La muerte de Johan Cruyff nos ha permitido ver transformaciones dignas de la final del campeonato mundial de Drag Queens. Oiga, si usted en vida odió a una persona y este odio fue mutuo, ¿hace falta que ahora llore lágrimas de cocodrilo fingiendo una desolación impostada? ¿Sí? ¿Seguro?

Ah sí, claro, ¿es aquello del no quedar mal, verdad? Pensamos que manifestar buenos sentimientos hacia nuestros odiados una vez nos dejan (aquello que toda la vida le habíamos llamado morirse o palmarla) nos hace ser mejores personas de cara a la gente. Bien, quien crea que ser un cínico y fingir un reconocimiento insincero es ser buena persona, pues adelante. Quizás sería más honrado ser consecuente con lo que se piensa realmente, pero tal vez la honradez no cuenta para obtener el carné de creerse buena persona. Ahora, que les quede claro, con eso pasa como con el peinado de Donald Trump. Él quizás se cree que no nos damos cuenta, pero todos sabemos la verdad: es calvo y se hace una ensaimada nivel diseño de Santiago Calatrava. Pues igual.

Una cosa parecida pasa con el atentado del domingo en el parque público de Lahore, en el Pakistán. ¿Cuántas masacres como esta ha habido durante el último año en países no europeos? Y, ¿qué resonancia han tenido en Europa? Pero claro, como después del atentado de Bruselas se han oído unas cuantas voces recordando que el terrorismo islamista atenta por todo el mundo y que asesina centenares de personas en todos los continentes, ahora a toda prisa, unos cuantos se lanzan en plancha a hacer tuits de duelo por un hecho que, si hubiera sucedido hace un mes, ni les habría inmutado.  

Al final, pues, para mucha gente, la solidaridad y el reconocimiento unánime no es nada más que un producto fruto de hacia donde sopla el viento. Una doble lástima: 1/ porque es fruto de la mentira y 2/ porque es un desprecio a la verdadera y sincera solidaridad que, cada vez más, es un producto de consumo que se compra en el hiper del quedar bien.