Las elecciones del 21-D fueron ilegales por su convocatoria. Lo sabemos —y lo sabíamos—, pero concurrimos como nunca; unos como candidatos, otros como votantes. A unos cuantos nos pareció perentorio desde el primer momento. Y se ganó.

Pasados casi tres meses y sin rastro de un final inminente, Catalunya no tiene gobierno porque ni siquiera tiene candidato a president. Dos convocatorias de pleno del Parlament para la investidura, dos convocatorias frustradas. Que el hecho desencadenante sean elementos externos, el Tribunal Constitucional o un juez instructor, no me parece definitivo ni convincente.

La primera propuesta, la de restituir al president Puigdemont y así acoplar las dos legitimidades, era necesario, seguramente, intentarlo. Intento que, como era bastante previsible, fracasó. Que haya sido con una resolución del TC más bien fantasmagórica (sin admitir todavía la demanda de la Moncloa, acuerda medidas cautelares sin cobertura legal) es relevante, por supuesto que lo es, sin embargo, superada esta etapa, no tenemos que olvidar la carrera.

La carrera es la construcción de un gobierno efectivo y eficaz. Todo lo que no sea funcional a esta idea es, a opinión mía, sobrero. La cuestión, claro está, reside en determinar qué es un gobierno efectivo y eficaz. Hay dos opciones, según lo veo: cuanto peor, mejor, es decir, maximalismo sin límites sería una. La otra, librarse del 155 y ser conscientes de que, aunque el 27 de octubre se llegó hasta nunca se había llegado de forma pacíficamente ejemplar, hoy por hoy, es un tope insalvable. Hoy por hoy.

En un sistema democrático y republicano no hay mesías; en un sistema democrático hay líderes responsables, inteligentemente motivadores de la ciudadanía con razones y perseverancia

El dilema que planteo no es nada nuevo. La historia está llena de este eterno yin y yang. Radicalismo versus posibilismo. ¿Cuál es mejor, cuál escoger? La pregunta correcta es: ¿cuál es el más ajustado a la realidad? En una democracia, lo que la mayoría de la ciudadanía vea como más positivo.

Por vías democráticas, nunca será posible la independencia si no se llega a una mayoría social, una mayoría que pueda hacer valer sus aspiraciones sobre el resto minoritario, respetándose mutuamente.

Tal como se puede percibir sin mucha dificultad, la primera nota de eficiencia del nuevo gobierno tiene que ser un compromiso indeclinable con la tarea de ejemplar el apoyo social a la independencia, sabiendo que no hay ni atajos ni pociones mágicas.

Superado un leninismo predemocrático, no hay vanguardias sabedoras de lo que es bueno para el pueblo. En democracia hay grupos políticos, formales e informales, más o menos permanentes, más o menos transitorios, que facilitan el debate, de forma racional y con lealtad a los ciudadanos en los que dicen servir. En un sistema democrático y republicano no hay mesías; en un sistema democrático hay líderes responsables, inteligentemente motivadores de la ciudadanía con razones y perseverancia. Avanzar rápido también lo hacen los pollos sin cabeza, pero no saben hacia dónde corren.

Nadie ha dicho que sea fácil. Si fuera fácil, lo podría hacer cualquiera. Quien quiere ser líder tiene que tener presente eso. Volvemos a la sangre, sudor y lágrimas

Para ampliar esta base social, ampliarla de manera categórica y no por los pelos, hay que trabajar con decisión, con propuestas y con tacto. Esta combinación generará un efecto de seducción lento, pero duradero e imparable. Aunque puede ayudar puntualmente, no hay que contar como beneficio propio los errores, algunas catedralicias, del marianismo y adláteres, políticos y mediáticos.

Aquí, una política social y económica transformadora, por muchas que sean las carencias que el Estado imponga, es primordial. Nadie ha dicho que sea fácil. Si fuera fácil, lo podría hacer cualquiera. Quien quiere ser líder tiene que tener presente eso. Volvemos a la sangre, sudor y lágrimas. No hay más.

Una última cuestión. Evitar los errores no forzados: son los más perjudiciales. Desconozco el intríngulis directo de las negociaciones por el acuerdo de gobierno entre el constructo que es Junts per Catalunya y una ERC que no parece estar en su mejor momento. Pero así es la vida. Y cuando toca hacer de tripas corazón, hay que hacerlo, personalmente, grupalmente, institucionalmente y colectivamente; si se está en condiciones, hay que ceder el paso.

Decía que desconozco el intríngulis de las negociaciones. Pero lo que no puede surgir como uno de los primeros acuerdos, por muy tendenciosa y maliciosa que sea su presentación en sociedad, el reparto (sic) de las direcciones de TV3 y de Catalunya Ràdio o la asignación de carteras. Huele no a vieja, sino a naftalénica política. Pone en boca de los que quieren una Catalunya no catalana el famoso: "¿Veis? Todo son iguales. Sólo quieren repartirse el pastel". En la República no hay pastel a repartir; hay trabajo, esfuerzo y derechos.