los partidarios de mantenerse en el Govern, aparte de defender el sueldo, como hace todo el mundo, es que su capacidad de gobernanza es un activo que los diferencia y una vez fuera dejarían de existir política y mediáticamente, un paso previo a la desarticulación.

Se percibe un decalaje entre los directivos elegidos en JXCat, que van de profetas del buen gobierno, y las tesis revolucionarias del documento estratégico. Puigdemont seguirá siendo la referencia pero el partido solo saldrá adelante si identifica un proyecto propio y dice la verdad de lo que está dispuesto a hacer y lo que no

Junts per Catalunya es un partido en construcción. No hace falta decir que una parte de su militancia procede de Convergència y añora los tiempos en los que el partido de Pujol se erigió en referencia principal del país y en que querrían volver a serlo, pero para eso se tienen que precisar conceptos, para saber qué son y hacia dónde quieren ir. Algunas cosas del pasado son irrepetibles. Convergència i Unió pactó con todos los gobiernos del Estado, con Suárez, con González y con Aznar y estos acuerdos eran los que hacían importante el papel político de CiU. No parece que vuelva la Convergència de antes cuando dicen por escrito que "la acción legislativa y de gobierno tiene que suponer a todos los niveles institucionales un avance verificable en el proceso de independencia" y añade: "No se podría entender un proceso de independencia en que el gobierno que lo tiene que liderar desde el interior no mantenga una actitud partidaria de la confrontación".

Francamente, no sabría encontrar nada muy evidente que haya hecho el actual ejecutivo, ni el actual Parlamento, que marque ningún avance hacia la independencia, excepto esconderse bajo las piedras cuando viene el jefe del Estado, Felipe de Borbón, o la ministra de Transportes. Y no se ha hecho porque no se puede por una parte hacer que el país funcione, y al mismo tiempo pretender desestabilizar el Estado. Sí funciona la ecuación al revés. Como se ha demostrado con datos y hechos, en la medida en que las instituciones catalanas verbalizan —conste que solo verbalizan— las ansias de soberanía, el Estado, cargado de razones desestabiliza Catalunya en todos los frentes. Teóricamente el independentismo catalán no está prohibido en la Constitución española, pero de facto está proscrito y todas las instituciones del Estado actúan y actuarán en consecuencia. Y eso complica mucho la interlocución que inevitablemente tienen que tener los consellers de la Generalitat con el Gobierno del Estado para sacar adelante los proyectos que se puedan llevar a cabo. Así que se necesita gente especialmente hábil. Eso, siempre y cuando no se considere esta interlocución una pérdida de tiempo, con lo cual los consellers tendrían que entregarse en cuerpo y alma a la agitación pura y dura.

Lo pueden hacer. La Generalitat y los grupos independentistas todavía tienen alguna capacidad desestabilizadora. Pueden reventar todas las iniciativas del Gobierno de Pedro Sánchez. Pueden decidir hablar solo en catalán en el Congreso para demostrar que se lo prohíben y montar un espectáculo cada semana hasta que los expulsen. Se pueden boicotear sistemáticamente las visitas en Catalunya de los ministros y, sobre todo, las del Rey organizando tanganas sonadas y coloristas. El presidente puede asistir a las reuniones de la conferencia de presidentes y los consellers en el consejo de política fiscal y reventar la reunión a gritos. En cualquier acto institucional le pueden estampar un pastel de nata en la cara a cualquier representante de los poderes del Estado... Todo eso se podría hacer, pacíficamente, y sería muy molesto para el Estado y alguna fotografía saldría en el Financial Times, pero ¿alguien está dispuesto? ¿Generaría eso más o menos apoyo de la sociedad catalana? Si nadie se atrevió a hacer nada de eso cuando el Tribunal Supremo actuó como actuó en el juicio del procés, difícilmente alguien se lo planteará ahora. Y es importante tenerlo en cuenta porque en el ámbito independentista ha cuajado la sensación de engaño y el buche está ya demasiado lleno como para seguir tragándose cuentos chinos.

Junts per Catalunya es un partido tricéfalo, porque Puigdemont continúa y seguirá siendo el líder y la referencia. Y ya veremos cómo funciona la cohabitación de Jordi Turull y Laura Borràs. En todo caso, los dos activos que puede presentar JXCat a la sociedad catalana son Puigdemont en el exterior y la capacidad de gobernar de sus cuadros en el interior. Si cada uno hace su papel con respeto mutuo, sin interferir el uno en el otro, quizás salgan adelante, pero la condición necesaria es ahora mismo identificar un proyecto propio...y decir la verdad. De lo que se está dispuesto a hacer y de lo que no se está dispuesto a hacer. Como dijo Tarradellas, en política se puede hacer de todo menos el ridículo. No hay nada más patético que gritar "el catalán en la escuela no se toca!!! y al día siguiente tener que comérselo con patatas. Y eso, señoras y señores de JXCat, ya tiene copyright.