Aunque Barcelona, Catalunya y España son territorios europeos con una baja criminalidad y baja violencia, en Barcelona, desde poco antes de las elecciones municipales, se ha puesto el acento sobre la seguridad urbana.

Primera premisa: seguridad y criminalidad no son lo mismo. La seguridad es una percepción; la criminalidad una realidad empírica y, por lo tanto, computable. De todos modos, parece que Barcelona tiene un problema de criminalidad (como el resto del Estado): han aumentado los delitos violentos. Sólo en Barcelona en el mes de julio, ha habido 5 homicidios/asesinatos. Una cifra insólita y alarmante que hay que esperar que no se consolide, pero que crece desde hace algún tiempo. Al igual que las agresiones sexuales y ciertas modalidades de robos (no hurtos) domiciliarios o similares. Asimismo, hay que tener presente cierto aumento de la violencia en la pequeña delincuencia en el metro (cuando hay violencia no hay delincuencia pequeña) y los nichos de comercio de droga.

Salvo alguna actuación cosmética en el ramo de la droga los interesados saltan de un sitio para ir a otro. Los fortines —normalmente en zonas frecuentadas por los acomodados— siguen como si nada.

A pesar de estos problemas delincuenciales que por las magnitudes de Barcelona se pueden considerar graves, el dispositivo policial del verano es contra las manteros. Los manteros, en principio, no son delincuentes y en ninguno caso violentos; son, más propiamente dicho, sujetos en riesgo de exclusión social, o ya excluidos socialmente, que se dedican a traficar con bienes de diversa categoría, infringido normas administrativas, fiscales y de ocupación de las vías públicas.

Se dirá que algunos manteros —y sus hermanos lateros— pueden ser delincuentes. Ciertamente, pueden ser delincuentes menores, casi ínfimos. Algunos de estos vendedores informales y ambulantes trafican, en ocasiones, con objetos falsificados. Esta fabricación, a la qual son ajenos, puede vulnerar la propiedad intelectual o industrial. También, como se ha visto alguna vez, los lateros trafican con pequeñas cantidades de drogas, generalmente blandas.

Los perjudicados por la venta de productos que vulneran la propiedad intelectual o industrial —dejando de lado consideraciones juridicopenales de fondo—, es decir, los titulares de los derechos económicos, no claro está que se les vulnere los derechos. Especialmente si se trata de las grandes marcas de ropa, joyería y similares. Nadie dejará de adquirir una bolsa de marca exclusiva, de precio ordinario de 3.000 €, por haber adquirido una pieza por 20 €. Ni un reloj de 6.000 €. Los problemas que tienen estas marcas —y que resuelven discretamente— es en establecimientos aparentemente acreditados.

Queda el tema de las ventas de DVD y de CD. Me da la impresión de que, vista la defectuosa calidad de sus productos y por haber actuar sobre los productores de las copias ilegítimas, este tráfico ha disminuido considerablemente. En todo caso, ni películas, ni relojes ni CD pasan nunca por genuinos.

El tema más relevante, pero nada delictivo, es el de los vendedores de artesanías banales y de gusto dudoso, y los de los lateros. Pero ambas cuestiones son un tema menor, con poca afectación sobre el comercio ordinario y en ningún caso delictiva, con nula afectación en el orden público por el hecho de ocupar espacios públicos.

A pesar de estos problemas delincuenciales que por las magnitudes de Barcelona se pueden considerar graves, el dispositivo policial del verano es contra las manteros

Enviar a más policía a decomisar pulseras mal trenzadas y latas mal conservadas no acabará con el problema ni hará más ricos a los comerciantes regulares. Ahora, ver a más policía incautando refrescos, cadenillas o echando de la playa a pretendidos masajistas es una pura operación cosmética, sin ninguna incidencia sobre la seguridad y criminalidad reales.

Detener lateros (no quizás propiamente una detención por infracciones administrativas y hacerlo supone, dicho muy suavemente, un abuso de poder) y vendedores de manualidades no comporta poner ningún fin a tasas que pueden ser preocupantes de homicidios/asesinatos, agresiones sexuales, incipiente violencia en el metro o los supermercados de calle de drogas de todo tipo. Como tampoco lo es utilizar de forma sesgada encuestas de delitos registrados (por motivaciones políticas: cada administración tiene las suyas) o encuestas sobre victimización. Cuanto más se habla de inseguridad —no necesariamente de delincuencia— la percepción de la victimización aumenta.

Seguro que a la vuelta de las vacaciones tendremos abundosas comparecencias y datos oficiales. Hará falta analizarlas y ver si de verdad la delincuencia real ha bajado. La percepción de la inseguridad depende de determinadas manipulaciones tan groseras como eficaces.

En todo caso, ni manteros ni lateros son el problema. Ni la insuficiencia de la ley. Lo es la insuficiencia de las políticas de seguridad mezclada con demagogia y cierta irresponsabilidad.