En efecto, por fin una propuesta articulada, no un tuit, ni un eslogan, ni un titular, ni una ocurrencia... una propuesta. Gustará más o menos, pero es una propuesta seria que merece ser escuchada, analizada y atendida por sus destinatarios de manera igualmente seria.

¿De quién es la propuesta? Pues del presidente del Parlament, Roger Torrent. En un desayuno el pasado jueves en el Fórum Europa de Madrid hizo una propuesta sobre la necesidad de un pacto de claridad para salir de la crisis institucional que vivimos.

Su intervención está inspirada en la ley de la claridad canadiense (obsérvese el bilingüismo federal), del año 2000, muy especialmente en la Sentencia de 1998 del Tribunal Supremo. El país de la hoja de arce pone encima de la mesa una solución consensuada, es decir, política. Esta doctrina, en síntesis, declara que las democracias se basan en la ley. No puede ser de otra manera. Sin embargo, reconoce que en determinados supuestos excepcionales, dado que lo que hay que preservar es la democracia, cuando existe una disidencia seria y constante, el principio democrático —escuchar a la gente y decidir conforme a sus manifestaciones— tiene que prevalecer sobre el principio de legalidad. Excepcionalmente. Hoy todo apunta a que la relación Catalunya-España vive este momento excepcional, me permito añadir.

No entraré ahora a analizar en concreto el contenido de la propuesta porque paradójicamente no es, en mi opinión, en este momento lo más importante, a pesar de la furibunda respuesta, casi automática, de Borrell, que pasa por alto sólidas opiniones, como la del desgraciado profesor Rubio Llorente. No obstante, fue extraña la contradictoria respuesta del normalmente juicioso Albert Batet que, juntamente al rechazo a retroceder, según él, a pantallas pasadas, en la misma frase se hacía mención de elecciones autonómicas. ¡Autonómicas!

Lo que encuentro realmente relevante, y relevante desde hace muchos años, es la inteligencia de hacer una propuesta y la valentía de presentarla en público

Bien. Dejemos de lado las pantallas —la política no va de pantallas, sino más bien del telar de Penélope— y si las propuestas catalanas van contra el derecho internacional o cualquier otro derecho. Esto es harina de otro costal y el ruido no nos debe distraer.

Lo que encuentro realmente relevante, y relevante desde hace muchos años, es la inteligencia de hacer una propuesta y la valentía de presentarla en público. No tanto para ser presentada a Madrid —había muchos embajadores en el auditorio el jueves pasado—, sino para saber que aquí traería cola. Por primera vez, hay encima de la mesa una propuesta no apta por hipoventilados sino para políticos, para políticos que quieran hacer política y no proclamas o tuits para calentar los ánimos de la ciudadanía.

En este contexto encuentro esenciales dos pasajes casi consecutivos de la intervención madrileña de Torrent. Después de un análisis general y de rechazar la represión como respuesta y espolear el diálogo político, dice Torrent que este diálogo “deberá ser en el marco del necesario proceso de negociación donde, maticemos, discutamos e incluso replanteemos nuestras posiciones, con el objetivo de llegar a acuerdos factibles.

¿Y por qué eso tendría que ser así?, nos podemos cuestionar. Pocas líneas más abajo el presidente del Parlament manifiesta con toda claridad la razón: “En mi opinión, resulta obvio que el independentismo no puede imponer sus tesis sin ser una mayoría cualificada claramente contrastable, pero también es evidente que un estado que se quiera democrático no puede aspirar a retener por la fuerza a una parte significativa de su población”.

Dicho de otra manera: hay que salir de este empate permanente que nos llevará a una melancólica inoperatividad institucional. Y una sociedad bañada en la impotencia de la melancolía no es cuna de un futuro ni digno ni próspero.

Sin embargo, el presidente no dijo cómo se podría llevar a cabo este proyecto. No nos podemos engañar: la situación represiva es muy mala. Tenemos pendiente la sentencia del 1-O, que será gravemente condenatoria —si no, los procesados ya estarían en libertad—, o las que se conocieron ayer del TC sobre el 155 y la lluvia de imputaciones desde varios órganos judiciales de Catalunya por hechos vinculados al otoño del 2017. Estando como estamos, sumergidos en un malísimo y amargo piélago, ¿cómo se puede llevar a cabo este proyecto?

Para tener una idea, recomiendo oír entera la interesante entrevista que le hizo a Josep Cuní el viernes pasado en su programa Aquí Cuní. Cortos de tiempo como vamos, lo más interesante son los últimos cinco minutos, donde Torrent, fuera del protocolo de la entrevía formal, se somete a una especie de entrevista coral y se desahoga. Sabedor el presidente de todo lo que pasa (y de lo que no vemos) proclama, de un lado, la necesidad de unas instituciones fuertes con un liderazgo fuerte y, del otro, una respuesta a la sentencia del 1-O, que será un momento crucial, que apele al 80% de la ciudadanía de Catalunya. Y sin levantarse de la silla.

Es una propuesta. No la despachemos à la Borrell, con un despropósito. Parémonos un momento, recapitulemos, analizemos por qué y cómo estamos donde estamos. Vemos, acto seguido, si lo que dice Torrent tiene sentido y es de provecho. Para descalificarla habrá tiempo: los héroes de la ortodoxia siempre tienen la pira a punto. Por favor, que esperen un poco.