En el panorama independentista hay de todo menos unidad. La oferta es tan grande, como, al fin y al cabo, bastante irrelevante. Desde varias clases de gradualismos hasta los que proclaman l'independence c'est moi, muchos de estos todavía no afiliados.

En el fondo, una gran mayoría de proyectos son puramente personalistas. De índole cesarista, lo cual es el nido de la serpiente del populismo. Ciertamente, no el único, pero sí uno muy importante.

Resulta innegable —y seguramente es natural— que el liderazgo fuerte e indiscutido es la caja de reclutamiento de los partidos y más en tiempos tan emocionales como los que vivimos. Partidos en los que la agitación prima descaradamente más que la reflexión de las militancias, tantas como sensibilidades bajo un mismo paraguas. La nueva política de la nueva normalidad no supera, en este terreno, el nivel deplorable de la anterior. Quizás porque las personas también somos las de siempre. Es lo que hay.

Desde mi más absoluta amilitancia no entraré, no ya a analizar, ni siquiera a comentar el devenir en el interior de las fuerzas políticas. No son cosa mía al no pagar cuota.

Pasa como siempre, los personalismos por encima de todo. Los proyectos, por muy cautivadores que se presenten, no se puede decir que tengan mucho más recorrido que un cebo

Pero no me deja de llamar la atención que gamberradas que, seguramente, serían ilícitas en el mundo privado y empresarial —no necesariamente penales, matizo para los hiperventilados—, se puedan admitir en el mundo de la política. No sólo que se admitan, sino que se jacten los que las llevan a cabo y, por supuesto, su sempiternos palmeros. ¿Estas oscuras maniobras son la astucia que predicaba tiempo atrás un líder que parece a estas alturas periclitado?

Estas maniobras son las que dan rabia de la política, a pesar de la particular satisfacción del momento. Genera más descrédito hacia la política. La inhabilita como transformadora de la realidad.

Pasa como siempre, los personalismos por encima de todo. Los proyectos, por muy cautivadores que se presenten, no se puede decir que tengan mucho más recorrido que un cebo. Los políticos que pasan a la historia —¡qué manía con pasar a la historia que tienen algunos!— son los que han servido al proyecto político, como líderes, los primeros. Y cuando ha sido necesario salvar el proyecto a costa de renuncias personales lo han hecho: Willy Brandt, Pièrre Mendès-France, Charles de Gaulle, Edward Heath, Harold Wilson, Enrico Berlinguer, Pasqual Maragall... No son rara avis, pero su ejemplo no es seguido como tocaría.

En fin, blandir la unidad, proclamar la transversalidad, pero no hacer nada radical para construir puentes, se queda en un espectáculo, nada recomendable, por cierto. En estos casos, demasiado frecuentes, se diría que el lema real es de la unidad, the show must go on!