La semana que hoy cerrará ha marcado un antes y un después en la historia del periodismo de la tribu. El miércoles pasado, nuestros cronistas parlamentarios destapaban la aparición de una cuenta falsa en Twitter llamada Joana Masdeu, una supuesta periodista que tuiteaba a menudo en defensa de aquel vicepresidente dimitido juntaire de infausta memoria. Después de una investigación sin precedentes, que acabaría provocando la eliminación de la cuenta, se conoció que la fechoría en cuestión la había perpetrado uno de los guardaespaldas políticos de Laura Borràs, de quien tampoco citaremos el nombre pues Catalunya empieza a necesitar urgentemente una purga de palabras sobrantes. Después de tal muestra de periodismo de investigación, que sola ya sería digna de un Pulitzer, los medios del país han lanzado una cruzada para demostrar cuáles son los partidos con más cuentas falsas en la mencionada red.

El caso Joana Masdeu ha trascendido talmente como un Watergate, y ahora ya podemos decir que resulta un perfectísimo espejo de nuestra clase periodística, una corporación de radiofonistas y plumistas que hilan muy fino cuando el hito es desenmascarar a un pobre bobo, pero que tiemblan como el papel de inodoro si hay que picar más alto. Ahora que hemos demostrado ser un país con una media demencial de Woodwards y de Bernsteins por metro cuadrado, y que los periodistas del Parlament han podido desenmascarar la cabriola piona de un desdichado bobo en poco más de unas horas, servidora les preguntaría, por poner solo un ejemplo, ¿por qué no tuvieron igual comezón en publicitar a los autores ocultos del Tsunami Democràtic (a saber, el conjunto de anónimos teledirigidos por la partidocracia que enviaron a nuestra juventud al aeropuerto con el noble objetivo que acabaran fritos en hostias por la pasma)?

Nuestra clase periodística, una corporación de radiofonistas y plumistas que hilan muy fino cuando el hito es desenmascarar a un pobre bobo pero que tiemblan como el papel de inodoro si hay que picar más alto.

De hecho, ya que vivimos inmersos en un periodismo de primera línea y que tiemble la fucking BBC, yo pediría a los compañeros mediáticos que sean generosos y apliquen su ciencia a agujeros negros de nuestra memoria reciente, como el Estat Major del procés independentista. Aquí, hijitos míos, hay comida de anónimos y caraduras para llenar varios desayunos de tenedor. Pero eso, queridísimos lectores, no lo veréis nunca; ¡porque con la cosa nostra no se juega! No leeréis ningún artículo sobre el cenáculo más oscuro de la política catalana, y mira que para investigar algunas cosis de esta gente (como las subvenciones a ciertos grupos editoriales o las condenas a raíz de facturas falsas y delitos contra la Hacienda Pública) solo hace falta una simple visita a Sir Google. Yo ya entiendo que al fin y al cabo hace mucha menos gracia que exponer las miserias de la prensa del corazón laurista, pero la ganancia informativa sería mayor.

Catalunya ya hace mucho tiempo que no osa hacerse preguntas dolorosas sobre su periodismo y que se muestra alérgica a cualquier propósito de enmienda. Valga esta tríada. ¿Cuál es el último caso de corrupción política suscitado por un medio de la tribu? ¿Qué fragmentación de contratos o similar habéis conocido gracias a nuestros periodistas? Y ya que estamos: ¿cuál es el último político del Govern que ha dimitido a raíz de una investigación de alguno de nuestros diarios, radios o digitales? Abusando de la confianza, os pido que retrocedáis en el artículo y volvéis a leer las preguntas con calma y tranquilidad. Pensad la respuesta, porque el silencio resultante resultará más doloroso que el nulo rumor de un desierto. Pero eso sí, con la cuenta de Twitter de Joana Masdeu y su desdichado creador hemos batido el récord de pericia informativa. ¡Cuánta dignidad! Nos tendría que caer a todos la cara de vergüenza.

Joana Masdeu es el espejo de nuestra vida. Así debe constar en acta. Finalmente, nuestro periodismo y la política del país han acabado siendo carne de Twitter. Espero que el nuevo amo del invento no nos acabe cancelando en todos, que buena falta nos haría.