El escándalo destapado por la periodista Núria Orriols en el diario Ara sobre los funcionarios del Parlamento que cobran sin trabajar ha adquirido una trascendencia mayor que otros casos de corrupción conocidos anteriormente y quizás más graves porque tiene los efectos de la gota que desborda el vaso de la decadencia. Y de la paciencia. Un exdiputado me aseguraba esta semana que el sistema retributivo de la cámara catalana, de diputados y de funcionarios, respondía en una especie de conjura general conocida por todo el mundo y que los diputados avergonzados que pedían el cambio eran sistemáticamente desautorizados. Solo unos pocos patriotas devuelven el dinero que les sobra de lo que habían cobrado en concepto de desplazamientos. Del escándalo han participado todos los grupos parlamentarios sin excepción, pero el perjuicio es para el conjunto de las instituciones catalanas, ahora mismo gobernadas por los grupos independentistas. El desprestigio de las instituciones de autogobierno siempre es una buena noticia para los grupos que preferirían que no existieran, como el PP, Vox o Ciutadans y es un desastre para los que pretenden que confiemos más en ellos que en otros para gobernarnos.

El escándalo del Parlamento hace rebosar el vaso de la decadencia y de la paciencia y pone fin a la tregua de crítica con los gobernantes que se reclaman independentistas

Hay que subrayar la cuestión de la paciencia, porque es cuando se agota que marca el antes y el después. Durante el Procés soberanista todo el mundo era consciente de la guerra sucia del Estado contra el independentismo. Se inventaron casos de corrupción con informes falsos; se criminalizó la gestión de los departamentos; se tergiversó el objetivo de gastos e inversiones para que la fiscalía afinara las acusaciones. Desde un punto de vista democrático, la represión del Estado victimizaba a los gobernantes catalanes, sobre todo los represaliados y encarcelados. Eso no significaba que en el mundo soberanista todo el mundo estuviera libre de toda sospecha. Sino lo contrario, las sospechas eran enormes respecto de la sinceridad, de la honestidad, y de la inteligencia con que se empujó a millones de ciudadanos a plantear una batalla de la manera que no se podía ganar. Aún así, la causa general contra el independentismo impedía honestamente a los ciudadanos y a los medios más comprometidos poner en el mismo saco la crueldad del Estado con las miserias del mundo soberanista. Disculpe el lector a la primera persona, pero yo ya confesé en este diario y en otros medios mi contradicción. El nivel de crítica no podía ser el mismo. Ahora bien, la división del movimiento independentista, las riñas continúas y mezquinas de Esquerra Republicana con Junts per Catalunya y de la CUP con los dos, la falta de una estrategia creíble, más una gestión de las instituciones y de la pandemia que tampoco era ejemplar han propiciado un aumento creciente del espíritu crítico interno. Y eso ya no tiene traba. La sensación de tomadura de pelo ya no la niega nadie. Se prometió la independencia cuando no había ni intención, ni voluntad, ni las estructuras de Estado que decían que tenían. Y ahora dicen que quieren "culminar la independencia" apostando por la estabilidad de la política española, lo cual es un oxímoron político. Y se pelean porque se disputan las migajas del poder autonómico, que otra cosa no, pero sueldos, dietas y negocitos sí que reparte y comprensiblemente nadie de los que los tienen está dispuesto a renunciar. No descubriremos ahora que la política es eso. Lo que cuesta aceptar es disfrazarlo de una causa noble en la cual no se cree. Así que se ha acabado la tregua.

Escribí hace poco tiempo que la política catalana necesita uno reset. Seguramente el periodismo también. El trabajo de Núria Orriols en el Ara es un ejemplo. Me consuela recordar que cuando tenía su edad escribí en El Periódico de Catalunya un fraude fiscal de los diputados. Nadie hizo caso. A menudo acompaño mis artículos de citas de autores clásicos o de referencia universal. Hoy lo hago con la cita de un muy joven periodista catalán que no conozco personalmente. Se llama Ot Bou Costa, escribe en VilaWeb y esta semana me ha dejado aturdido escribiendo no una frase sino La Frase que yo habría querido encontrar: "Ya es mucho más venenoso y autodestructivo seguir la narrativa y la actualidad que marcan las instituciones que desentenderse del todo, caiga quien caiga".