Advertencia nada sobrante para encendidos, hiperventilados y, en general, insultadores de todo tipo: negociar no significa ni traición ni que la negociación acabe con éxito. Y en ningún caso éxito quiere decir ganar por KO. La política, a pesar de algunos (demasiados) de los que intervienen, no es un combate de boxeo.

La política tiene que ser el dominio de la realidad y, una vez dominada, superarla. Las dos cosas. Y no olvidar porque se hace política, cuál es el motivo de hacerla. Este no puede ser otro que el bienestar de la ciudadanía.

Por eso, una de las primeras preguntas que los que dicen que quieren sentarse a negociar hace falta que se hagan sinceramente es en qué mejorará una negociación mínimamente exitosa la situación de los ciudadanos. No tienen que olvidar que estos son quienes los votan, que son los auténticos soberanos, que han puesto parte de sus destinos en sus torpes, demasiadas veces, manos.

Si no negociamos para mejorar sustancialmente y a medio-largo plazo las condiciones de vida de los ciudadanos, ¿por qué negociamos? Fracasar en las esperanzas, escasas, pero existentes, de los ciudadanos comportará ineludiblemente que la bomba del malestar estalle con consecuencias imprevisibles. Con una, sin embargo, bien previsible: los falsos o incapaces negociadores serán las primeras víctimas, ya que son los primeros culpables.

Ciertamente la crisis institucional en que se encuentra sumido el estado es, a base de negarla, enorme. Tiene dimensiones de un auténtico cráter que amenaza muy seriamente la supervivencia del régimen del 78.

Por lo tanto, los representantes del estado no pueden blandir el sistema del 78 para superar la crisis del régimen del 78. Blandiendo un sistema anquilosado, más bien cuerificado —un procés físico natural en virtud del cual sólo queda del cuerpo la piel curtida—. Hace demasiado tiempo que unos políticos cortísimos de vista agitan el espantajo de una constitución que con sus tacañas interpretaciones lo han dejado en el lamentable estado en que se encuentra. Prácticamente inservible, como no sea como plataforma para crear un nuevo sistema.

Sólo si el Estado presenta una oferta seductora y creíble podrá superar el atolladero actual y, liberado de la presión insostenible de la crisis catalana, podrá centrarse en la reforma y modernización sustancial del Estado. Dicho gráficamente, tal como están las cosas, Catalunya son unos enormes zapatos de cemento que el propio estado se ha calzado y que le impiden caminar. Ni repescando a Quevedo sembrando con sal los campos catalanes, se podrá liberar de su propia trampa. No sólo los catalanes pueden ser tildados de ilusos, como se ha hecho hasta el más sangrante insulto.

La real politik es eso: dominar la realidad y superarla. Por lo tanto, pensar en el futuro y no amalgamarse con el pasado.

La agenda que ha ido engrosándose es descomunal. Pero hay que ir paso a paso. Primero hay que crear confianza mutua. Empezando por las propias retaguardias, no habrá lluvia, habrá temporal de palos en las ruedas. Estas deslealtades, nada gratuitas y sí muy interesadas, irán acompañadas de provocaciones y chapucerías de los sentados a la mesa. Así es la vida: no es un valle de rosas, sino más bien de lágrimas.

Pero culo di hierro. No hay más remedio. Culo di hierro. O, si no gusta el italiano, en alemán: real politik.