En cualquier negociación el ruido y las rasgaduras de vestiduras de los propios, de los que tendrían que ayudar a quien se sienta en las diferentes mesas, es inevitable. Casi forma parte del medio ambiente negociador. En muchas ocasionas tiene cierto teatro, no siempre de calidad, para dramatizar las conversaciones. Va de soi.

Lo que ya no es tan corriente es que detrás de los banquillos de negociación, los propios —no los del otro lado— bombardean a quien, con los dientes serrados, uno se sienta a empezar vías por una salida al conflicto que, hasta el momento, había estado al margen de la política.

Los reaccionarios, en política, se delatan enseguida: no quieren ningún cambio, el statu quo les sienta de maravilla. Y no se limitan a la inercia, sino que reaccionan (de aquí el nombre) sin miramientos y juegan virulentamente a la contra, en ocasiones, como pasa ahora en las conversaciones a tres pistas que es donde se debate un inicio de desbloqueo institucional en España.

Hoy por hoy —y sin pecar de cínicos— aunque todo puede empeorar, los ataques más duros contra las conversaciones vienen del bando de los que se presentan como quintaesencia del constitucionalismo: ni más ni menos se han autotitulado padres de la Constitución. Gentes antes o ahora del PSOE, de la UCD y del PP han tocado a rebato.

El sindicato de jarrones chinos, disfrutando de confortables jubilaciones y sin arriesgar nada, vuelve a la lucha. Lucha de salón, sea dicho de paso. Así quiere presionar sin ningún tipo de vergüenza para mantener una situación de conflicto a la que ellos, con su ya caduca transición, han contribuido de forma más que considerable. Serán, si así quieren ser considerados, los padres de la Constitución —parece que los ciudadanos no tuvieron nada que decir—, pero también son padres de la confusión actual. Un poco más de modestia y más discreción no les vendría nada mal.

En las confrontaciones, a pesar de todos los distintivos que cada uno luzca, lo que determina la condición de los intervinientes, lo que delata su verdadero posicionamiento, es ver al lado de quién están. Podrán decir lo que quieran pero queda patente a quiénes apoyan, con quién hacen fuego cruzado o a quien habilitan pasadizos de huida o de suministros.

El sindicato de jarrones chinos está alineado con la caverna política y mediática. Esta es la realidad. Las negociaciones PSOE-ERC les molestan y mucho. Es compresible, aunque no lo es tanto como cuando todo el mundo le pedía una abstención gratis y previamente habían recibido gratis total los votos para promover a la presidencia del gobierno al actual presidente en funciones.

Esta iracunda respuesta en el momento actual tiene, según mi opinión, algo que no encaja. Lo que parece que realmente suelta a los más profundos demonios no es la negociación con los republicanos. Lo que les hace daño —y ya tienen acreditado tanto ellos como sus mandantes últimos— es la posibilidad un gobierno (ligeramente) de izquierdas, por primera vez desde 1939. Eso es lo que no les dejaba dormir. Y por lo visto tampoco ahora les deja dormir.

El silencio negociador entre PSOE y Unidas Podemos, indicio serio de que la coalición gubernamental va por buen camino, es lo que realmente los inquieta y mucho. Al sindicato de jarrones chinos y, reitero, a sus mandantes. No será corto ni fácil este camino, pero una vez constituida esta, todo apunta que las abstenciones, que no serán a cambio de nada, caerán como fruta madura. Tampoco será fácil. La necesidad, sin embargo, es virtud.

Así es. Si Sánchez quiere seguir al frente del gobierno y si Iglesias sigue apoyándolo, las negociaciones de geometría variable para llevar a cabo el trabajo de la legislatura continuará. Esta es, a estas alturas, la única supervivencia posible de la izquierda. Es pesada, pero es supervivencia. La izquierda parece que se ha dado cuenta de ello. Y las derechas, con los nuevos desatados refuerzos, también.

El insomnio de algunos está servido. Quizás algun jarrón rota o, cuando menos, rasgado, les ayude a coger un poco el sueño.