El lunes se dio luz verde a la tramitación de la ley de presupuestos. El Govern, todo él, tendrá que aceptar, negociar, contraproponer y transigir con las enmiendas de los grupos parlamentarios. Algunas ya pactadas o encauzadas previamente; otras que irán saliendo durante la travesía parlamentaria. Proponer, negociar y pactar son los motores de la política. No es, como despectivamente desde cierta sensación de orgullo herido se califica, un cambio de cromos, aunque quien ha cambiado cromos de pequeño ya tiene mucho avanzado en tácticas de negociación. Un cromo puede valer mucho más que otros, si es lo que se quiere.

Nos tenemos que hacer dos preguntas, partiendo del proyecto de ley de presupuestos y de cómo quedará negro sobre blanco la negociación final que se vote en la cámara. Una primera pregunta que hay que hacerse es si estos son los mejores presupuestos posibles. Es decir, si en el actual estado de cosas, se puede hacer más y mejor. O dicho de otro modo: de qué forma esta ley de cuentas públicas y su resultado final mejorarán la calidad de vía y bienestar de los catalanes. Hay que preguntarse si los presupuestos reducen la pobreza, la desigualdad y la marginalidad. Si aumentan el bienestar general de la población. ¿Reducen el paro? ¿Incrementan el empleo juvenil? ¿Suponen el salto hacia adelante que necesita la enseñanza pública? ¿Y mejoran la calidad en la superior y en la investigación puntera, seleccionado los proyectos viables? Estas y otras preguntas similares son las que tienen que tener respuesta positiva, claro. Los números, los miles de millones de euros, que sean cuales sean los presupuestos siempre existen, por sí mismos no nos dicen nada. Sin una respuesta a estas preguntas, rechazar los presupuestos parece atrevido, ciertamente para unos menos que para otros.

Vayamos a cuatro temas concretos. El primero, la vivienda social. La privatización de la construcción residencial, a diferencia muy especialmente de Centroeuropa y de los países escandinavos, es la dominante en el sistema catalán de la vivienda y dificulta mucho un salto adelante cualitativo con programas plurianuales que cambien la situación actual. La colaboración público-privada tiene que ir más allá de que las arcas públicas alimenten el diferencial de las cajas privadas, para que, al fin y al cabo, los promotores perciban el mismo beneficio con obra libre que social. Presupuestos y cambio de cultura.

Unos buenos presupuestos, es decir, que mejoren la vida de la gente, y después bien realizados son la mejor garantía de unas buenas estructuras de estado, físicas e institucionales, hacia la independencia

El aeropuerto, así, en general, es y será otro caballo de batalla. Desde presentarlo como una bomba especulativa para engordar las fincas de los de siempre, a una oportunidad de oro de desarrollo como nunca se ha visto. Formularía las preguntas desde otra perspectiva. ¿Por qué con un PIB igual o superior a Hamburgo, Birmingham, Zurich, Viena, Milán y otras ciudades europeas, los catalanes para viajar intercontinentalmente tienen que hacer escala obligatoria en Madrid o en otras ciudades? Aparte de los condicionantes del monstruo de Aena, parece que unos condicionantes técnicos del aeropuerto impiden volar directamente a o desde Nueva York, Boston, Chicago, San Francisco, Miami, Dallas, Sidney, Shanghái, Singapur, Tokio, Ciudad del Cabo, Río de Janeiro, Buenos Aires, Yakarta... lugares donde se cuecen las habas.

Los Juegos Olímpicos de Invierno también traen cola. Ahora que está tan de moda pedir la opinión a las bases; ¿los vecinos del territorio han podido dar la suya? Quizás sería oportuno consultar a quien sabe de una cuestión tan multifactorial como esta. Ver el coste medioambiental, teniendo en cuenta que el potencial turístico/deportivo de los deportes de nieve es bien escuálido si lo comparamos con la campeona y vecina Francia. ¿Qué pasará con las infraestructuras de todo tipo una vez pasado el hito olímpico? ¿Hay bastante impulso local (y el turismo especializado que se pueda captar) para hacer rentable el esfuerzo presupuestario? Más Alguaires, por favor, no

El último, el macrocasino en Tarragona. Es de suponer que no habría excepción fiscal para el juego o rebajas sustanciosas; sino al contrario, un buen gravamen a quien se desprende de su pasta por amor al azar, pues en el juego, cualquier juego, quien gana siempre es la banca. De todos los proyectos es el que considero innecesario de todas todas. Y nocivo. Si hay que reavivar el turismo, pensemos en turismo de calidad ―que no quiere decir para potentados―. Vayamos más allá del sol y playa.

La segunda cuestión que los presupuestos ha dejado al descubierto es un montón de buenas noticias. La primera: hay un president de la Generalitat que manda, que coge el toro por los cuernos, incluso, cuando parece que tiene medio gobierno en la oposición (medio gobierno, pero no el conseller de Economia). Otra buena noticia: la papelera de la historia ya no es monopolio de nadie. Lo ha sido demasiado tiempo y ahora Catalunya parece un país más normal: manda la aritmética parlamentaria y la capacidad de hacer pactos.

Eso no quiere decir, como muchos ya afirman frotándose las manos, que el frente independentista haya muerto. El lunes empezó una nueva legislatura, dado que diversas son las combinaciones parlamentarias que se pueden construir. Geometría variable, dicen. Ante esto, los independentistas harían muy bien en mantener una unidad, más política que el sempiterno no, y más pactos discretos y diligentes.

Unos buenos presupuestos, es decir, que mejoren la vida de la gente, y después bien realizados ―la gobernanza, siempre la gobernanza― son la mejor garantía de unas buenas estructuras de estado, físicas e institucionales, hacia la independencia. Porque los que claman ahora para fortalecer el frente independentista quizás olvidan que el mejor embate es hacer las cosas bien: ni ir de farol ni con proclamas sin contenido. El camino hacia la independencia, empinado y pedregoso, sólo se salva por la mejor política posible. Todavía hay mucho camino por delante y buenas maneras que aplicar.

Y no lo llamemos autonomismo para minorizarlo. Llamémosle por lo que es: el mejor gobierno para el mejor objetivo.