La requisa, de parte de los servicios de seguridad del estadio Wanda Metropolitano, de centenares de camisetas, bufandas y silbatos amarillos en la final de la Copa del Rey con el pretexto que llevaban "un mensaje político", se inscribe en una larga tradición de uso político del fútbol, desde que Italia durante la dictadura de Il Duce Benito Mussolini celebró el Mundial de 1934, el cual ganó la selección anfitriona al grito de "I-ta-lia, Du-ce, Du-ce, I-ta-lia".

Los estrechos vínculos del Real Madrid con el régimen franquista siguen vigentes a día de hoy. En la final de la Liga de Campeones del 2014 entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, el primer ministro español Mariano Rajoy se sentó junto al presidente del club blanco, como si el Atleti no fuera también un equipo español. El año siguiente, cuando ganó el Barҫa la Champions, ni Rajoy ni el rey Felipe VI estuvieron presentes en el estadio.

Al final de la década de los ochenta, en la antigua Yugoslavia el odio político y las emociones nacionalistas desembocaron en manifestaciones violentas en los estadios de fútbol, como una especie de mal augurio que hacía avistar la guerra que estallaría unos cuantos años después. Y en 1992 la comunidad internacional utilizó el fútbol como símbolo y como medio de presión al excluir la selección yugoslava del campeonato europeo, para el cual se había calificado. Fue una medida que golpeó fuerte a la opinión pública y que hizo que el pueblo yugoslavo se sintiera de verdad aislado.

En 1998, el entonces presidente de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), João Havelange, declaró que quería organizar un partido de fútbol entre Israel y Palestina en un intento de resolver el conflicto más espinoso de nuestro tiempo. Un par de años más tarde, el mismo presidente de la FIFA quería hacer lo posible, si no lo imposible, para que presentaran una única selección al Mundial del 2002, que se celebró en Corea del Sur y en Japón.

Es especialmente en épocas de dictadura y de represión cuando el fútbol tiene implicaciones políticas. Como ejemplo puede servir el campeonato mundial de fútbol de Argentina en 1978, en medio de una brutal dictadura militar. Los estadios de fútbol llenos servían en aquel momento de foro público para mucha gente, que no encontraba otras maneras de expresar su rechazo al régimen vigente. Las fuerzas del orden no podían detener a las 50.000 personas y pico que clamaban a favor de llevar a Videla, el jefe de la junta militar, al pelotón.

En España, el significado político del fútbol ha estado muy marcado, sobre todo desde que en la década de 1960 el Barça en Catalunya y el Athletic y la Real Sociedad en Euskadi se convirtieron en símbolos de la oposición a Franco. En el caso del Barça, la identificación de fútbol, modernidad e identidad catalana fecha de mucho antes de la Guerra Civil, al principio de la cual Josep Sunyol —no hay que olvidarlo— fue asesinado en una emboscada en las afueras de Madrid el 6 de agosto de 1936. Sunyol, el presidente mártir, era una persona conocida, no solamente por ser presidente del Barça, sino también por ser un destacado político de ERC con escaño en las Cortes españolas en Madrid.

Los últimos años la identificación del Barҫa con el catalanismo se manifiesta en los gritos de "I-Inde, Independència" y de "Llibertad, libertad", y evidentemente, los lazos amarillos son símbolos en favor de la liberación de los presos políticos catalanes en Madrid. El rey Felipe VI de España, que había defendido la dura represión de los independentistas catalanes durante el 1 de Octubre, el día de la Copa del Rey se puso una corbata con los colores del otro finalista, el Sevilla. ¡Tuvo suerte que los servicios de seguridad no interpretaron un mensaje político en aquellos colores!

Johannes Nymark es profesor titular emérito de Español en la Universidad Noruega de Ciencias Económicas y Empresariales (NHH) de Bergen. Es autor del libro Draumen om Catalonia ('El sueño de Catalunya')